5/03/2021, 18:02
(Última modificación: 5/03/2021, 18:07 por Eikyuu Juro. Editado 2 veces en total.)
Las palabras de Juro salieron desde el interior su ser. Manifestó unos pensamientos que no había exteriorizado nunca, pero que, probablemente, siempre había pensado. La lealtad no era algo que podía desaparecer de un momento a otro. No para alguien como él. Puede que ya no fuera un ninja de Kusagakure, pero aún le quedaba el suficiente honor como para mantener su seguridad.
Podría buscarle la ruina a la villa. Podría revelar su posición a todo el mundo. Hacer daño a la Aldea que pretendía cazarle le podría incluso beneficiar. Pero él no era así. Y no quería transformarse en ese tipo de monstruo.
Aquel arrebato de valentía podía haberle ocasionado la muerte. Pero no fue así. Zaide no le atacó, ni trató de sonsacarle la información.
Sin embargo, cuando sus ojos se tiñeron de rojo, comprendió que su estratagema no había acabado. Pues en su interior había otro ser que también conocía la información que buscaba. Pero nunca, ni en sus peores pesadillas, se hubiera imaginado que aquellos ojos, además de todo el poder que poseían, también eran la llave para entrar en su mundo interior privado.
El mundo desapareció y se reconstruyó en cuestión de instantes. La cueva y la selva, las rocas y la destrucción, todo desapareció, convirtiendo aquel lugar en un enorme cielo repleto de nube.
— ¿Qué... qué cojones has...? — Paralizado, no llegó a comprender del todo lo que estaba pasando hasta que alzó la cabeza y lo vio.
Y su expresión no le gustó nada.
Chōmei se alzaba en todo su esplendor, recortando el cielo y las nubes con la anchura de sus alas anaranjadas. La enorme criatura se mantenía a flote con el movimiento de seis de sus siete colas, convertidas en alas. Su parte superior, recubierta por un casco y una enorme armadura, que terminaba en un abdomen verduzco que le unía a las colas. A través del casco, Zaide podría apreciar un brillo anaranjado, que correspondería con los ojos de aquella criatura.
El bijuu no se inmutó al ver a su Jinchūriki. Dirigió toda su atención ante el hombre que se había atrevido a entrar en sus dominios.
—Las coordenadas de aquellos que te atraparon y encerraron. ¿Me las dirás?
Esas fueron las palabras del hombre. Ni si quiera se lo pidió de manera educada.
La criatura agitó las colas más intensamente de lo habitual. Aquel hombre le repugnaba. No solo había entrado de manera descarada. Después de asustar a Juro, pretendía utilizar sus trucos contra él. Quería utilizar el odio que Chōmei sentía hacia la humanidad a su favor. ¿De verdad pensaba que un simple humano como él podría ser más inteligente que un bijuu? Puede que no entendiera sus motivos, pero no le hacía falta. En su rostro, podía ver la misma ambición que, tiempo atrás, los habitantes de las cinco villas habían mostrado al capturarle y utilizarle como arma.
Durante un tiempo, Chōmei había odiado a todos los humanos por igual. Había creído que esa ambición era la marca de nacimiento que les acompañaba hasta la tumba. Una ambición por la que cometerían atrocidades sin pestañear. Por la que subyugarían a todo ser que mostrara la más mínima vulnerabilidad.
Pero su fortuna había cambiado. Había conocido a Juro. Había entendido que, si al menos existía una buena persona en aquel mundo, puede que la humanidad no estuviera perdida. Quizá las palabras de su padre tuvieran un sentido. Eso no aliviaba el dolor que le habían ocasionado, pero al menos, era un comienzo hacia algo nuevo. Algo que hiciera terminar todo aquel ciclo de odio, muerte y dolor que los bijuu y los humanos habían estado protagonizando durante toda su historia.
Juro era el chico más afortunado que había conocido. Y él, el gran y afortunado Chōmei, permanecería a su lado. Eso había decidido un año atrás y no se había arrepentido de ello. Por eso, la respuesta ante aquel hombre era clara. Hasta él sabía que la confianza debía pagarse con más confianza.
— Uchiha sin suerte, ¿de verdad crees que te daré lo que buscas? — Chōmei soltó una carcajada, tan alta y tan aguda como molesta. Puede que no pudiera intimidar a ese humano, pero él tampoco sentía el más mínimo miedo —. Aquellos que me atraparon y encerraron son humanos repugnantes. Pero tú no eres diferente a ellos. No mereces ni una pizca de la fortuna del gran Chōmei. Márchate por donde has venido.
Chōmei no sentía el mismo patriotismo que Juro. En su opinión, Kusagakure podía hundirse, a él le daba igual. Era una aldea demasiado desafortunada. Pero durante todo el año que había pasado con aquel humano, algo de sus sentimientos, quizá se habían filtrado por su coraza. Puede que él también recordara a las personas de las que Juro tanto hablaba. Quizá, en el fondo, sabía que no todos eran seres humanos desafortunados. Puede que no merecieran morir.
Le dieron ganas de reir otra vez. ¿Desde cuando había empezado a pensar como aquel estúpido y pequeño humano?
Podría buscarle la ruina a la villa. Podría revelar su posición a todo el mundo. Hacer daño a la Aldea que pretendía cazarle le podría incluso beneficiar. Pero él no era así. Y no quería transformarse en ese tipo de monstruo.
Aquel arrebato de valentía podía haberle ocasionado la muerte. Pero no fue así. Zaide no le atacó, ni trató de sonsacarle la información.
Sin embargo, cuando sus ojos se tiñeron de rojo, comprendió que su estratagema no había acabado. Pues en su interior había otro ser que también conocía la información que buscaba. Pero nunca, ni en sus peores pesadillas, se hubiera imaginado que aquellos ojos, además de todo el poder que poseían, también eran la llave para entrar en su mundo interior privado.
El mundo desapareció y se reconstruyó en cuestión de instantes. La cueva y la selva, las rocas y la destrucción, todo desapareció, convirtiendo aquel lugar en un enorme cielo repleto de nube.
— ¿Qué... qué cojones has...? — Paralizado, no llegó a comprender del todo lo que estaba pasando hasta que alzó la cabeza y lo vio.
Y su expresión no le gustó nada.
...
Chōmei se alzaba en todo su esplendor, recortando el cielo y las nubes con la anchura de sus alas anaranjadas. La enorme criatura se mantenía a flote con el movimiento de seis de sus siete colas, convertidas en alas. Su parte superior, recubierta por un casco y una enorme armadura, que terminaba en un abdomen verduzco que le unía a las colas. A través del casco, Zaide podría apreciar un brillo anaranjado, que correspondería con los ojos de aquella criatura.
El bijuu no se inmutó al ver a su Jinchūriki. Dirigió toda su atención ante el hombre que se había atrevido a entrar en sus dominios.
—Las coordenadas de aquellos que te atraparon y encerraron. ¿Me las dirás?
Esas fueron las palabras del hombre. Ni si quiera se lo pidió de manera educada.
La criatura agitó las colas más intensamente de lo habitual. Aquel hombre le repugnaba. No solo había entrado de manera descarada. Después de asustar a Juro, pretendía utilizar sus trucos contra él. Quería utilizar el odio que Chōmei sentía hacia la humanidad a su favor. ¿De verdad pensaba que un simple humano como él podría ser más inteligente que un bijuu? Puede que no entendiera sus motivos, pero no le hacía falta. En su rostro, podía ver la misma ambición que, tiempo atrás, los habitantes de las cinco villas habían mostrado al capturarle y utilizarle como arma.
Durante un tiempo, Chōmei había odiado a todos los humanos por igual. Había creído que esa ambición era la marca de nacimiento que les acompañaba hasta la tumba. Una ambición por la que cometerían atrocidades sin pestañear. Por la que subyugarían a todo ser que mostrara la más mínima vulnerabilidad.
Pero su fortuna había cambiado. Había conocido a Juro. Había entendido que, si al menos existía una buena persona en aquel mundo, puede que la humanidad no estuviera perdida. Quizá las palabras de su padre tuvieran un sentido. Eso no aliviaba el dolor que le habían ocasionado, pero al menos, era un comienzo hacia algo nuevo. Algo que hiciera terminar todo aquel ciclo de odio, muerte y dolor que los bijuu y los humanos habían estado protagonizando durante toda su historia.
Juro era el chico más afortunado que había conocido. Y él, el gran y afortunado Chōmei, permanecería a su lado. Eso había decidido un año atrás y no se había arrepentido de ello. Por eso, la respuesta ante aquel hombre era clara. Hasta él sabía que la confianza debía pagarse con más confianza.
— Uchiha sin suerte, ¿de verdad crees que te daré lo que buscas? — Chōmei soltó una carcajada, tan alta y tan aguda como molesta. Puede que no pudiera intimidar a ese humano, pero él tampoco sentía el más mínimo miedo —. Aquellos que me atraparon y encerraron son humanos repugnantes. Pero tú no eres diferente a ellos. No mereces ni una pizca de la fortuna del gran Chōmei. Márchate por donde has venido.
Chōmei no sentía el mismo patriotismo que Juro. En su opinión, Kusagakure podía hundirse, a él le daba igual. Era una aldea demasiado desafortunada. Pero durante todo el año que había pasado con aquel humano, algo de sus sentimientos, quizá se habían filtrado por su coraza. Puede que él también recordara a las personas de las que Juro tanto hablaba. Quizá, en el fondo, sabía que no todos eran seres humanos desafortunados. Puede que no merecieran morir.
Le dieron ganas de reir otra vez. ¿Desde cuando había empezado a pensar como aquel estúpido y pequeño humano?
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
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Sellos implantados: Hermandad intrepida
- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60