14/07/2021, 16:02
La kunoichi conectó su patada, pero el boxeador le imitó y le apresó del brazo. Luego le lanzó un puñetazo. Aunque Ranko en realidad no podía hacer nada para contrarrestarlo, le sorprendió que no le doliera, y la incógnita le siguió hasta el suelo, pues el puño distractor había evitado que se fijara en el barrido.
Ranko apretó los dientes cuando su espalda chocó contra el suelo. La chica lo aprovecharía, no obstante, y, como un resorte, mecería el cuerpo hacia adelante para regresarle una patada al torso [-22PV]. Luego, usando el impulso de la misma patada, daría un giro hacia atrás para retroceder y levantarse. Sentía el dolor plagarle el cuerpo, y sus músculos rasgarse mínimamente. Pero la energía no le abandonaba, y sabía que podía continuar, al menos un poco más.
—¡Vamos, Hermana! —animó Meme al borde del dojo, agitando la Suiken, de nuevo en forma de pompones. Ranko le dedicó una sonrisa relámpago a la pelirroja.
—Q-qué emocionante combate, Daigo-san. Gracias por lo que me has enseñado. —Pero no atacaría, sino que instaría a su compañero a que lo hiciera, con un movimiento de cabeza. Seguiría el consejo de su madre: retirarse y reagruparse. Tal vez un pequeño respiro era todo lo que necesitaba para dar el golpe final. Sus ojos ardían y su espíritu lo hacía mucho más. Imaginaba las auras del conejo y el tigre rodeándole a ella y a Daigo. Un combate espiritual además de físico.
Ranko apretó los dientes cuando su espalda chocó contra el suelo. La chica lo aprovecharía, no obstante, y, como un resorte, mecería el cuerpo hacia adelante para regresarle una patada al torso [-22PV]. Luego, usando el impulso de la misma patada, daría un giro hacia atrás para retroceder y levantarse. Sentía el dolor plagarle el cuerpo, y sus músculos rasgarse mínimamente. Pero la energía no le abandonaba, y sabía que podía continuar, al menos un poco más.
—¡Vamos, Hermana! —animó Meme al borde del dojo, agitando la Suiken, de nuevo en forma de pompones. Ranko le dedicó una sonrisa relámpago a la pelirroja.
—Q-qué emocionante combate, Daigo-san. Gracias por lo que me has enseñado. —Pero no atacaría, sino que instaría a su compañero a que lo hiciera, con un movimiento de cabeza. Seguiría el consejo de su madre: retirarse y reagruparse. Tal vez un pequeño respiro era todo lo que necesitaba para dar el golpe final. Sus ojos ardían y su espíritu lo hacía mucho más. Imaginaba las auras del conejo y el tigre rodeándole a ella y a Daigo. Un combate espiritual además de físico.
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