25/11/2021, 02:13
A Suzume le alegró que Saki aceptara su comida, y le alegró mucho más que ella le compartiera de la suya. Las tortitas de su amiga estaban deliciosas, aunque casi se le escapa una gota de sirope por la comisura de sus labios. Saki, sin embargo, la salvó de caer a la mesa y, la lamió de su dedo.
La cantante enrojeció, sonriente. Se preguntó si era como si Saki hubiese probado sus labios. Se dijo que no pensara en cosas así. Aún.
—Senpai... Esto... —dijo con una risita tonta, pero algo la interrumpió.
Una de las otras hadas había chocado contra una inamovible Shiba, quien con movimiento, la había atrapado por la cintura, salvándola de un fuerte golpe y previniendo un desastre por toda la comida sobre la mes que se habría aplastado o derramado. Por un instante, Suzume imaginó una brisa que hacía revolotear pétalos de cerezo alrededor de las hadas, pues habían quedado en una pose de lo más romántica.
Suzume sintió el calor de nuevo, pero no supo si era de la calefacción del lugar o si era algo interior, al ver a Shiba moverse con tal destreza, con tanta decisión. Se imaginó cómo se hubiese sentido de ser tomada en brazos por ella, a como la chica Haruka.
—¡Oh, qué reflejos, Shiba-san! —dijo con suaves pero emocionados aplausos —. ¡Eres toda una heroína!
La miró con ojos brillantes, aunque su vista en realidad iba de una a otra chica. La belleza calmada del bosque invernal que era Saki, contra la belleza del intenso viento ardiente veraniego que era Shiba. Lo siguiente fue, obviamente, imaginar a Saki en brazos de Shiba, a cómo había hecho consigo, y soltó una risita emocionada.
La cantante enrojeció, sonriente. Se preguntó si era como si Saki hubiese probado sus labios. Se dijo que no pensara en cosas así. Aún.
—Senpai... Esto... —dijo con una risita tonta, pero algo la interrumpió.
Una de las otras hadas había chocado contra una inamovible Shiba, quien con movimiento, la había atrapado por la cintura, salvándola de un fuerte golpe y previniendo un desastre por toda la comida sobre la mes que se habría aplastado o derramado. Por un instante, Suzume imaginó una brisa que hacía revolotear pétalos de cerezo alrededor de las hadas, pues habían quedado en una pose de lo más romántica.
Suzume sintió el calor de nuevo, pero no supo si era de la calefacción del lugar o si era algo interior, al ver a Shiba moverse con tal destreza, con tanta decisión. Se imaginó cómo se hubiese sentido de ser tomada en brazos por ella, a como la chica Haruka.
—¡Oh, qué reflejos, Shiba-san! —dijo con suaves pero emocionados aplausos —. ¡Eres toda una heroína!
La miró con ojos brillantes, aunque su vista en realidad iba de una a otra chica. La belleza calmada del bosque invernal que era Saki, contra la belleza del intenso viento ardiente veraniego que era Shiba. Lo siguiente fue, obviamente, imaginar a Saki en brazos de Shiba, a cómo había hecho consigo, y soltó una risita emocionada.