17/08/2020, 01:49
Casi una semana entera había pasado desde la final del torneo de los dojos, aunque realmente podrían haber pasado cientos de semanas más, que para Tsukiyama Daigo eso importaba poco o nada.
El chico había hecho el viaje de vuelta a pie, igual que lo había hecho en el viaje de ida, pero esta vez lo hizo sólo durante dos largos días que pasó consigo mismo y dos largas noches en las que apenas pudo dormir recordando toda la gente que murió. Recordó su sufrimiento y su dolor, tanto de quienes murieron allí como de quienes dejaron atrás, y casi pudo sentirlo como propio.
En su interior, Daigo sabía que debía sentirse afortunado de que tanto él como sus seres queridos siguiesen con vida, pero simplemente no podía hacerlo del todo. Cuando tantísima con el mismo derecho a vivir que él había muerto aquel día ¿por qué él en cambio seguía allí? ¿Por qué él fue protegido a toda costa, pero a otros se les tuvo que dar la espalda?
Al llegar a casa le habría gustado haberle expresado lo que sentía a sus padres, que lo habían estado esperando con miedo y preocupación en casa al ver que su hijo no había llegado tan pronto como otros de sus compañeros, pero lo único que pudo hacer ese día fue llorar en sus brazos y consolar a la pequeña Gura, que junto con Koku ya era como parte de la familia.
Pasaron un par de días que el joven decidió compartir con su familia antes de decidir salir a entrenar. Tenía que hacerlo. Pero esta vez no iría al Cereberus a hacerlo, pues prefería hacerlo en solitario.
Pero cuando llegó a uno de los muchos Dojos de Instrucción que estaban repartidos por la aldea, Daigo se dio cuenta de que este no estaba tan vacío como esperaba.
—¿Sagisō-chan? —Sonrió, con la puerta abierta, pero todavía sin haberla cruzado.
Estaba realmente feliz de verla, pues aunque sabía que no le había sucedido nada a la kunoichi, esta era la primera que la veía desde entonces y le alegraba verla sana.
El chico había hecho el viaje de vuelta a pie, igual que lo había hecho en el viaje de ida, pero esta vez lo hizo sólo durante dos largos días que pasó consigo mismo y dos largas noches en las que apenas pudo dormir recordando toda la gente que murió. Recordó su sufrimiento y su dolor, tanto de quienes murieron allí como de quienes dejaron atrás, y casi pudo sentirlo como propio.
En su interior, Daigo sabía que debía sentirse afortunado de que tanto él como sus seres queridos siguiesen con vida, pero simplemente no podía hacerlo del todo. Cuando tantísima con el mismo derecho a vivir que él había muerto aquel día ¿por qué él en cambio seguía allí? ¿Por qué él fue protegido a toda costa, pero a otros se les tuvo que dar la espalda?
Al llegar a casa le habría gustado haberle expresado lo que sentía a sus padres, que lo habían estado esperando con miedo y preocupación en casa al ver que su hijo no había llegado tan pronto como otros de sus compañeros, pero lo único que pudo hacer ese día fue llorar en sus brazos y consolar a la pequeña Gura, que junto con Koku ya era como parte de la familia.
Pasaron un par de días que el joven decidió compartir con su familia antes de decidir salir a entrenar. Tenía que hacerlo. Pero esta vez no iría al Cereberus a hacerlo, pues prefería hacerlo en solitario.
Pero cuando llegó a uno de los muchos Dojos de Instrucción que estaban repartidos por la aldea, Daigo se dio cuenta de que este no estaba tan vacío como esperaba.
—¿Sagisō-chan? —Sonrió, con la puerta abierta, pero todavía sin haberla cruzado.
Estaba realmente feliz de verla, pues aunque sabía que no le había sucedido nada a la kunoichi, esta era la primera que la veía desde entonces y le alegraba verla sana.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Team pescado.