16/11/2020, 21:57
(Última modificación: 16/11/2020, 21:58 por Inuzuka Etsu.)
Con las crudas palabras del rastas, el chino no reacciono de otra forma que disculpándose. Quizás el Inuzuka se había pasado un poco, todo sea dicho. Fuere como fuere, éste también terminó por gesticular entrecruzando las manos, restándole importancia al asunto.
—No pasa nada.
Al igual que Etsu, por su respuesta coincidían en opinión. La capacidad supersticiosa de la gente era dantesca, podían hacer un mundo de la situación más liviana y carente de importancia. Pero así es la humanidad, caracterizada por su innata capacidad del dramatismo. Isamu terminó de dar su opinión respecto al tema, siendo cauteloso en pecar de carencia de miedo o raciocinio. Ente tanto, deambulaba por la habitación observando con detenimiento el resto de cuadros, fijándose quizás más en unos que en otros. En el resto de cuadros no llegó a observar nada raro, salvo un inquietante detalle del que sería consciente cuanto más se movía por la estancia; el cuadro del retrato parecía tener la mirada fijada en él, buscándolo allá a donde fuese de la sala.
El rastas tomó uno de los pomos que daba hacia las habitaciones —el de la puerta a la izquierda de la chimenea— e intentó abrir, en un burdo intento. Al parecer la susodicha habitación estaba cerrada, y en un principio el chico no quería tener que acudir a la fuerza bruta para solucionar la situación... así pues, ando hasta la otra habitación y tomó el picaporte.
—Parece que la habitación del otro lado está cerrada —aclaró en lo que trataba de girar el pomo de la segunda habitación. El intento se vio también truncado por la misma razón, parecía estar cerrada.
»Y ésta habitación también está cerrada...
Se cruzó de brazos el Inuzuka, en lo que echaba otro vistazo a la habitación. Suspiró, y ando hacia el primer cuadro que había mirado Isamu, al tratar el asunto no tardó demasiado en descubrir el detalle que resaltaba en la obra de arte. El Inuzuka, más curioso que un gato, no pudo soportar la presión del sentimiento que lo invadía... y terminó pulsando el misterioso resalte.
Un curioso ruido empezó a resonar tras los muros, como cuando activas un mecanismo de algún tipo de trampa en los videouegos. De pronto, la entrada se cerró a cal y canto, y la chimenea empezó a arder como por arte de magia.
—¿QRRrrué has rrrecho? —preguntó el can.
—¡Estaba así cuando llegué!
Nada más parecía haber cambiado.
—No pasa nada.
Al igual que Etsu, por su respuesta coincidían en opinión. La capacidad supersticiosa de la gente era dantesca, podían hacer un mundo de la situación más liviana y carente de importancia. Pero así es la humanidad, caracterizada por su innata capacidad del dramatismo. Isamu terminó de dar su opinión respecto al tema, siendo cauteloso en pecar de carencia de miedo o raciocinio. Ente tanto, deambulaba por la habitación observando con detenimiento el resto de cuadros, fijándose quizás más en unos que en otros. En el resto de cuadros no llegó a observar nada raro, salvo un inquietante detalle del que sería consciente cuanto más se movía por la estancia; el cuadro del retrato parecía tener la mirada fijada en él, buscándolo allá a donde fuese de la sala.
El rastas tomó uno de los pomos que daba hacia las habitaciones —el de la puerta a la izquierda de la chimenea— e intentó abrir, en un burdo intento. Al parecer la susodicha habitación estaba cerrada, y en un principio el chico no quería tener que acudir a la fuerza bruta para solucionar la situación... así pues, ando hasta la otra habitación y tomó el picaporte.
—Parece que la habitación del otro lado está cerrada —aclaró en lo que trataba de girar el pomo de la segunda habitación. El intento se vio también truncado por la misma razón, parecía estar cerrada.
»Y ésta habitación también está cerrada...
Se cruzó de brazos el Inuzuka, en lo que echaba otro vistazo a la habitación. Suspiró, y ando hacia el primer cuadro que había mirado Isamu, al tratar el asunto no tardó demasiado en descubrir el detalle que resaltaba en la obra de arte. El Inuzuka, más curioso que un gato, no pudo soportar la presión del sentimiento que lo invadía... y terminó pulsando el misterioso resalte.
*¡¡GRI-GRU-GRO!! ¡¡GRI-GRU-GRO!! ¡¡GRI-GRU-GRO!!*
Un curioso ruido empezó a resonar tras los muros, como cuando activas un mecanismo de algún tipo de trampa en los videouegos. De pronto, la entrada se cerró a cal y canto, y la chimenea empezó a arder como por arte de magia.
—¿QRRrrué has rrrecho? —preguntó el can.
—¡Estaba así cuando llegué!
Nada más parecía haber cambiado.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~