Como un día cualquiera en Amegakure, la lluvia caía, las luces de neón brillaban fuerte y en las zonas céntricas de la aldea se hacía oír el barullo típico de grandes aglomerados de personas. Aunque, en las zonas más residenciales de la villa, se podía respirar un aura más de tranquilidad, o por lo menos eso se podría apreciar en ese día. La casa de los Nara no hacía excepción a la regla. Justo hasta ese momento.
—¡AHHH! — se pudo oír fuerte que venía de la vivienda en concreto. —¡La próxima te mato!
De la nada, en las afuera de la casa, una pequeña katana volaba por los aires, sobrepasando por lo justo la pared. Esta se desvió un poco hacia la izquierda, cayó en el suelo, haciendo un notable ruido por el impacto, y quedando detrás de un poste.
Tan solo unos momentos más tarde, la figura de una chica se asomaría por encima de la pared, viendo para sendos lados del camino, buscando el objeto de filo.
—¿Dónde mierda está?
Si se le veía con detalle la mano izquierda de la amejin, se notaría que la tenía levemente hinchada y con un color más rojo.