16/10/2020, 23:56
El genin pudo apreciar aquel refugio, un edificio tradicional de gran tamaño para su función y, coronando un arco de entrada, brillaba la heráldica de la familia Shiroshika forjada en hierro. A simple vista no parecía haber nadie pero si uno se fijaba bien, asomado al marco de la puerta, había un joven de níveos cabellos. Este no tardó mucho en desaparecer y al poco otra persona apareció por la puerta.
—¿Quién va? —Preguntó mientras se quedaba de brazos cruzados un par de pasos por delante de la puerta, a unos cinco metros del Kurogane.
Era un señor de unos 30 años, con el pelo recogido en una larga trenza y una barba poblada ambos de color blanco, vestía ropas tradicionales de tonos fríos y, ajustado al obi, portaba un daishō de muy buena factura. Detrás de este, agarrado a sus faldones, se encontraba asomado el mismo chiquillo que estaba en la puerta cuando apareció por ahí el shinobi.
—¿Quién va? —Preguntó mientras se quedaba de brazos cruzados un par de pasos por delante de la puerta, a unos cinco metros del Kurogane.
Era un señor de unos 30 años, con el pelo recogido en una larga trenza y una barba poblada ambos de color blanco, vestía ropas tradicionales de tonos fríos y, ajustado al obi, portaba un daishō de muy buena factura. Detrás de este, agarrado a sus faldones, se encontraba asomado el mismo chiquillo que estaba en la puerta cuando apareció por ahí el shinobi.