12/01/2021, 13:37
Era el principio del verano y allí me encontraba, en aquel torreón, rodeado de gente y locales. Sin lugar a dudas el centro neurálgico de la aldea, donde más kusajin por metro cuadrado había en todo Ōnindo. Probablemente, el único lugar en el que Kumopansa pasaba desapercibida mientras descansaba encima de mi cabeza. Los niños con los que me cruzaban, incluso, se la miraban con ganas de jugar mientras que el arácnido se mostraba tenso ante sus miradas que, a su entender, se antojaban diabólicas.
Dimos con un local que solíamos visitar. El Yugo del lechugo se llamaba y no era otra cosa que un local en el que tomarte un buen refrigerio o alguna tapita para llenar el hueco de la muela. En aquella ocasión sería un refresco de frambuesa con dos pajitas, una para mí y la otra para mi fiel compañera. Nos acercamos hasta una de las vallas que daban a una de aquellas plazas multiusos que en el caso de los ninja como yo y Kumopansa servían para entrenar y, en algún que otro momento del año, para hacer alguna exhibición a los habitantes de Kusagakure.
— Echaré de menos estos ratos, te lo juro
No hubo respuesta, pero supe que Kumopansa también los iba a echar de menos. No obstante, había fecha de regreso. Tras el entrenamiento en el Valle Aodori regresaríamos a la aldea.
![[Imagen: K1lxG4r.png]](https://i.imgur.com/K1lxG4r.png)
![[Imagen: dlinHLO.png]](https://i.imgur.com/dlinHLO.png)
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