28/09/2021, 21:54
Kokuō ni siquiera reaccionó cuando vio a la Quinta Morikage apartarse de ella de golpe y enarbolar un tembloroso kunai frente a ella en un gesto tan defensivo como de reflejo. Después de todo, era uno de los escenarios que había tenido en cuenta que ocurrirían al plantarse allí de aquella forma. Pero no había tenido alternativa.
—Lo siento... pensaba que... —balbuceaba. En aquellos momentos de desesperación, más que una Kage, más que la líder de una aldea, parecía una niña pequeña y asustada. En esos gestos, la verdad era que se parecía bastante a la Señorita.
Kokuō negó con la cabeza.
—No se preocupe. Es normal en una circunstancia así.
De hecho, en cuanto Shanise escuchó el nombre de la Señorita, levantó la cabeza de golpe.
—¿Que no está bien? —repitió—. ¿Le ha pasado algo, Kokuō? ¿O sólo sigue afligida?
Ella torció el gesto.
—Afligida... —Aquella vez fue ella quien repitió sus palabras, acentuándolas aún más.
Afligida era un adjetivo que quedaba demasiado lejos de la realidad. Una descripción tan superfluo de algo tan profundo que iba más allá, mucho más allá de lo que Shanise, o cualquier persona que conociera mínimamente a Ayame, podría llegar a empezar a atisbar jamás. Kokuō no sólo compartía cuerpo con su jinchūriki, también compartía su alma, sus pensamientos y sus sentimientos. Ella sabía mejor que nadie por lo que estaba pasando Ayame. Y por eso sabía que la palabra "afligida" casi podía considerarse un insulto para describirlo. ¿Pero cómo podía explicarlo? Kokuō nunca había sido buena con los sentimientos humanos, por mucho que fuera testigo de ellos...
—Creo... que lo mejor será que lo compruebe usted con sus propios ojos —declaró, tras varios largos segundos de profunda reflexión—. Después de todo, yo ya he cumplido mi propósito.
Llevar a Ayame hasta Hōzuki Shanise. Porque la Señorita se había negado en rotundo a hacerlo por su propia cuenta. No... Negarse al menos habría sido una respuesta. Y ni siquiera había llegado a darla.
La silueta de la joven volvió a cambiar. Su figura se encogió, lejos quedó la grácil elegancia de Kokuō y dio paso a un cuerpo achaparrado de hombros hundidos. Sus cabellos se volvieron progresivamente oscuros, apagados, sin vida. Sus ojos pasaron del aguamarina al castaño, pero carecían de cualquier tipo de brillo o expresión. Su piel, incluso aún más pálida de lo que solía ser, remarcaba aún más unas profundas ojeras causadas por una semana interminable privada de sueño. Y es que, cada noche, cada vez que cerraba los ojos, Ayame volvía a ver una y otra vez la misma escena: Kurama abanicando su brazo, el filo de su katana separando de un corte limpio la cabeza de Amekoro Yui, que rodaba hasta sus pies y se la quedaba mirando con aquellos ojos sin vida. Y todas las noches, sus labios ensangrentados le repetían sin cesar:
Ayame giró la cabeza, mirando a su alrededor en silencio, estudiando dónde se encontraba. No se atrevía a posar los ojos en Shanise.
—Lo siento... pensaba que... —balbuceaba. En aquellos momentos de desesperación, más que una Kage, más que la líder de una aldea, parecía una niña pequeña y asustada. En esos gestos, la verdad era que se parecía bastante a la Señorita.
Kokuō negó con la cabeza.
—No se preocupe. Es normal en una circunstancia así.
De hecho, en cuanto Shanise escuchó el nombre de la Señorita, levantó la cabeza de golpe.
—¿Que no está bien? —repitió—. ¿Le ha pasado algo, Kokuō? ¿O sólo sigue afligida?
Ella torció el gesto.
—Afligida... —Aquella vez fue ella quien repitió sus palabras, acentuándolas aún más.
Afligida era un adjetivo que quedaba demasiado lejos de la realidad. Una descripción tan superfluo de algo tan profundo que iba más allá, mucho más allá de lo que Shanise, o cualquier persona que conociera mínimamente a Ayame, podría llegar a empezar a atisbar jamás. Kokuō no sólo compartía cuerpo con su jinchūriki, también compartía su alma, sus pensamientos y sus sentimientos. Ella sabía mejor que nadie por lo que estaba pasando Ayame. Y por eso sabía que la palabra "afligida" casi podía considerarse un insulto para describirlo. ¿Pero cómo podía explicarlo? Kokuō nunca había sido buena con los sentimientos humanos, por mucho que fuera testigo de ellos...
—Creo... que lo mejor será que lo compruebe usted con sus propios ojos —declaró, tras varios largos segundos de profunda reflexión—. Después de todo, yo ya he cumplido mi propósito.
Llevar a Ayame hasta Hōzuki Shanise. Porque la Señorita se había negado en rotundo a hacerlo por su propia cuenta. No... Negarse al menos habría sido una respuesta. Y ni siquiera había llegado a darla.
La silueta de la joven volvió a cambiar. Su figura se encogió, lejos quedó la grácil elegancia de Kokuō y dio paso a un cuerpo achaparrado de hombros hundidos. Sus cabellos se volvieron progresivamente oscuros, apagados, sin vida. Sus ojos pasaron del aguamarina al castaño, pero carecían de cualquier tipo de brillo o expresión. Su piel, incluso aún más pálida de lo que solía ser, remarcaba aún más unas profundas ojeras causadas por una semana interminable privada de sueño. Y es que, cada noche, cada vez que cerraba los ojos, Ayame volvía a ver una y otra vez la misma escena: Kurama abanicando su brazo, el filo de su katana separando de un corte limpio la cabeza de Amekoro Yui, que rodaba hasta sus pies y se la quedaba mirando con aquellos ojos sin vida. Y todas las noches, sus labios ensangrentados le repetían sin cesar:
«No pudiste salvarme.»
«No pudiste salvarme.»
«No pudiste salvarme.»
Ayame giró la cabeza, mirando a su alrededor en silencio, estudiando dónde se encontraba. No se atrevía a posar los ojos en Shanise.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)