23/12/2020, 13:30
Minori era un pequeño pueblecito situado al sur del legendario Valle del Fin y al este del Valle de los Dojos, cerca de Tanzaku Gai. Su modo de vida se centraba, casi y exclusivamente, en la agricultura, y así se podía apreciar en cada uno de los campos de cultivos que invadían el espacio. O al menos se habría podido apreciar de esta manera, si no fuera porque un grueso manto de nieve había enterrado Minori en lo más crudo del invierno. Sólo unos pocos invernaderos, dispersos aquí y allá, podrían salvar unas pocas reservas de verduras.
—¡Esto no pasaría si, en lugar de plantar lechugas, tuviésemos unas pocas cabezas de ganado! ¡Seguro que esto no está pasando en Ushi!
Ayame escuchó aquellas palabras según abandonó el Bosque de la Hoja y se adentró en Minori. Dos granjeros discutían acaloradamente en las inmediaciones del pueblo sosteniendo sendas horcas mientras señalaban lo que antes debían haber sido campos de tomates y otro tipo de hortalizas que no habían podido resistir la crudeza del invierno. A lo lejos, un espantapájaros había sido transformado en un curioso muñeco de nieve. Sin duda alguna, obra de algunos niños que habían sabido ver la diversión en la tragedia. Ayame inclinó la cabeza en la dirección de los dos agricultures a modo de saludo antes de arrebujarse aún más en su gruesa capa de viaje y terminar de adentrarse en Minori. Con el frío que hacía, lo primero que buscaron sus ojos fue un lugar donde poder refugiarse y abrazar el calor de una buena hoguera. No tardó en encontrarlo: "El Tomate Soleado", una modesta posada que quedaba cerca de la plaza central del pueblo, le dio la bienvenida. Era un lugar más bien pequeño, con apenas cinco mesas para cuatro comensales y un organillo cerca de una de las esquinas. En el otro extremo crepitaba el fuego en la chimenea, alimentado con leña extraída directamente del bosque. Profundamente aliviada, Ayame se quitó la capa, liberando sus cabellos oscuros que cayeron sobre su espalda, y se sentó en la barra.
—¡Buenos días!
—¿Buenos días? ¿Pero tú has visto la que está cayendo ahí fuera, chiquilla? —Al otro lado de la barra, un hombre notablemente corpulento y de cabellos castaños la miró con profunda irritación—. ¡No habíamos tenido una nevada así en años! ¿Qué digo años? ¡Décadas!
—Sí, la verdad es que parece... problemático... —respondió ella, torciendo ligeramente el gesto, apurada. Parecía que no había llegado en el mejor momento a Minori...
—Esperemos que no dure demasiado, o tendremos que pedir provisiones a esos desgraciados de Ushi. ¡Menuda suerte tienen, sus ovejas no se pochan con el frío!
«No, pero la hierba que necesitan sí...» Pensó para sus adentros, pero no quiso hurgar en la herida.
—En fin, ¿qué puedo hacer por ti?
—Te queda algo de caldo? Necesito algo calentito para quitarme este frío de encima...
—¡Marchando una sopa de verduras, la especialidad de la casa!
—¡Esto no pasaría si, en lugar de plantar lechugas, tuviésemos unas pocas cabezas de ganado! ¡Seguro que esto no está pasando en Ushi!
Ayame escuchó aquellas palabras según abandonó el Bosque de la Hoja y se adentró en Minori. Dos granjeros discutían acaloradamente en las inmediaciones del pueblo sosteniendo sendas horcas mientras señalaban lo que antes debían haber sido campos de tomates y otro tipo de hortalizas que no habían podido resistir la crudeza del invierno. A lo lejos, un espantapájaros había sido transformado en un curioso muñeco de nieve. Sin duda alguna, obra de algunos niños que habían sabido ver la diversión en la tragedia. Ayame inclinó la cabeza en la dirección de los dos agricultures a modo de saludo antes de arrebujarse aún más en su gruesa capa de viaje y terminar de adentrarse en Minori. Con el frío que hacía, lo primero que buscaron sus ojos fue un lugar donde poder refugiarse y abrazar el calor de una buena hoguera. No tardó en encontrarlo: "El Tomate Soleado", una modesta posada que quedaba cerca de la plaza central del pueblo, le dio la bienvenida. Era un lugar más bien pequeño, con apenas cinco mesas para cuatro comensales y un organillo cerca de una de las esquinas. En el otro extremo crepitaba el fuego en la chimenea, alimentado con leña extraída directamente del bosque. Profundamente aliviada, Ayame se quitó la capa, liberando sus cabellos oscuros que cayeron sobre su espalda, y se sentó en la barra.
—¡Buenos días!
—¿Buenos días? ¿Pero tú has visto la que está cayendo ahí fuera, chiquilla? —Al otro lado de la barra, un hombre notablemente corpulento y de cabellos castaños la miró con profunda irritación—. ¡No habíamos tenido una nevada así en años! ¿Qué digo años? ¡Décadas!
—Sí, la verdad es que parece... problemático... —respondió ella, torciendo ligeramente el gesto, apurada. Parecía que no había llegado en el mejor momento a Minori...
—Esperemos que no dure demasiado, o tendremos que pedir provisiones a esos desgraciados de Ushi. ¡Menuda suerte tienen, sus ovejas no se pochan con el frío!
«No, pero la hierba que necesitan sí...» Pensó para sus adentros, pero no quiso hurgar en la herida.
—En fin, ¿qué puedo hacer por ti?
—Te queda algo de caldo? Necesito algo calentito para quitarme este frío de encima...
—¡Marchando una sopa de verduras, la especialidad de la casa!