7/07/2021, 03:47
A pesar de imitarla, la reacción de Chika, para más inri, fue de forma positiva. Incluso se había reído de la imitación que hizo.
—Bueno, señorita Jun, ¿viene con apellido su nombre? — hizo una sutil reverencia — Yo me llamo Kaminari Chika, del dojo Kaminari. Nosotras entrenamos más el cuerpo que las armas, aunque también usamos armas a mí no me interesan demasiado.
No solo era la cuestión del trato tan extraño que iba tomando la peliazul sobre ella, ahora se agregaba que la chica hacía una reverencia para presentarse y usaba ciertas formalidades para hablar. Jun, simplemente, se rascó la nuca, dejando ver una de las pocas veces que se logró sentir así de incómoda.
—Mi apellido es Nara. Aunque no es necesario requerir a tantas formalidades. Está todo bien. — rio un poco y movía las manos nuevamente.
—No están mal las armas, pero, recuerda que lo único que siempre tendrás, es tu cuerpo. Así que... cuídalo.
De la nada, esa sonrisa que ya le estaba incomodando un poco a Jun, desapareció. Como si por un segundo recordó algo. Algo al parecer no muy lindo. La pelicorto se sorprendió un poco y se quedó mirándola, algo extrañada.
—S-si, puede ser que tengas razón. Aunque, bueno, hay que saber por lo menos un poco de todo...
Con una suerte de azar, se escuchó como se abría la puerta de la casa de Jun. Por la misma asomaba un hombre bastante alto, incluso mucho más que Chika, con un pelo corto con un peinado algo alborotado y de color negro, sus rasgos faciales eran bastantes finos y su piel era igual de pálida que la de Jun.
—¿Todo bien Jun?
Cuando Jun pudo ver a su hermano en la puerta, solo atinó en acercarse unos pasos y tirarle la kodachi con vaina y todo. Shirō solo la rechazó con la mano y se quedó mirándola, riéndose un poco.
—¡Me agarraste distraída, porque si no te mataba! — levantó la zurda, la cual estaba aún un poco lastimada y levantó el dedo corazón.
—Sigue intentando, sigue intentando. — siguió riendo, hasta que vio una persona cerca de su hermana. —¿Quién eres?
La pelinegro hacía un movimiento con la mano, indicando que se meta de nuevo a la casa.
—No molestes, ya es demasiado que me hayas dañado la mano.
—Bueno, señorita Jun, ¿viene con apellido su nombre? — hizo una sutil reverencia — Yo me llamo Kaminari Chika, del dojo Kaminari. Nosotras entrenamos más el cuerpo que las armas, aunque también usamos armas a mí no me interesan demasiado.
No solo era la cuestión del trato tan extraño que iba tomando la peliazul sobre ella, ahora se agregaba que la chica hacía una reverencia para presentarse y usaba ciertas formalidades para hablar. Jun, simplemente, se rascó la nuca, dejando ver una de las pocas veces que se logró sentir así de incómoda.
—Mi apellido es Nara. Aunque no es necesario requerir a tantas formalidades. Está todo bien. — rio un poco y movía las manos nuevamente.
—No están mal las armas, pero, recuerda que lo único que siempre tendrás, es tu cuerpo. Así que... cuídalo.
De la nada, esa sonrisa que ya le estaba incomodando un poco a Jun, desapareció. Como si por un segundo recordó algo. Algo al parecer no muy lindo. La pelicorto se sorprendió un poco y se quedó mirándola, algo extrañada.
—S-si, puede ser que tengas razón. Aunque, bueno, hay que saber por lo menos un poco de todo...
Con una suerte de azar, se escuchó como se abría la puerta de la casa de Jun. Por la misma asomaba un hombre bastante alto, incluso mucho más que Chika, con un pelo corto con un peinado algo alborotado y de color negro, sus rasgos faciales eran bastantes finos y su piel era igual de pálida que la de Jun.
—¿Todo bien Jun?
Cuando Jun pudo ver a su hermano en la puerta, solo atinó en acercarse unos pasos y tirarle la kodachi con vaina y todo. Shirō solo la rechazó con la mano y se quedó mirándola, riéndose un poco.
—¡Me agarraste distraída, porque si no te mataba! — levantó la zurda, la cual estaba aún un poco lastimada y levantó el dedo corazón.
—Sigue intentando, sigue intentando. — siguió riendo, hasta que vio una persona cerca de su hermana. —¿Quién eres?
La pelinegro hacía un movimiento con la mano, indicando que se meta de nuevo a la casa.
—No molestes, ya es demasiado que me hayas dañado la mano.