24/09/2020, 00:58
Akane lanzó la mirada hacia un lado, en lo que Etsu lanzaba la suya hacia el contrario. Dicen que cuatro ojos ven más que dos, y razón no le faltaba a ese jodido loco matemático. Apenas en un par de segundos de pura observación del entorno en busca de algún lugareño al que preguntar por la casa de Kokoloko, ambos toparon con un sujeto que drásticamente destacaba de entre el resto. El tipo destacaba principalmente por su altura, pues le sacaba una cabeza a casi toda persona que circundaba por la zona, lo cuál no era poco. Además, lucía un rostro de pocos amigos, y era de tez pálida que casi rozaba el color de la leche. Casi parecía un fantasma levitando entre los ansimismados aldeanos.
Por un instante, el Inuzuka de rastas pensó que podía tratarse del fantasma del que había oído hablar al abuelo. Tragó saliva, casi perdiendo la calma, y fue entonces que se escudó con su mejor arma: Una sonrisa. Aunque siendo muy sinceros, la sonrisa era imposible de tragar. Sin embargo, no tardó en descubrir por su indumentaria —principalmente por su bandana— que se trataba de un shinobi, y no de un espíritu malhumorado.
Solo era un ninja malhumorado. Uno más.
Tomó aire, y no dudó en descargarlo en un leve suspiro de alivio. Se llevó la diestra tras la nuca, en lo que su sonrisa tornaba mucho más verdadera, su rostro podía reflejar una temporal calma. Temporal, obvio, puesto que en algún momento debería regresar a su tarea. Lejos de molestar al tipo largo, buscó a alguien que pudiese parecer un poco más de allí. No tardaría demasiado en encontrarlo, se trataba de un anciano de cabellera ausente y doscientas mil cuarenta y siete arrugas. Quizás alguna arruga más. Vestía un kimono bastante simple, de color verde y ausencia total de detalles.
—¡Bueeenas! Disculpe señor, pero... ¿sabe dónde podría encontrar la mansión de Kokoloko? —preguntó sin tapujos.
El hombre desvió su mirada hacia el de rastas, y cesó su caminar —¿C-cooomo dise?
—Que si sabría usted indicarme dónde puedo encontrar la mansión de kokoloko —insistió una vez más el Inuzuka.
—Y-y-yaaa ve tú que´si. Jo-jovensiiito, ´so está pallá al hondo —aclaró, en lo que indicaba con su diestra la calle principal. —De-despué tuerhe a la deresha, y la-la primera bocacalle pa lazquierda.
Etsu creyó haber podido entender las indicaciones, más aún con un hermano canino que había aprendido a hablar como le daba la gana. Si lo entendía a él desde el inicio, un dialecto pueblerino no sería apenas un reto. Le agradeció con una reverencia, acompañado por Akane.
—Muchas gracias, señor.
—¡SEÑÓH TU PAE! ¡HINVERGÜENSA! —Se quejó el hombre, que se fue enfurruñado siguiendo su camino.
Quizás le había molestado que le llamasen señor, achacándolo a un exceso de edad. A saber qué mosca le había picado al anciano... Fuere como fuere, el Inuzuka se encogió de hombros, y continuaría su camino junto al huskie por el camino que el buen hombre les había indicado.
Por un instante, el Inuzuka de rastas pensó que podía tratarse del fantasma del que había oído hablar al abuelo. Tragó saliva, casi perdiendo la calma, y fue entonces que se escudó con su mejor arma: Una sonrisa. Aunque siendo muy sinceros, la sonrisa era imposible de tragar. Sin embargo, no tardó en descubrir por su indumentaria —principalmente por su bandana— que se trataba de un shinobi, y no de un espíritu malhumorado.
Solo era un ninja malhumorado. Uno más.
Tomó aire, y no dudó en descargarlo en un leve suspiro de alivio. Se llevó la diestra tras la nuca, en lo que su sonrisa tornaba mucho más verdadera, su rostro podía reflejar una temporal calma. Temporal, obvio, puesto que en algún momento debería regresar a su tarea. Lejos de molestar al tipo largo, buscó a alguien que pudiese parecer un poco más de allí. No tardaría demasiado en encontrarlo, se trataba de un anciano de cabellera ausente y doscientas mil cuarenta y siete arrugas. Quizás alguna arruga más. Vestía un kimono bastante simple, de color verde y ausencia total de detalles.
—¡Bueeenas! Disculpe señor, pero... ¿sabe dónde podría encontrar la mansión de Kokoloko? —preguntó sin tapujos.
El hombre desvió su mirada hacia el de rastas, y cesó su caminar —¿C-cooomo dise?
—Que si sabría usted indicarme dónde puedo encontrar la mansión de kokoloko —insistió una vez más el Inuzuka.
—Y-y-yaaa ve tú que´si. Jo-jovensiiito, ´so está pallá al hondo —aclaró, en lo que indicaba con su diestra la calle principal. —De-despué tuerhe a la deresha, y la-la primera bocacalle pa lazquierda.
Etsu creyó haber podido entender las indicaciones, más aún con un hermano canino que había aprendido a hablar como le daba la gana. Si lo entendía a él desde el inicio, un dialecto pueblerino no sería apenas un reto. Le agradeció con una reverencia, acompañado por Akane.
—Muchas gracias, señor.
—¡SEÑÓH TU PAE! ¡HINVERGÜENSA! —Se quejó el hombre, que se fue enfurruñado siguiendo su camino.
Quizás le había molestado que le llamasen señor, achacándolo a un exceso de edad. A saber qué mosca le había picado al anciano... Fuere como fuere, el Inuzuka se encogió de hombros, y continuaría su camino junto al huskie por el camino que el buen hombre les había indicado.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~