18/01/2016, 00:49
El día estuvo tranquilo, aunque el aire frío y cargado de humedad auguraba una noche agitada. El capitán aseguraba que pronto habría una tormenta, como sucedía cada vez que le dolían los huesos. Kazuma se permitió ser un poco escéptico, pues las aguas estaban calmas y tenían un cielo despejado por sobre las cabezas. Durante horas todo permaneció tranquilo, incluso se pudo apreciar un hermoso atardecer en aquel horizonte sin nubes, donde el sol poniente, cual artista con inspiración divina, creaba una vasta obra maestra con infinitos matices de rojos y efecto de tornasol.
«De todo los sitios que conozco, el país de la espiral tiene los ocasos más hermosos» —Pensó, con un leve y, poco usual en él, sentido de pertenencia.
Cuando la luz del astro rey se hubo extinguido, la penumbra trajo consigo la tempestad. Para los ojos inexpertos parecería que salió de la nada. Para un curtido marinero como el capitán, la tormenta ya se estaba gestando desde el momento en que las gaviotas regresaron a tierra en busca de refugio. Las nubes se formaron con una velocidad aterradora, y cuando estuvieron hinchadas, sus vientres de desgarraron dejando caer una fría lluvia de gotas gruesas. El viento aún estaba en relativa calma, pero los constantes trueno impedían olvidar que estaban entrando en la boca de la tempestad.
—¡Recojan la velas y despejen la cubierta! ¡Luego bajen a resguardarse! ¡En cuanto pasemos la tormenta recuperaremos el curso! —Rugió el capitán, haciendo que la tripulación se pusiera manos a la obra.
Era ya noche cerrada, y en su camarote el joven peliblanco se encontraba lejos de conciliar el sueño. Quizás fuera el bamboleo de la nave o el crujir de la madera nueva. No lo sabía con certeza, pero estaba claro que no podría dormir. Decidió levantarse y caminar un rato, con la esperanza de que el buen Sakanao estuviera despierto y dispuesto a conversar un rato. Varios fueron sus tropiezos, pero finalmente llegó a donde los hombre de abordo estaban reunidos; un amplio espacio con una pequeña mesa al centro y varias marinos sentados en cajas vacías a su alrededor. Les iluminaba la tenue luz de una lámpara de aceite de ballena, mientras en una pequeña estufa colgaba un caldero con alguna especie de guiso.
—¡Chico ven y únetenos! —dijo luego de ver al Ishimura junto a la rampilla que subía a cubierta y por donde entraba un poco de lluvia y algunos destellos relampagueantes—. Este aguacero no deja a nadie conciliar el sueño, así que estamos compartiendo una comida caliente y unas cuantas historias de puerto ¿te nos unes? —preguntó sonriente.
—Seguro que sí —respondió devolviéndole la sonrisa. Luego de tomar una caja y unirse al círculo, el viejo hombre de mar le tendió un cuenco humeante y una hogaza de pan, mientras comenzaban las risas y los relatos.
En alguna otra parte del barco se encontraba la bella señorita de cabellos blancos, muy probablemente con el mismo problema del sueño que aquejaba a todos los demás. Quizás su destino también fuera similar en ese caso; el unirse a aquella tripulación que buscaba distraerse en medio de una noche tempestuosa.
«De todo los sitios que conozco, el país de la espiral tiene los ocasos más hermosos» —Pensó, con un leve y, poco usual en él, sentido de pertenencia.
Cuando la luz del astro rey se hubo extinguido, la penumbra trajo consigo la tempestad. Para los ojos inexpertos parecería que salió de la nada. Para un curtido marinero como el capitán, la tormenta ya se estaba gestando desde el momento en que las gaviotas regresaron a tierra en busca de refugio. Las nubes se formaron con una velocidad aterradora, y cuando estuvieron hinchadas, sus vientres de desgarraron dejando caer una fría lluvia de gotas gruesas. El viento aún estaba en relativa calma, pero los constantes trueno impedían olvidar que estaban entrando en la boca de la tempestad.
—¡Recojan la velas y despejen la cubierta! ¡Luego bajen a resguardarse! ¡En cuanto pasemos la tormenta recuperaremos el curso! —Rugió el capitán, haciendo que la tripulación se pusiera manos a la obra.
Era ya noche cerrada, y en su camarote el joven peliblanco se encontraba lejos de conciliar el sueño. Quizás fuera el bamboleo de la nave o el crujir de la madera nueva. No lo sabía con certeza, pero estaba claro que no podría dormir. Decidió levantarse y caminar un rato, con la esperanza de que el buen Sakanao estuviera despierto y dispuesto a conversar un rato. Varios fueron sus tropiezos, pero finalmente llegó a donde los hombre de abordo estaban reunidos; un amplio espacio con una pequeña mesa al centro y varias marinos sentados en cajas vacías a su alrededor. Les iluminaba la tenue luz de una lámpara de aceite de ballena, mientras en una pequeña estufa colgaba un caldero con alguna especie de guiso.
—¡Chico ven y únetenos! —dijo luego de ver al Ishimura junto a la rampilla que subía a cubierta y por donde entraba un poco de lluvia y algunos destellos relampagueantes—. Este aguacero no deja a nadie conciliar el sueño, así que estamos compartiendo una comida caliente y unas cuantas historias de puerto ¿te nos unes? —preguntó sonriente.
—Seguro que sí —respondió devolviéndole la sonrisa. Luego de tomar una caja y unirse al círculo, el viejo hombre de mar le tendió un cuenco humeante y una hogaza de pan, mientras comenzaban las risas y los relatos.
En alguna otra parte del barco se encontraba la bella señorita de cabellos blancos, muy probablemente con el mismo problema del sueño que aquejaba a todos los demás. Quizás su destino también fuera similar en ese caso; el unirse a aquella tripulación que buscaba distraerse en medio de una noche tempestuosa.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)