11/03/2021, 14:41
—Si, supongo que es más probable que yo necesite ayuda —dijo Hayato, girando el comunicador entre sus dedos con una ligera risa—. Sin embargo, si ves que necesitas algo, también estaré allí... pero tal vez me tarde algo más que varios parpadeos.
Ayame asintió, correspondiendo a su sonrisa.
—¡Sin problema!
—El hombre dijo que eran unos comerciantes de Tanzaku —agregó, respondiendo a su anterior pregunta—. Normalmente, estas personas toman rutas transitadas y cortas por seguridad, entonces probablemente el peaje estará en la ruta a esta ciudad...
—Disculpe, shinobi, pero no están en esa ruta —le corrigió el anciano, que se había acercado, con el rostro sombrío, para intervenir en la conversación—. Esos malditos son tan malos como inteligentes. Los comerciantes vienen del puerto al sur, de Taikarune. Llevaban varios cargamentos para venderlos en Tanzaku, entre los cuales estaba el nuestro y lo traían directamente hacia acá. Éramos su prioridad... Pero los bandidos pusieron el peaje cerca a la aldea, a unas cuantas horas de aquí, en la ruta al puerto. Así, si pedíamos ayuda, podrían arrasarnos antes de que esta llegara...
«Desde Taikarune... Eso está a medio día andando hacia el sur.» Reflexionó Ayame. Afortunadamente, no parecía que fuera a tener que caminar tanto: los bandidos habían colocado su campamento a unas pocas horas de Minori, de camino a Taikarune.
Con suerte, Ayame podría recortar aún más esas horas.
—Muchas gracias por la información, buen hombre. —Ayame inclinó la cabeza, y después se volvió hacia Hayato—. Te dejo a cargo de los enfermos, yo iré a toda velocidad hacia el sur. Ya sabes, si necesitas cualquier cosa... —añadió, señalándose el comunicador en la oreja izquierda en una muda pero clara indicación.
Después, se despidió alzando la mano y echó a correr hacia el exterior del colegio. Se detuvo, sin embargo, nada más atravesar la puerta principal y trepó con ayuda de su chakra hasta llegar al tejado. Se acuclilló momentáneamente y se mordió el dedo pulgar para dibujar en el suelo el kanji de la luna.
—Bien... —asintió para sí, satisfecha. Después, con la mano aún ensangrentada, entrelazó las manos en varios sellos y estampó la mano en el suelo. Una densa nube de humo estalló, envolviéndola por completo durante unos segundos, y su estómago dio un vuelco cuando sintió el cuerpo emplumado del halcón gigante aupándola en el aire—. ¡Takeshi, necesito tu ayuda! —exclamó, para hacerse oír por encima del rugir del viento. Resollaba ligeramente por el súbito gasto de chakra utilizado, pero aquello no había hecho más que empezar.
—¡Cómo no! —rio el ave, batiendo sus poderosas alas—. ¿De qué se trata esta vez?
—¡Tenemos que ir al sur de Minori lo más rápido que puedas! ¡Unos malnacidos están extorsionando a estas gentes y les han cortado los suministros de comida! ¡Vamos a enseñarles una lección!
—¡Estaremos allí antes de que termines de pronunciar "Minori"! —resolvió Takeshi, quien, con un último chillido, batió con aún más fuerza sus alas y se lanzó hacia el sur con toda la velocidad de la que siempre hacía gala y de la que tanto se enorgullecía. Ayame tuvo que agarrarse con más fuerza e inclinar el cuerpo hacia delante para no verse empujada por la inercia.
Ahora sólo les quedaba dar con aquellos condenados bandidos.
Ayame asintió, correspondiendo a su sonrisa.
—¡Sin problema!
—El hombre dijo que eran unos comerciantes de Tanzaku —agregó, respondiendo a su anterior pregunta—. Normalmente, estas personas toman rutas transitadas y cortas por seguridad, entonces probablemente el peaje estará en la ruta a esta ciudad...
—Disculpe, shinobi, pero no están en esa ruta —le corrigió el anciano, que se había acercado, con el rostro sombrío, para intervenir en la conversación—. Esos malditos son tan malos como inteligentes. Los comerciantes vienen del puerto al sur, de Taikarune. Llevaban varios cargamentos para venderlos en Tanzaku, entre los cuales estaba el nuestro y lo traían directamente hacia acá. Éramos su prioridad... Pero los bandidos pusieron el peaje cerca a la aldea, a unas cuantas horas de aquí, en la ruta al puerto. Así, si pedíamos ayuda, podrían arrasarnos antes de que esta llegara...
«Desde Taikarune... Eso está a medio día andando hacia el sur.» Reflexionó Ayame. Afortunadamente, no parecía que fuera a tener que caminar tanto: los bandidos habían colocado su campamento a unas pocas horas de Minori, de camino a Taikarune.
Con suerte, Ayame podría recortar aún más esas horas.
—Muchas gracias por la información, buen hombre. —Ayame inclinó la cabeza, y después se volvió hacia Hayato—. Te dejo a cargo de los enfermos, yo iré a toda velocidad hacia el sur. Ya sabes, si necesitas cualquier cosa... —añadió, señalándose el comunicador en la oreja izquierda en una muda pero clara indicación.
Después, se despidió alzando la mano y echó a correr hacia el exterior del colegio. Se detuvo, sin embargo, nada más atravesar la puerta principal y trepó con ayuda de su chakra hasta llegar al tejado. Se acuclilló momentáneamente y se mordió el dedo pulgar para dibujar en el suelo el kanji de la luna.
—Bien... —asintió para sí, satisfecha. Después, con la mano aún ensangrentada, entrelazó las manos en varios sellos y estampó la mano en el suelo. Una densa nube de humo estalló, envolviéndola por completo durante unos segundos, y su estómago dio un vuelco cuando sintió el cuerpo emplumado del halcón gigante aupándola en el aire—. ¡Takeshi, necesito tu ayuda! —exclamó, para hacerse oír por encima del rugir del viento. Resollaba ligeramente por el súbito gasto de chakra utilizado, pero aquello no había hecho más que empezar.
—¡Cómo no! —rio el ave, batiendo sus poderosas alas—. ¿De qué se trata esta vez?
—¡Tenemos que ir al sur de Minori lo más rápido que puedas! ¡Unos malnacidos están extorsionando a estas gentes y les han cortado los suministros de comida! ¡Vamos a enseñarles una lección!
—¡Estaremos allí antes de que termines de pronunciar "Minori"! —resolvió Takeshi, quien, con un último chillido, batió con aún más fuerza sus alas y se lanzó hacia el sur con toda la velocidad de la que siempre hacía gala y de la que tanto se enorgullecía. Ayame tuvo que agarrarse con más fuerza e inclinar el cuerpo hacia delante para no verse empujada por la inercia.
Ahora sólo les quedaba dar con aquellos condenados bandidos.