22/01/2016, 17:46
(Última modificación: 23/01/2016, 19:52 por Aotsuki Ayame.)
El día había llegado. La primera ronda del ya famoso Torneo de los Dojos había comenzado.
Como un pajarillo inquieto, Ayame paseaba de arriba a abajo en la pequeña sala donde había sido recluida. Sin embargo, el sonido de sus pasos contra el suelo de piedra sólo conseguía ponerla más nerviosa, por lo que terminó sentándose en un banco que habían colocado para ella. Pero sus piernas parecían haber cobrado vida propia, y pronto sus rodillas siguieron con su frenético baile.
—¡Ah! ¡No soporto esto! —gimió para sí, con un hilo de voz.
Por suerte (o quizás para su desgracia), la agonía no iba a prolongarse durante demasiado tiempo. Y, de hecho, encontró algo con lo que entretenerse durante la espera. Cuando metió la mano en su portaobjetos, una voz desconocida para ella logró sobresaltarla.
—¡Habaki Karamaru! ¡Sasagani Yota! ¡Os toca!
«Yota... ¿Ese era el chico araña? ¿Se habrá traído los seis brazos?» Se preguntó, con las manos entretenidas en su quehacer. No le sonaba; sin embargo, el nombre del otro chico: Karamaru. Por lo que no se pudo hacer una idea de qué tipo de contrincante le podría haber tocado.
—¡Uchiha Nabi! ¡Hanaiko Daruu! ¡Os toca!
—¿Daruu? —exclamó, y del sobresalto terminó de pie.
Nuevamente, no conocía el nombre de Nabi. Y en aquella ocasión se alarmó notablemente al pensar en su compañero de aldea. ¿Cómo le iría? ¿Sería muy fuerte su contrincante? ¿Estaría bien...? De un momento a otro, comenzó a ensoñar para sí misma lo que pasaría si ambos acabaran encontrándose en el torneo. Sin duda alguna, sería una batalla muy emocionante y quizás...
Quizás podría demostrarle que había mejorado desde la última vez que se habían enfrentado.
Pasaron varios largos minutos. Unos minutos cargados de tensión durante los cuales Ayame trataba en vano de escuchar algo a través de las paredes que la rodeaban. Exclamaciones, gritos de sorpresa, de horror, de júbilo, ánimos, abucheos... cualquier cosa le habría servido para hacerse una idea. Pero la habitación estaba perfectamente insonorizada, y no se enteraría del resultado de los demás combates hasta que no terminara la ronda.
—¡Hayashi Haruto! ¡Aotsuki Ayame! —anunció la voz repentinamente—. ¡Os toca!
Entonces, la puerta se abrió ante ella con un desagradable crujido y la luz del exterior bañó la sala. Ayame entrecerró los ojos con un débil gesto de dolor, repentinamente cegada.
[color=dodgerblue]—¿Haruto? Otro nombre desconocido... —cuando recuperó la visión, tragó saliva y respiró hondo varias veces. Tenía todo preparado, sólo tenía que caminar al frente y salir al campo de combate. Pero si era tan simple, ¿por qué le pesaban tanto las piernas?—. Bueno, vamos allá...
Se armó de todo el coraje que pudo y salió al exterior. La arena crujió bajo sus sandalias, pero el sonido quedó rápidamente eclipsado por los vítores de un público ya extasiado de haber contemplado con anterioridad dos combates. Ayame, aunque abrumada, ya sabía lo que se iba a encontrar en cuanto pusiera sus pies allí, ya que les habían hecho un pequeño recorrido por las estancias del estadio antes del evento, por lo que no se sorprendió al verse en una enorme arena dominada por dos pilares cilíndricos por lo menos el doble de alto que ella y la suficiente superficie como para sentirse cómoda de pie sobre ellos.
Sin pensárselo demasiado, se plantó junto al pilar que tenía más cerca de sí y con un ágil salto se plantó sobre el círculo que le correspondía para dar el gong de combate. Desde allí tenía una buena vista del panorama, y su primer impulso fue buscar a su oponente en el otro extremo del estadio.
Como un pajarillo inquieto, Ayame paseaba de arriba a abajo en la pequeña sala donde había sido recluida. Sin embargo, el sonido de sus pasos contra el suelo de piedra sólo conseguía ponerla más nerviosa, por lo que terminó sentándose en un banco que habían colocado para ella. Pero sus piernas parecían haber cobrado vida propia, y pronto sus rodillas siguieron con su frenético baile.
—¡Ah! ¡No soporto esto! —gimió para sí, con un hilo de voz.
Por suerte (o quizás para su desgracia), la agonía no iba a prolongarse durante demasiado tiempo. Y, de hecho, encontró algo con lo que entretenerse durante la espera. Cuando metió la mano en su portaobjetos, una voz desconocida para ella logró sobresaltarla.
—¡Habaki Karamaru! ¡Sasagani Yota! ¡Os toca!
«Yota... ¿Ese era el chico araña? ¿Se habrá traído los seis brazos?» Se preguntó, con las manos entretenidas en su quehacer. No le sonaba; sin embargo, el nombre del otro chico: Karamaru. Por lo que no se pudo hacer una idea de qué tipo de contrincante le podría haber tocado.
—¡Uchiha Nabi! ¡Hanaiko Daruu! ¡Os toca!
—¿Daruu? —exclamó, y del sobresalto terminó de pie.
Nuevamente, no conocía el nombre de Nabi. Y en aquella ocasión se alarmó notablemente al pensar en su compañero de aldea. ¿Cómo le iría? ¿Sería muy fuerte su contrincante? ¿Estaría bien...? De un momento a otro, comenzó a ensoñar para sí misma lo que pasaría si ambos acabaran encontrándose en el torneo. Sin duda alguna, sería una batalla muy emocionante y quizás...
Quizás podría demostrarle que había mejorado desde la última vez que se habían enfrentado.
Pasaron varios largos minutos. Unos minutos cargados de tensión durante los cuales Ayame trataba en vano de escuchar algo a través de las paredes que la rodeaban. Exclamaciones, gritos de sorpresa, de horror, de júbilo, ánimos, abucheos... cualquier cosa le habría servido para hacerse una idea. Pero la habitación estaba perfectamente insonorizada, y no se enteraría del resultado de los demás combates hasta que no terminara la ronda.
—¡Hayashi Haruto! ¡Aotsuki Ayame! —anunció la voz repentinamente—. ¡Os toca!
Entonces, la puerta se abrió ante ella con un desagradable crujido y la luz del exterior bañó la sala. Ayame entrecerró los ojos con un débil gesto de dolor, repentinamente cegada.
[color=dodgerblue]—¿Haruto? Otro nombre desconocido... —cuando recuperó la visión, tragó saliva y respiró hondo varias veces. Tenía todo preparado, sólo tenía que caminar al frente y salir al campo de combate. Pero si era tan simple, ¿por qué le pesaban tanto las piernas?—. Bueno, vamos allá...
Se armó de todo el coraje que pudo y salió al exterior. La arena crujió bajo sus sandalias, pero el sonido quedó rápidamente eclipsado por los vítores de un público ya extasiado de haber contemplado con anterioridad dos combates. Ayame, aunque abrumada, ya sabía lo que se iba a encontrar en cuanto pusiera sus pies allí, ya que les habían hecho un pequeño recorrido por las estancias del estadio antes del evento, por lo que no se sorprendió al verse en una enorme arena dominada por dos pilares cilíndricos por lo menos el doble de alto que ella y la suficiente superficie como para sentirse cómoda de pie sobre ellos.
Sin pensárselo demasiado, se plantó junto al pilar que tenía más cerca de sí y con un ágil salto se plantó sobre el círculo que le correspondía para dar el gong de combate. Desde allí tenía una buena vista del panorama, y su primer impulso fue buscar a su oponente en el otro extremo del estadio.