28/09/2020, 21:48
—Sé que soy una kunoichi de rango alto y parte de una familia adinerada. Pero no crean que podré hacer esto todos los días. Posiblemente sea el último favor que pueda pedir por un tiempo.
Sagisō Komachi nos miró a las tres con ojos estrictos.
—Además, si aceptaron fue principalmente porque Meme-chan fue víctima y lo pidió expresamente. Bueno, ¿están listas? Pueden pasar las tres, pero habrá un ninja vigilando y registrando todo.
Las mellizas me miraron, y entendí lo que pensaban: era yo quien debía dar el paso.
—Sí, Komachi-san.
No sabía si aquel lugar era donde Kusagakure la mantenía presa, o si solo era el sitio de visitas, aunque supuse lo segundo. La habitación a la que entramos era relativamente pequeña, y apenas entrar me sentí claustrofóbica. La estancia estaba dividida por gruesas barras metálicas que dejaban ver al otro lado. Allá había dos figuras, acá una.
De nuestro lado había un hombre menudo, que portaba en su brazo lo que Komachi-san me había enseñado era la insignia chūnin. Del otro lado había una mujer alta y muy fornida, de cabello muy corto, que empujaba a otra del hombro. La mujer, que supuse era la guardia, esposó a la segunda mujer a la reja.
La segunda mujer era delgada, consumida, de cabellos cobrizos largos y maltratados, y profundas ojeras. Le hacía falta el brazo izquierdo, y el derecho estaba anclado a las barras por esposas de aspecto pesado, y sus pies arrastraban grilletes similares. Me pregunto si su función era suprimir su chakra o algo así…
—Oh… aquí… Aquí estás —dijo la mujer, con voz ronca —. Mi muñeca… está viva. Está sana, ja ja. ¡Fue todo un éxito!
Soltó una carcajada.
—Iwada Ririki-san. ¿Verdad?
—Sí.
—Usted me creó, ¿Verdad?
—¡Sí!
—Ah. Ya veo —La miré fijamente, y su rostro no se me hizo familiar, aunque su voz sí. Estaba casi segura que esa era la voz que escuchaba en mis sueños, en mis recuerdos de manufactura. Y esos ojos… me daban pena —. Qué decepción.
Parecía anonadada.
—¿Qué? Para nada, muñeca mía. Nada es decepcionante aquí. ¡Eres una creación casi perfecta! Sólo falta ajustar algunas cosas para evitar el desgaste óseo… Dime, ¿Puedes usarlo? ¿El Jiton?
Esa palabra me tomó ligeramente por sorpresa. Volteé a ver a onee-sama.
—Esa mirada… ja ja Eso me dice que sabes de lo que hablo. ¡Todo un éxito! ¡Si tan sólo me dejaran salir y pudiese continuar con mi investigación! ¡Diles, mi muñeca! ¡Diles que tengo razón!
—Por supuesto, lo haré —Pude notar que tanto el chūnin vigía, la guarda y mis hermanas prestaron más atención que antes a mis palabras —. Pero primero ¿Cuál es mi nombre?
—¿Nombre? Eso… Eso no importa, muñeca mía, lo que importa es que…
—Ya veo —Me viré hacia el chūnin —. Gracias por dejarme hablar con esta mujer.
—Espera… ¡No! ¿Tan pronto? ¿Para qué viniste si no es para hablar conmigo? —Sacó su mano entre los barrotes, lo más que las esposas se lo permitieron.
Mi mirada bajó a sus dedos y sentí un asco tremendo. No quería estar cerca de aquellas manos. Si ya de por sí detestaba cualquier tacto, el roce de sus dedos era el que despreciaba más.
—Ése era el plan. Conocer a mi creadora. Preguntarle cosas. Aprender de mí. Hay muchas cosas que no sé de mi funcionamiento y... este cuerpo tan humano. Pero… si mi creadora ni siquiera tiene un nombre para mí, y se encuentra en un estado tan deplorable… No creo que pueda aprender nada útil. Acabar en un lugar así después de crearme a mí. Es patético. ¿No cree?
La guardia soltó las esposas de los barrotes y se preparó para llevarse a Ririki.
—¡No! ¡Mi muñeca! ¡No me aparten de ella de nuevo! ¡Puedo...! ¡Puedo hacerte mejor! ¡Puedo hacer más como tú…!
La miré una última vez antes de que ella desapareciera por una puerta del otro lado de la estancia.
—No soy su muñeca. Soy mía.
Sagisō Komachi nos miró a las tres con ojos estrictos.
—Además, si aceptaron fue principalmente porque Meme-chan fue víctima y lo pidió expresamente. Bueno, ¿están listas? Pueden pasar las tres, pero habrá un ninja vigilando y registrando todo.
Las mellizas me miraron, y entendí lo que pensaban: era yo quien debía dar el paso.
—Sí, Komachi-san.
No sabía si aquel lugar era donde Kusagakure la mantenía presa, o si solo era el sitio de visitas, aunque supuse lo segundo. La habitación a la que entramos era relativamente pequeña, y apenas entrar me sentí claustrofóbica. La estancia estaba dividida por gruesas barras metálicas que dejaban ver al otro lado. Allá había dos figuras, acá una.
De nuestro lado había un hombre menudo, que portaba en su brazo lo que Komachi-san me había enseñado era la insignia chūnin. Del otro lado había una mujer alta y muy fornida, de cabello muy corto, que empujaba a otra del hombro. La mujer, que supuse era la guardia, esposó a la segunda mujer a la reja.
La segunda mujer era delgada, consumida, de cabellos cobrizos largos y maltratados, y profundas ojeras. Le hacía falta el brazo izquierdo, y el derecho estaba anclado a las barras por esposas de aspecto pesado, y sus pies arrastraban grilletes similares. Me pregunto si su función era suprimir su chakra o algo así…
—Oh… aquí… Aquí estás —dijo la mujer, con voz ronca —. Mi muñeca… está viva. Está sana, ja ja. ¡Fue todo un éxito!
Soltó una carcajada.
—Iwada Ririki-san. ¿Verdad?
—Sí.
—Usted me creó, ¿Verdad?
—¡Sí!
—Ah. Ya veo —La miré fijamente, y su rostro no se me hizo familiar, aunque su voz sí. Estaba casi segura que esa era la voz que escuchaba en mis sueños, en mis recuerdos de manufactura. Y esos ojos… me daban pena —. Qué decepción.
Parecía anonadada.
—¿Qué? Para nada, muñeca mía. Nada es decepcionante aquí. ¡Eres una creación casi perfecta! Sólo falta ajustar algunas cosas para evitar el desgaste óseo… Dime, ¿Puedes usarlo? ¿El Jiton?
Esa palabra me tomó ligeramente por sorpresa. Volteé a ver a onee-sama.
—Esa mirada… ja ja Eso me dice que sabes de lo que hablo. ¡Todo un éxito! ¡Si tan sólo me dejaran salir y pudiese continuar con mi investigación! ¡Diles, mi muñeca! ¡Diles que tengo razón!
—Por supuesto, lo haré —Pude notar que tanto el chūnin vigía, la guarda y mis hermanas prestaron más atención que antes a mis palabras —. Pero primero ¿Cuál es mi nombre?
—¿Nombre? Eso… Eso no importa, muñeca mía, lo que importa es que…
—Ya veo —Me viré hacia el chūnin —. Gracias por dejarme hablar con esta mujer.
—Espera… ¡No! ¿Tan pronto? ¿Para qué viniste si no es para hablar conmigo? —Sacó su mano entre los barrotes, lo más que las esposas se lo permitieron.
Mi mirada bajó a sus dedos y sentí un asco tremendo. No quería estar cerca de aquellas manos. Si ya de por sí detestaba cualquier tacto, el roce de sus dedos era el que despreciaba más.
—Ése era el plan. Conocer a mi creadora. Preguntarle cosas. Aprender de mí. Hay muchas cosas que no sé de mi funcionamiento y... este cuerpo tan humano. Pero… si mi creadora ni siquiera tiene un nombre para mí, y se encuentra en un estado tan deplorable… No creo que pueda aprender nada útil. Acabar en un lugar así después de crearme a mí. Es patético. ¿No cree?
La guardia soltó las esposas de los barrotes y se preparó para llevarse a Ririki.
—¡No! ¡Mi muñeca! ¡No me aparten de ella de nuevo! ¡Puedo...! ¡Puedo hacerte mejor! ¡Puedo hacer más como tú…!
La miré una última vez antes de que ella desapareciera por una puerta del otro lado de la estancia.
—No soy su muñeca. Soy mía.
Diálogo (Darkorchid)