27/09/2020, 20:21
El Inuzuka, siguiendo las indicaciones del señor, prosiguió su camino directo y sin titubeos a lo que podría ser una de sus más macabras aventuras. Desde luego el abuelo tenía a veces unas ideas de lo más inquietantes, pero como bien decía... no se puede dejar de lado el dinero, ni al que buenamente te lo hace llegar. El dojo familiar se mantenía gracias a numerosas fuentes de ingreso, y si una de éstas pedía auxilio, no podían darle la espalda.
[...]
En una mesa no muy lejana a donde el Amejin se había sentado, un pequeño conformado por dos parejas parecían inmersos en una conversación que por suerte o por desgracia para el de Amegakure, parecía ya bastante vislumbrada. Una pelirroja de cabellera larga y lacia, que vestía un kimono rosa y podía tener unos treinta años, posó la diestra sobre la mesa y echó gran parte de su peso sobre la misma.
—Os lo dio yo, que ésto no es muy normal. Anoche ya no eran solo risas lo que se escuchaban, además de las típicas risas escandalosas del señor Fuyashi, se escucharon un centenar de gritos.
—P-pero.... ¿y qué insinúas con eso? —increpó el que se hallaba justo frente a ella. Un chico quizás cinco o siete años menor a ella, un joven que vestía un kimono azul intenso, de cabellera color bronce bastante corta, y unas gafas redondas.
»¿N-no se supone.. q-que el hombre había muerto?
La pelirroja golpeó enérgicamente la mesa con la diestra, tras lo cuál desvió su peso contra el respaldo de la silla, hasta el punto de casi caerse de espaldas. Acto seguido lanzó la misma mano señalando al chico de gafas —¡Precisamente! ¿No os parece raro? ¿Será un fantasma? ¿o se trata de algún sin-techo que se ha colado en esa casa sin dueño?
—Inamori —interrumpió un hombre de su misma edad, que vestía un kimono verde y tenía el pelo rojizo y de su misma longitud. —Ya hemos hablado ésto antes. Lo que debes hacer, es llamar a la guardia, y que se encargen ellos, que para eso les pagan.
La rubia que se hallaba justo a la vera de éste, de cabellera corta y ojos negros, y que vestía un kimono blanco; terminó por encogerse de hombros y dejar caer un suspiro —La verdad, los guardias no suelen hacer mucho, todos dicen que la casa está encantada. Al parecer la han registrado varias veces, y todos los que han entrado han salido de allí corriendo despavoridos. No hay mucha gente con el valor suficiente para acercarse siquiera.
—¡E-eso es una tontería! —se quejó el de gafas. —Kotsu y... ¡y yo! ¡s-somos capaces de entrar ahí!
El pelirrojo lo miró de reojo, sin saber muy bien si reír o llorar —¡Oye! A mi no me metas en tus jaleos.
Las dos chicas estallaron en una risa, en lo que el rostro del chico de lentes enrojecía .
[...]
En una mesa no muy lejana a donde el Amejin se había sentado, un pequeño conformado por dos parejas parecían inmersos en una conversación que por suerte o por desgracia para el de Amegakure, parecía ya bastante vislumbrada. Una pelirroja de cabellera larga y lacia, que vestía un kimono rosa y podía tener unos treinta años, posó la diestra sobre la mesa y echó gran parte de su peso sobre la misma.
—Os lo dio yo, que ésto no es muy normal. Anoche ya no eran solo risas lo que se escuchaban, además de las típicas risas escandalosas del señor Fuyashi, se escucharon un centenar de gritos.
—P-pero.... ¿y qué insinúas con eso? —increpó el que se hallaba justo frente a ella. Un chico quizás cinco o siete años menor a ella, un joven que vestía un kimono azul intenso, de cabellera color bronce bastante corta, y unas gafas redondas.
»¿N-no se supone.. q-que el hombre había muerto?
La pelirroja golpeó enérgicamente la mesa con la diestra, tras lo cuál desvió su peso contra el respaldo de la silla, hasta el punto de casi caerse de espaldas. Acto seguido lanzó la misma mano señalando al chico de gafas —¡Precisamente! ¿No os parece raro? ¿Será un fantasma? ¿o se trata de algún sin-techo que se ha colado en esa casa sin dueño?
—Inamori —interrumpió un hombre de su misma edad, que vestía un kimono verde y tenía el pelo rojizo y de su misma longitud. —Ya hemos hablado ésto antes. Lo que debes hacer, es llamar a la guardia, y que se encargen ellos, que para eso les pagan.
La rubia que se hallaba justo a la vera de éste, de cabellera corta y ojos negros, y que vestía un kimono blanco; terminó por encogerse de hombros y dejar caer un suspiro —La verdad, los guardias no suelen hacer mucho, todos dicen que la casa está encantada. Al parecer la han registrado varias veces, y todos los que han entrado han salido de allí corriendo despavoridos. No hay mucha gente con el valor suficiente para acercarse siquiera.
—¡E-eso es una tontería! —se quejó el de gafas. —Kotsu y... ¡y yo! ¡s-somos capaces de entrar ahí!
El pelirrojo lo miró de reojo, sin saber muy bien si reír o llorar —¡Oye! A mi no me metas en tus jaleos.
Las dos chicas estallaron en una risa, en lo que el rostro del chico de lentes enrojecía .
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~