22/10/2021, 19:47
Inquieta como un ascua a medio encender, Suzaku había salido de casa como una exhalación y, casi sin esperar a su hermana, tomó la calle que habría de llevarlas directas hacia el jardín de los cerezos.
—Hay que ver, Suzaku. Eres una prisas. ¿Ya has digerido el desayuno acaso? —le preguntó su hermana, desde su espalda.
Suzaku se volvió para mirarla, caminando de espaldas. Le sacó la lengua.
—Ja. Ja. No soy yo la que se ha tirado media mañana en el cuarto de baño. Yo ya estoy más que desayunada —replicó, burlona—. Además, entre que llegamos y no llegamos se nos va a hacer el mediodía, ¡y ya sabes que la gente ocupa enseguida los mejores huecos!
El mejor hueco, como lo llamaba Suzaku, era una colina más alta que el resto en el Jardín de los Cerezos, rodeada de cerezos, y desde la que se podía ver una buena parte de Uzushiogakure. En aquella estación del año los árboles no estaban en flor, pero las vistas seguían siendo magníficas. De hecho, a Suzaku le gustaba visitar aquella colina en las noches despejadas para contemplar las estrellas.
—¡Menos mal, hemos llegado a tiempo! ¡Vamos, vamos! —exclamó, aliviada. Y, canturreando de forma alegre, se dispuso a extender la manta que había traído consigo sobre el césped y a sacar los aperitivos de la cesta. Pronto la manta se vio invadida de hojaldres rellenos, patatas fritas e incluso botellas de refresco.
—Hay que ver, Suzaku. Eres una prisas. ¿Ya has digerido el desayuno acaso? —le preguntó su hermana, desde su espalda.
Suzaku se volvió para mirarla, caminando de espaldas. Le sacó la lengua.
—Ja. Ja. No soy yo la que se ha tirado media mañana en el cuarto de baño. Yo ya estoy más que desayunada —replicó, burlona—. Además, entre que llegamos y no llegamos se nos va a hacer el mediodía, ¡y ya sabes que la gente ocupa enseguida los mejores huecos!
El mejor hueco, como lo llamaba Suzaku, era una colina más alta que el resto en el Jardín de los Cerezos, rodeada de cerezos, y desde la que se podía ver una buena parte de Uzushiogakure. En aquella estación del año los árboles no estaban en flor, pero las vistas seguían siendo magníficas. De hecho, a Suzaku le gustaba visitar aquella colina en las noches despejadas para contemplar las estrellas.
—¡Menos mal, hemos llegado a tiempo! ¡Vamos, vamos! —exclamó, aliviada. Y, canturreando de forma alegre, se dispuso a extender la manta que había traído consigo sobre el césped y a sacar los aperitivos de la cesta. Pronto la manta se vio invadida de hojaldres rellenos, patatas fritas e incluso botellas de refresco.