28/07/2020, 10:23
Para sorpresa de Ayame, Shanise ya conocía el sitio. ¡E incluso conocía a Kirishima! Era posible que su idealización por ella no le hubiese hecho posible imaginársela en un sitio así, lleno de... alcohol.
—¿Ahora me vas a llamar de usted, Kirishima? Venga, coño. Yo sí probaré esa hidromiel, coño.
Ayame volvió a arrugar la nariz y apartó la mirada a un lado. No dijo nada, sin embargo, pero su decepción fue más que palpable.
Kirishima las abandonó tras tomar nota de los dos pedidos y desapareció tras la barra. Sólo entonces Shanise se volvió de nuevo hacia ella.
—Antes de que se me olvide: no le digas a nadie más lo que ha pasado hasta que no lo hagamos oficial. Y esto que te sirva de lección para el puesto que vas a ocupar. Antes de difundir las nuevas hay que decidir cómo comunicarlas con mucho cuidado. Y creo que no nos interesa que se difunda lo del cargo de Tormenta, al menos.
—No pensaba hacerlo por el momento —Ayame sacudió la cabeza, bajando la voz—. Créeme, sé reconocer cuándo una información es sensible de ser difundida —sonrió, con cierto nerviosismo. No en vano, como jinchūriki, ella había sido una de las personas que más secretos guardaba para sí. Con más o menos éxito, ya era otro tema aparte.
—Si Sekiryū quiere atentar de nuevo contra Yui, que piense que está en Palacio. Te diré lo que pienso.
Shanise se inclinó sobre ella y le susurró al oído. Los ojos de Ayame se fueron abriendo como platos a medida que la nueva Arashikage le contaba los detalles de aquel pequeño plan, y cuando se separó de ella tenía los labios apretados y el rostro pálido.
—Entiendo... —No le hacía demasiada gracia, pero lo entendía. La situación así lo ameritaba—. No te preocupes, nada saldrá de mis labios —añadió, en apenas un susurro—. Y me encargaré de poner barreras mentales para evitar accidentes.
Algo en lo que también era una experta, por suerte o por desgracia. Porque, hasta el momento, sólo había estado usándolas para ocultar información a los suyos...
—¿Ahora me vas a llamar de usted, Kirishima? Venga, coño. Yo sí probaré esa hidromiel, coño.
Ayame volvió a arrugar la nariz y apartó la mirada a un lado. No dijo nada, sin embargo, pero su decepción fue más que palpable.
Kirishima las abandonó tras tomar nota de los dos pedidos y desapareció tras la barra. Sólo entonces Shanise se volvió de nuevo hacia ella.
—Antes de que se me olvide: no le digas a nadie más lo que ha pasado hasta que no lo hagamos oficial. Y esto que te sirva de lección para el puesto que vas a ocupar. Antes de difundir las nuevas hay que decidir cómo comunicarlas con mucho cuidado. Y creo que no nos interesa que se difunda lo del cargo de Tormenta, al menos.
—No pensaba hacerlo por el momento —Ayame sacudió la cabeza, bajando la voz—. Créeme, sé reconocer cuándo una información es sensible de ser difundida —sonrió, con cierto nerviosismo. No en vano, como jinchūriki, ella había sido una de las personas que más secretos guardaba para sí. Con más o menos éxito, ya era otro tema aparte.
—Si Sekiryū quiere atentar de nuevo contra Yui, que piense que está en Palacio. Te diré lo que pienso.
Shanise se inclinó sobre ella y le susurró al oído. Los ojos de Ayame se fueron abriendo como platos a medida que la nueva Arashikage le contaba los detalles de aquel pequeño plan, y cuando se separó de ella tenía los labios apretados y el rostro pálido.
—Entiendo... —No le hacía demasiada gracia, pero lo entendía. La situación así lo ameritaba—. No te preocupes, nada saldrá de mis labios —añadió, en apenas un susurro—. Y me encargaré de poner barreras mentales para evitar accidentes.
Algo en lo que también era una experta, por suerte o por desgracia. Porque, hasta el momento, sólo había estado usándolas para ocultar información a los suyos...