11/12/2020, 16:39
Kiro ahogó un grito cuando el supuesto hombre honrado que iba a salvar a su hija desapareció en una nube de humo, cambiándose por un chiquillo al que le faltaban al menos un par de años para alcanzar la edad adulta.
—Pero, ¿¡qué significa esto!?
—Significa que tienes más probabilidades de recuperar a tu hija. —Viva o muerta, le faltó por decir. Entonces, la guadaña que sujetaba se iluminó por una corriente eléctrica—. Te iluminaré el camino… ¡Hip! Y ya hablaremos… ¡hip! Quizá.
Pasó al lado de Juro, mirándole con sus ojos exageradamente azules. Luego, continuó su paso, menos tambaleante, más decidido, hacia el interior de la cueva. De allí emanaba un olor rancio, asqueroso. Olía a vísceras, a sangre a vómitos y heces. Todo ello mezclado en un cóctel nauseabundo.
La guadaña iluminaba parte del camino, arrancando sombras sobre las ariscas rocas con cada movimiento que daban. El borracho se detuvo junto a una esquina. Si Juro asomaba la cabeza, comprendería el porqué: a unos diez metros se erigía una bestia sacada de un cuento de terror. Tenía el cuerpo de un gorila gigantesco —al menos tres veces el tamaño de uno adulto—. Su pelaje, negro y plateado por la espalda, tenía manchas carmesíes por todos lados. Su cabeza… Su cabeza eran tres cabezas. La del medio, era la de un gorila. La de la derecha: la de una serpiente enorme —parecía la mamba negra—. La de la izquierda, la de un tigre con dientes de sable.
—¿Qué cojones es...? —se le escapó en un susurro. Juro pudo apreciar que las cabezas se mordían entre ellas como tres perros con la rabia—. Está viva.
El borracho señaló un punto en el suelo, frente al enorme monstruo. Sin embargo, la luz de la guadaña no iluminaba lo suficiente como para que el antiguo kusajin viese nada más que oscuridad.
—Joder, están luchando entre sí para ver quién se la come primero —se dio cuenta.
Chōmei comprendió entonces que el chakra de Kurama procedía de aquella criatura. De aquella abominación artificial de la que, curiosamente, surgían siete colas.
—Pero, ¿¡qué significa esto!?
—Significa que tienes más probabilidades de recuperar a tu hija. —Viva o muerta, le faltó por decir. Entonces, la guadaña que sujetaba se iluminó por una corriente eléctrica—. Te iluminaré el camino… ¡Hip! Y ya hablaremos… ¡hip! Quizá.
Pasó al lado de Juro, mirándole con sus ojos exageradamente azules. Luego, continuó su paso, menos tambaleante, más decidido, hacia el interior de la cueva. De allí emanaba un olor rancio, asqueroso. Olía a vísceras, a sangre a vómitos y heces. Todo ello mezclado en un cóctel nauseabundo.
La guadaña iluminaba parte del camino, arrancando sombras sobre las ariscas rocas con cada movimiento que daban. El borracho se detuvo junto a una esquina. Si Juro asomaba la cabeza, comprendería el porqué: a unos diez metros se erigía una bestia sacada de un cuento de terror. Tenía el cuerpo de un gorila gigantesco —al menos tres veces el tamaño de uno adulto—. Su pelaje, negro y plateado por la espalda, tenía manchas carmesíes por todos lados. Su cabeza… Su cabeza eran tres cabezas. La del medio, era la de un gorila. La de la derecha: la de una serpiente enorme —parecía la mamba negra—. La de la izquierda, la de un tigre con dientes de sable.
—¿Qué cojones es...? —se le escapó en un susurro. Juro pudo apreciar que las cabezas se mordían entre ellas como tres perros con la rabia—. Está viva.
El borracho señaló un punto en el suelo, frente al enorme monstruo. Sin embargo, la luz de la guadaña no iluminaba lo suficiente como para que el antiguo kusajin viese nada más que oscuridad.
—Joder, están luchando entre sí para ver quién se la come primero —se dio cuenta.
Chōmei comprendió entonces que el chakra de Kurama procedía de aquella criatura. De aquella abominación artificial de la que, curiosamente, surgían siete colas.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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