15/10/2021, 13:39
(Última modificación: 15/10/2021, 13:43 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Shanise lanzó un pesaroso suspiro y se dejó caer sobre su sillón, que crujió de forma tan lastimera como el estado de ánimo de su poseedora.
—Puede oírme, ¿verdad? —preguntó. Y Kokuō asintió en silencio—. En cualquier caso... es algo por lo que tendrá que pasar. Todos hemos pasado por esto. El único motivo por el que sigo en pie es porque... Desgraciadamente, no ha sido la primera vez.
Aquella revelación no sorprendió a Kokuō. En un mundo tan peligroso como era la vida shinobi, las pérdidas podían estar a la orden del día en las peores épocas. Ella había visto muchas escenas similares, e incluso había causado muchas otras. Aunque los bijū terminaban renaciendo al cabo de un tiempo, ella también había perdido a muchos de ellos en aquellas terribles guerras en las que los humanos los utilizaban como armas y los obligaban a enfrentarse los unos contra los otros.
Casi parecía una broma que, tanto tiempo después, estuviese colaborando voluntariamente con los humanos para derrotar a uno de sus hermanos.
—Y puede ser que no sea la última —añadió Kokuō, sombría.
—No ha sido su culpa —continuó hablando Shanise, refiriéndose a Ayame—. Probablemente la Tormenta fuese la artífice de su propio destino. Murió luchando, y sólo podemos honrarla. Hoy, iba a cederte el sombrero de Arashikage, Ayame. Pienso de verdad que no había alguien mejor que tú para vestirlo.
Kokuō esperó durante varios largos segundos, pero no recibió ningún tipo de respuesta o reacción por parte de la Señorita. Pero la conocía lo suficiente como para saber que ella nunca se consideraría digna de un puesto así. Y ahora, culpándose continuamente por la muerte de Amekoro Yui, mucho menos.
—Sin embargo, la villa está esperando el funeral para honrar la muerte de Yu... ah... para honrar la muerte de la primera Tormenta. Quiero iniciar los trámites para el traspaso de poderes... pero no puede haber una Segunda Tormenta sin una Sexta Arashikage. Quiero reiterarme. Mi intención era legártelo a ti, Ayame. De verdad... Está bien. Kokuō. ¿Harías el favor de buscar y traerme aquí a Amedama Daruu?
Aquello sí provocó una reacción. Kokuō sintió la conciencia de Ayame sobresaltarse en su interior, como si hubiera despertado momentáneamente al escuchar aquel nombre. La sintió retorcerse de terror... Y la sintió llorar. El Bijū cerró los ojos momentáneamente, pero no pudo esconder la lágrima que rodó por su mejilla y que tuvo que apresurarse a retirar con el dorso de la mano. Inclinó la cabeza en un mudo asentimiento y se dio la vuelta para salir del despacho.
¿Aquel mocoso? Kokuō agitó suavemente la cabeza, pensativa. Sin embargo, de los humanos que conocía, y para desgracia de Ayame, Amedama Daruu era una buena opción. Era poderoso, eso tenía que admitirlo. Y lo cierto era que prefería tener al mando a alguien que tuviera una buena relación con los Bijū. Aunque a veces la sacara de sus casillas.
«Comprendo su miedo, Señorita.» Dijo, para sus adentros. Por supuesto, no recibió ninguna respuesta, pero sabía bien que la escuchaba. «Pero es la mejor opción ahora mismo. Y nosotras tendremos que esforzarnos el doble para mantenerle a salvo.»
Ayame seguía llorando amargamente. Para ella, que acababa de perder a su anterior Arashikage, el posible nombramiento de Amedama Daruu como nuevo líder de Amegakure, era una sentencia más para ser ejecutado por Kurama... o algo peor. No quería. Quería impedirlo con todas sus fuerzas. ¿Pero qué podía hacer ella en contra de los deseos de Hōzuki Shanise, Segunda Tormenta?
¿Qué podía hacer alguien como ella?
—Puede oírme, ¿verdad? —preguntó. Y Kokuō asintió en silencio—. En cualquier caso... es algo por lo que tendrá que pasar. Todos hemos pasado por esto. El único motivo por el que sigo en pie es porque... Desgraciadamente, no ha sido la primera vez.
Aquella revelación no sorprendió a Kokuō. En un mundo tan peligroso como era la vida shinobi, las pérdidas podían estar a la orden del día en las peores épocas. Ella había visto muchas escenas similares, e incluso había causado muchas otras. Aunque los bijū terminaban renaciendo al cabo de un tiempo, ella también había perdido a muchos de ellos en aquellas terribles guerras en las que los humanos los utilizaban como armas y los obligaban a enfrentarse los unos contra los otros.
Casi parecía una broma que, tanto tiempo después, estuviese colaborando voluntariamente con los humanos para derrotar a uno de sus hermanos.
—Y puede ser que no sea la última —añadió Kokuō, sombría.
—No ha sido su culpa —continuó hablando Shanise, refiriéndose a Ayame—. Probablemente la Tormenta fuese la artífice de su propio destino. Murió luchando, y sólo podemos honrarla. Hoy, iba a cederte el sombrero de Arashikage, Ayame. Pienso de verdad que no había alguien mejor que tú para vestirlo.
Kokuō esperó durante varios largos segundos, pero no recibió ningún tipo de respuesta o reacción por parte de la Señorita. Pero la conocía lo suficiente como para saber que ella nunca se consideraría digna de un puesto así. Y ahora, culpándose continuamente por la muerte de Amekoro Yui, mucho menos.
—Sin embargo, la villa está esperando el funeral para honrar la muerte de Yu... ah... para honrar la muerte de la primera Tormenta. Quiero iniciar los trámites para el traspaso de poderes... pero no puede haber una Segunda Tormenta sin una Sexta Arashikage. Quiero reiterarme. Mi intención era legártelo a ti, Ayame. De verdad... Está bien. Kokuō. ¿Harías el favor de buscar y traerme aquí a Amedama Daruu?
Aquello sí provocó una reacción. Kokuō sintió la conciencia de Ayame sobresaltarse en su interior, como si hubiera despertado momentáneamente al escuchar aquel nombre. La sintió retorcerse de terror... Y la sintió llorar. El Bijū cerró los ojos momentáneamente, pero no pudo esconder la lágrima que rodó por su mejilla y que tuvo que apresurarse a retirar con el dorso de la mano. Inclinó la cabeza en un mudo asentimiento y se dio la vuelta para salir del despacho.
¿Aquel mocoso? Kokuō agitó suavemente la cabeza, pensativa. Sin embargo, de los humanos que conocía, y para desgracia de Ayame, Amedama Daruu era una buena opción. Era poderoso, eso tenía que admitirlo. Y lo cierto era que prefería tener al mando a alguien que tuviera una buena relación con los Bijū. Aunque a veces la sacara de sus casillas.
«Comprendo su miedo, Señorita.» Dijo, para sus adentros. Por supuesto, no recibió ninguna respuesta, pero sabía bien que la escuchaba. «Pero es la mejor opción ahora mismo. Y nosotras tendremos que esforzarnos el doble para mantenerle a salvo.»
Ayame seguía llorando amargamente. Para ella, que acababa de perder a su anterior Arashikage, el posible nombramiento de Amedama Daruu como nuevo líder de Amegakure, era una sentencia más para ser ejecutado por Kurama... o algo peor. No quería. Quería impedirlo con todas sus fuerzas. ¿Pero qué podía hacer ella en contra de los deseos de Hōzuki Shanise, Segunda Tormenta?
¿Qué podía hacer alguien como ella?

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