16/08/2020, 18:56 
		
		
		
			Habían pasado seis días desde que regresaron del Valle de los Dojos.
Su padre y Kuumi le habían alcanzado en aquel dojo interior de atención improvisada, donde les esperaba junto con su madre. Aunque a Ranko le sorprendió despertar dentro del dojo, medio recordando que se había sentado a esperarlos fuera. Su madre estaba exhausta por abrir dos Puertas Internas, su padre apenas y tenía mala la ropa, y su hermana había sufrido un par de raspaduras al caer. La de peor estado era, curiosamente, Ranko, aunque ya estaba recuperándose: la herida de la espada de Reiji le dejaría una gran cicatriz en el vientre, de eso estaba segura.
El camino de vuelta había sido casi en silencio. No querían, todavía, comentar lo sucedido, ni siquiera lo emocionante. Ranko pasó la mayoría del viaje dormida en su asiento de tren. Habían sobrevivido a un ataque que, al parecer, había tenido como objetivo a los Daimyō. Fue extraño llegar a la aldea como si hubiesen vuelto de una guerra, cuando todo allá estaba en relativa calma.
Aquel día, después de compartir con su familia las experiencias sobre lo vivido, y con la incertidumbre de aquello en lo que podía desembocar aquel cruce de caminos, Ranko decidió que debía volver al entrenamiento. A pesar de que ahora se encontraba más enfocada, no se le quitaba el peso del encuentro con aquella bestia, aquel hombre que había destrozado los pasillos del estadio con suma facilidad. Ranko ya no se imaginaba qué habría pasado si ella se hubiese opuesto y hubiese enfrentado al hombre, pues estaba segura de que habría acabado bajo los escombros sin más. Ranko sólo pensaba en lo que pasaría la próxima vez que se encontrase con él. Porque claro, un villano no aparece una vez nada más en una historia. Eventualmente se reencuentra con el héroe para una revancha. Y la de la trenza estaba decidida a dar el grueso para ello. Aunque le costara, aunque le doliera. Tenía que hacerse mucho más fuerte.
A diferencia de otras veces, los dojos de instrucción estaban relativamente vacíos. Tal vez por el estado que se seguía viviendo, tal vez porque era muy temprano aún. Siguiendo los consejos de moda de su hermana, ya había cambiado su atuendo a uno más ligero: unos pantaloncillos verde oscuro con una blusa verde claro, larga y sin mangas; un obi, guantes y zapatos ligeros a juego con el pantalón corto, y, como un pequeño capricho a su guardarropa, una gargantilla de tela negra. Su placa de Kusagakure, nueva y reluciente, estaba integrada a su obi. La anterior, muy dañada por su combate contra Sasaki Reiji, yacía a modo de medalla de segundo lugar en un estante en su habitación.
Fruto de su último combate fue también su peinado, pues uno de los sablazos de Reiji le había cortado parte de las trenzas que se había hecho específicamente para el torneo, por lo que ahora había peinado sus mechones hacia atrás, pero abultándolos un poco en la parte superior de su cabeza. Kuumi había sugerido tirabuzones, pero Ranko sólo admitió unos pocos a cada sien. Su icónica trenza lucía esponjosa como siempre.
Ranko ya había comenzado a calentar, habiendo dejado antes su portaobjetos y a Higanbana, su wakizashi, al borde de aquella habitación. Claro que habría sido más entretenido combatir con otra persona, pero, curiosamente, Ranko no estaba segura de si le apetecía estar con alguien. No sabía realmente si quería enfrentarse a un compañero o ser sólo ella, ser sólo Hakuto.
Lo descubriría en unos minutos.
		
		
Su padre y Kuumi le habían alcanzado en aquel dojo interior de atención improvisada, donde les esperaba junto con su madre. Aunque a Ranko le sorprendió despertar dentro del dojo, medio recordando que se había sentado a esperarlos fuera. Su madre estaba exhausta por abrir dos Puertas Internas, su padre apenas y tenía mala la ropa, y su hermana había sufrido un par de raspaduras al caer. La de peor estado era, curiosamente, Ranko, aunque ya estaba recuperándose: la herida de la espada de Reiji le dejaría una gran cicatriz en el vientre, de eso estaba segura.
El camino de vuelta había sido casi en silencio. No querían, todavía, comentar lo sucedido, ni siquiera lo emocionante. Ranko pasó la mayoría del viaje dormida en su asiento de tren. Habían sobrevivido a un ataque que, al parecer, había tenido como objetivo a los Daimyō. Fue extraño llegar a la aldea como si hubiesen vuelto de una guerra, cuando todo allá estaba en relativa calma.
Aquel día, después de compartir con su familia las experiencias sobre lo vivido, y con la incertidumbre de aquello en lo que podía desembocar aquel cruce de caminos, Ranko decidió que debía volver al entrenamiento. A pesar de que ahora se encontraba más enfocada, no se le quitaba el peso del encuentro con aquella bestia, aquel hombre que había destrozado los pasillos del estadio con suma facilidad. Ranko ya no se imaginaba qué habría pasado si ella se hubiese opuesto y hubiese enfrentado al hombre, pues estaba segura de que habría acabado bajo los escombros sin más. Ranko sólo pensaba en lo que pasaría la próxima vez que se encontrase con él. Porque claro, un villano no aparece una vez nada más en una historia. Eventualmente se reencuentra con el héroe para una revancha. Y la de la trenza estaba decidida a dar el grueso para ello. Aunque le costara, aunque le doliera. Tenía que hacerse mucho más fuerte.
A diferencia de otras veces, los dojos de instrucción estaban relativamente vacíos. Tal vez por el estado que se seguía viviendo, tal vez porque era muy temprano aún. Siguiendo los consejos de moda de su hermana, ya había cambiado su atuendo a uno más ligero: unos pantaloncillos verde oscuro con una blusa verde claro, larga y sin mangas; un obi, guantes y zapatos ligeros a juego con el pantalón corto, y, como un pequeño capricho a su guardarropa, una gargantilla de tela negra. Su placa de Kusagakure, nueva y reluciente, estaba integrada a su obi. La anterior, muy dañada por su combate contra Sasaki Reiji, yacía a modo de medalla de segundo lugar en un estante en su habitación.
Fruto de su último combate fue también su peinado, pues uno de los sablazos de Reiji le había cortado parte de las trenzas que se había hecho específicamente para el torneo, por lo que ahora había peinado sus mechones hacia atrás, pero abultándolos un poco en la parte superior de su cabeza. Kuumi había sugerido tirabuzones, pero Ranko sólo admitió unos pocos a cada sien. Su icónica trenza lucía esponjosa como siempre.
Ranko ya había comenzado a calentar, habiendo dejado antes su portaobjetos y a Higanbana, su wakizashi, al borde de aquella habitación. Claro que habría sido más entretenido combatir con otra persona, pero, curiosamente, Ranko no estaba segura de si le apetecía estar con alguien. No sabía realmente si quería enfrentarse a un compañero o ser sólo ella, ser sólo Hakuto.
Lo descubriría en unos minutos.
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