24/10/2020, 02:37
Ryūnosuke esperó. Un minuto. Dos. Cinco. Sabía que tenían que empezar a moverse, a salir cuanto antes del país, pero aún así fue paciente. Necesitaba a Zaide. Le necesitaba a él y a Akame para recuperar lo que era suyo.
—¿Y bien, Zaide? ¿Vas a quedarte aquí relamiendo tus heridas? ¿Empachándote de nuevo a omoide, quizá? ¿O vas a hacer lo que tienes que hacer?
Zaide lució sorprendido. Seguramente no por las palabras en sí, sino porque parecía haberse perdido en sus propios pensamientos. No había roto a llorar. No había apretado los puños. No había blasfemado. Simplemente había permanecido ensimismado, perdido en su mundo. Cuando los dos intercambiaron miradas, Ryūnosuke empezó a preocuparse. Después de todo lo que le había dicho, de todo lo que le había revelado, y aquel ojo…
… seguía teniendo el jodido color de un bote de kétchup.
—Ya me intenté vengar una vez… y lo perdí todo. A mis camaradas. A Aiza. Hoy intenté cumplir un sueño y acabó en genocidio. ¿No lo ves, huh? —Sus labios esbozaron algo parecido a una sonrisa torcida—. Estoy… acabado. Ya no quiero luchar más, Ryū. Ya no puedo.
Ryūnosuke asintió.
—Entonces córtate las venas y deja de malgastar el aire del resto. —replicó, mordaz. Aquella actitud de mierda le molestaba, y empezaba a perder la cuenta de las veces que Uchiha Zaide le había decepcionado—. Si algún día cambias de opinión antes de que eso suceda, usa el Gentōshin para contactar conmigo. El primer día de cada mes, a las doce de la noche, lo usaré para hablar con los pocos Ryūtōs que queden con agallas.
No hubo respuesta. Ryūnosuke no la esperó. Simplemente se fue, dándole la espalda. Minutos después, vio un águila cruzar el cielo. El ave se dirigía al sur. Él, al norte. ¿Volverían a cruzarse sus caminos? No lo sabía. Ya no le importaba. Lo único que sabía era que habían venido allí a hacer historia...
... y dicha historia iba a quedarse en el capítulo uno. Si algo le jodía a Ryūnosuke, eso era dejar las cosas a medias. Kyūtsuki era una traidora. Kaido otro tanto de lo mismo. Zaide, un pusilánime. Otohime y la Anciana estaban, probablemente, presos en alguna cárcel del País del Agua, siendo torturados y quizá usados como cebo en un intento por atraerle y atraparle. Akame... Akame era Akame, y nunca había podido contar realmente con él. ¿Quién quedaba de Dragón Rojo para seguir luchando, entonces?
Solo uno.
Solo uno...
—¿Y bien, Zaide? ¿Vas a quedarte aquí relamiendo tus heridas? ¿Empachándote de nuevo a omoide, quizá? ¿O vas a hacer lo que tienes que hacer?
Zaide lució sorprendido. Seguramente no por las palabras en sí, sino porque parecía haberse perdido en sus propios pensamientos. No había roto a llorar. No había apretado los puños. No había blasfemado. Simplemente había permanecido ensimismado, perdido en su mundo. Cuando los dos intercambiaron miradas, Ryūnosuke empezó a preocuparse. Después de todo lo que le había dicho, de todo lo que le había revelado, y aquel ojo…
… seguía teniendo el jodido color de un bote de kétchup.
—Ya me intenté vengar una vez… y lo perdí todo. A mis camaradas. A Aiza. Hoy intenté cumplir un sueño y acabó en genocidio. ¿No lo ves, huh? —Sus labios esbozaron algo parecido a una sonrisa torcida—. Estoy… acabado. Ya no quiero luchar más, Ryū. Ya no puedo.
Ryūnosuke asintió.
—Entonces córtate las venas y deja de malgastar el aire del resto. —replicó, mordaz. Aquella actitud de mierda le molestaba, y empezaba a perder la cuenta de las veces que Uchiha Zaide le había decepcionado—. Si algún día cambias de opinión antes de que eso suceda, usa el Gentōshin para contactar conmigo. El primer día de cada mes, a las doce de la noche, lo usaré para hablar con los pocos Ryūtōs que queden con agallas.
No hubo respuesta. Ryūnosuke no la esperó. Simplemente se fue, dándole la espalda. Minutos después, vio un águila cruzar el cielo. El ave se dirigía al sur. Él, al norte. ¿Volverían a cruzarse sus caminos? No lo sabía. Ya no le importaba. Lo único que sabía era que habían venido allí a hacer historia...
... y dicha historia iba a quedarse en el capítulo uno. Si algo le jodía a Ryūnosuke, eso era dejar las cosas a medias. Kyūtsuki era una traidora. Kaido otro tanto de lo mismo. Zaide, un pusilánime. Otohime y la Anciana estaban, probablemente, presos en alguna cárcel del País del Agua, siendo torturados y quizá usados como cebo en un intento por atraerle y atraparle. Akame... Akame era Akame, y nunca había podido contar realmente con él. ¿Quién quedaba de Dragón Rojo para seguir luchando, entonces?
Solo uno.
Solo uno...
FIN.