27/08/2020, 01:51
(Última modificación: 27/08/2020, 07:01 por Umikiba Kaido. Editado 3 veces en total.)
Destellos de democracia y nuevos rumbos
¿En dónde habíamos quedado? ... ah, sí. Zaide. Pfff, qué se yo. Muchos me recomendaron olvidarme de él. Que ya lograría mi lugar en Dragón Rojo de forma legítima. Pero ninguno sabía responderme el cómo. Así que me obsesioné. Mi fijación no iba a cambiar. Para ser un verdadero cabecilla, Zaide tenía que morir por el peso de mi espada. Claro que eso no iba a ser tan sencillo, pero ya os contaré porqué.
Antes de continuar con esa primera reunión y seguir discutiendo un par de asuntos importantes, teníamos que encargarnos de algo. Otohime pensaba que lo más prudente era fingir mi muerte, al menos durante un tiempo; porque sentía que era demasiado peligroso tener a dos de las Grandes Aldeas tocándote los huevos. Ya Uzushiogakure estaba metiendo las narices tras la muerte de las dos kunoichis, así que lo que menos querían tras mi contratación, era que la ira de Amekoro Yui se ciñera sobre ellos. Claro que tampoco sabían que en principio mi objetivo era infiltrarme, creo que omití ese y otros detalles de manera inconsciente, tratando de proteger mi lugar en la organización. Pero en fin, que a los ojos de la Tormenta, su hijo tenía que estar muerto.
Entiendo que al cabo del tiempo, encontrasteis mi "cadáver" ¿no es cierto? por allí, en algún punto del País del Bosque. Si os preguntáis el cómo, pues hay que darle las gracias a otra de las integrantes. Kyūtsuki. Kyūtsuki tiene una habilidad que escapa de mi razonamiento, pero es jodidamente útil. Ella es capaz de convertirse a sí misma y a otros en cualquier otra persona. No se trata de un simple Henge ni mucho menos, sino de algo más avanzado. Una técnica muy oscura. Más que un jutsu, yo lo llamaría hechizo. Un embrujo digno de un jodido demonio, si me lo preguntas a mí.
Haciendo uso de su habilidad, y tras matar yo a ese pobre crío que tomó mi lugar ... volvimos a Ryūgū-jō.
La reunión continuó al día siguiente. Sólo entonces pude entender el verdadero funcionamiento de la organización. Solemos creer que, en este tipo de grupos criminales, siempre hay un líder que toma todas las decisiones sin que sea cuestionado por ninguno de sus miembros. Allí no funcionaba así. De hecho, según La Anciana, que Dragón Rojo tuviera ocho miembros servía a mantener una efectiva democracia que, hasta entonces, había mantenido con vida al grupo. En teoría, ningún Cabeza de Dragón era más que el otro. Todos tenían voz y voto en la mesa cuando se discute algo. La opinión de todos era oída y escuchada. De todas formas, a mí me parecía una mera ilusión, si os sois sinceros. Sí, cada quién votaba lo que le salía del culo, pero lo cierto es que gran parte de los miembros originales solían estar de acuerdo en casi todo. Y, por lo general, en las discusiones solía ganar siempre la tendencia que favorecía a su miembro más fuerte, que es Ryū.
Claro que el primer tópico a discutir fue si tenía yo potestad de votar. La mayoría eligió que no, así que hasta que no me ocupara del asunto de Zaide, sólo podía estar presente, y dar mi opinión. Luego hablamos de un asunto bastante interesante. Había un miembro que no estaba particularmente de acuerdo con que la organización se siguiera fondeando de la comercialización de Omoide. Muchos estuvieron ligeramente de acuerdo, pero el estúpido de Shaneji no puso sobre la mesa un plan de financiación alternativo y la idea no coló. Además, Money era un acérrimo defensor del negocio y no estaba muy por la labor de permitir que sus arcas disminuyeran por los caprichos existenciales de un bruto como el Hōzuki.
La charla finalizó con algunos detalles respecto al encuentro de Kyūtsuki con Zaide. Se me proporcionó la locación, un par de contactos y dinero suficiente para la "misión". Con eso me fue suficiente. Al cabo de un par de días, Muñeca y yo partimos al País del Viento. ¿Nuestro nuevo destino?
La Prisión del Yermo.
¿En dónde habíamos quedado? ... ah, sí. Zaide. Pfff, qué se yo. Muchos me recomendaron olvidarme de él. Que ya lograría mi lugar en Dragón Rojo de forma legítima. Pero ninguno sabía responderme el cómo. Así que me obsesioné. Mi fijación no iba a cambiar. Para ser un verdadero cabecilla, Zaide tenía que morir por el peso de mi espada. Claro que eso no iba a ser tan sencillo, pero ya os contaré porqué.
Antes de continuar con esa primera reunión y seguir discutiendo un par de asuntos importantes, teníamos que encargarnos de algo. Otohime pensaba que lo más prudente era fingir mi muerte, al menos durante un tiempo; porque sentía que era demasiado peligroso tener a dos de las Grandes Aldeas tocándote los huevos. Ya Uzushiogakure estaba metiendo las narices tras la muerte de las dos kunoichis, así que lo que menos querían tras mi contratación, era que la ira de Amekoro Yui se ciñera sobre ellos. Claro que tampoco sabían que en principio mi objetivo era infiltrarme, creo que omití ese y otros detalles de manera inconsciente, tratando de proteger mi lugar en la organización. Pero en fin, que a los ojos de la Tormenta, su hijo tenía que estar muerto.
Entiendo que al cabo del tiempo, encontrasteis mi "cadáver" ¿no es cierto? por allí, en algún punto del País del Bosque. Si os preguntáis el cómo, pues hay que darle las gracias a otra de las integrantes. Kyūtsuki. Kyūtsuki tiene una habilidad que escapa de mi razonamiento, pero es jodidamente útil. Ella es capaz de convertirse a sí misma y a otros en cualquier otra persona. No se trata de un simple Henge ni mucho menos, sino de algo más avanzado. Una técnica muy oscura. Más que un jutsu, yo lo llamaría hechizo. Un embrujo digno de un jodido demonio, si me lo preguntas a mí.
Haciendo uso de su habilidad, y tras matar yo a ese pobre crío que tomó mi lugar ... volvimos a Ryūgū-jō.
La reunión continuó al día siguiente. Sólo entonces pude entender el verdadero funcionamiento de la organización. Solemos creer que, en este tipo de grupos criminales, siempre hay un líder que toma todas las decisiones sin que sea cuestionado por ninguno de sus miembros. Allí no funcionaba así. De hecho, según La Anciana, que Dragón Rojo tuviera ocho miembros servía a mantener una efectiva democracia que, hasta entonces, había mantenido con vida al grupo. En teoría, ningún Cabeza de Dragón era más que el otro. Todos tenían voz y voto en la mesa cuando se discute algo. La opinión de todos era oída y escuchada. De todas formas, a mí me parecía una mera ilusión, si os sois sinceros. Sí, cada quién votaba lo que le salía del culo, pero lo cierto es que gran parte de los miembros originales solían estar de acuerdo en casi todo. Y, por lo general, en las discusiones solía ganar siempre la tendencia que favorecía a su miembro más fuerte, que es Ryū.
Claro que el primer tópico a discutir fue si tenía yo potestad de votar. La mayoría eligió que no, así que hasta que no me ocupara del asunto de Zaide, sólo podía estar presente, y dar mi opinión. Luego hablamos de un asunto bastante interesante. Había un miembro que no estaba particularmente de acuerdo con que la organización se siguiera fondeando de la comercialización de Omoide. Muchos estuvieron ligeramente de acuerdo, pero el estúpido de Shaneji no puso sobre la mesa un plan de financiación alternativo y la idea no coló. Además, Money era un acérrimo defensor del negocio y no estaba muy por la labor de permitir que sus arcas disminuyeran por los caprichos existenciales de un bruto como el Hōzuki.
La charla finalizó con algunos detalles respecto al encuentro de Kyūtsuki con Zaide. Se me proporcionó la locación, un par de contactos y dinero suficiente para la "misión". Con eso me fue suficiente. Al cabo de un par de días, Muñeca y yo partimos al País del Viento. ¿Nuestro nuevo destino?
La Prisión del Yermo.