15/12/2021, 14:10
Natsu también accedió a ir al local, y la mujer del abanico sonrió encantada.
—¡Por supuesto que estará bueno! Todo lo hacemos con ingredientes de la mejor calidad, y nuestros cocineros son de los más capacitados —aseguró, abanicándose al mismo tiempo.
—Vayamos, entonces —concluyó Meme, y Suzaku asintió entusiasmada.
—¡Qué alegría! Les guiaré, entonces. —La mujer realizó un gesto con su abanico, invitándoles a seguirla, y echó a andar por las calles de la Villa de las Aguas Termales—. Mi nombre es Iwanami. ¡Un placer!
—Uchiha Suzaku, igualmente —sonrió la pelirrosa.
—Meme Kūran. Un gusto.
—Teníamos un local pequeño, pero nos fue tan bien que nos expandimos, pero el único espacio donde podíamos hacerlo es en esta dirección. ¡Disculpen si no está tan cerca del centro de la Villa! Además, ¡La caminata abre el hambre!
Suzaku esbozó una ligera sonrisa, aunque algo dentro de ella se removió con inquietud. Esperaba que el restaurante no estuviese demasiado lejos, no quería terminar perdiéndose por las calles de la aldea y que su hermana la regañara por ello.
«¿Pero qué haces pensando en ella ahora, tonta?» Se corrigió a sí misma, sacudiendo la cabeza. «¡Ya eres una kunoichi de pleno derecho, puedes cuidar de ti misma!»
Pasaron varios largos minutos caminando, y Suzaku se entretuvo mirando a su alrededor con curiosidad. Las calles de Yugakure eran un hervidero de actividad, llenas de tiendas, locales de aguas termales; y, sobre todo, turistas. Turistas por todas partes. No costaba imaginar que aquel sector debía de ser el núcleo económico de la aldea. Iwanami les guió hasta los límites de la ciudad, donde se alzaba un gran edificio de aspecto tradicional, antiguo pero reformado, y con un bonito estandarte de tela con el emblema de un colibrí en color esmeralda y el título Hachidori inscrito encima. Iwanami les invitó a pasar con un reverencia y un gesto de su brazo.
—¡Bienvenidos!
Cuando se asomaron a su interior, Suzaku se quedó boquiabierta. El sitio era amplio y acogedor, pero al mismo tiempo modesto. Estaba iluminado con lámparas de techo y la sala estaba repleta de mesas para los comensales, con una barra en el centro de la sala donde se encontraba un cocinero rechoncho pero musculado y de piel bronceada que parecía estar revisando sus utensilios de cocina.
—¿Qué les parece? —preguntó Meme, con una sonrisa en los labios.
—Es... ¡Increíble! —exclamó Suzaku, entusiasmada—. ¿Podemos sentarnos donde queramos? ¡Yo voto por ponernos lo más cerca de la barra posible!
Del fuego a la mesa. A Suzaku se le hacía la boca agua de solo pensarlo.
—¡Por supuesto que estará bueno! Todo lo hacemos con ingredientes de la mejor calidad, y nuestros cocineros son de los más capacitados —aseguró, abanicándose al mismo tiempo.
—Vayamos, entonces —concluyó Meme, y Suzaku asintió entusiasmada.
—¡Qué alegría! Les guiaré, entonces. —La mujer realizó un gesto con su abanico, invitándoles a seguirla, y echó a andar por las calles de la Villa de las Aguas Termales—. Mi nombre es Iwanami. ¡Un placer!
—Uchiha Suzaku, igualmente —sonrió la pelirrosa.
—Meme Kūran. Un gusto.
—Teníamos un local pequeño, pero nos fue tan bien que nos expandimos, pero el único espacio donde podíamos hacerlo es en esta dirección. ¡Disculpen si no está tan cerca del centro de la Villa! Además, ¡La caminata abre el hambre!
Suzaku esbozó una ligera sonrisa, aunque algo dentro de ella se removió con inquietud. Esperaba que el restaurante no estuviese demasiado lejos, no quería terminar perdiéndose por las calles de la aldea y que su hermana la regañara por ello.
«¿Pero qué haces pensando en ella ahora, tonta?» Se corrigió a sí misma, sacudiendo la cabeza. «¡Ya eres una kunoichi de pleno derecho, puedes cuidar de ti misma!»
Pasaron varios largos minutos caminando, y Suzaku se entretuvo mirando a su alrededor con curiosidad. Las calles de Yugakure eran un hervidero de actividad, llenas de tiendas, locales de aguas termales; y, sobre todo, turistas. Turistas por todas partes. No costaba imaginar que aquel sector debía de ser el núcleo económico de la aldea. Iwanami les guió hasta los límites de la ciudad, donde se alzaba un gran edificio de aspecto tradicional, antiguo pero reformado, y con un bonito estandarte de tela con el emblema de un colibrí en color esmeralda y el título Hachidori inscrito encima. Iwanami les invitó a pasar con un reverencia y un gesto de su brazo.
—¡Bienvenidos!
Cuando se asomaron a su interior, Suzaku se quedó boquiabierta. El sitio era amplio y acogedor, pero al mismo tiempo modesto. Estaba iluminado con lámparas de techo y la sala estaba repleta de mesas para los comensales, con una barra en el centro de la sala donde se encontraba un cocinero rechoncho pero musculado y de piel bronceada que parecía estar revisando sus utensilios de cocina.
—¿Qué les parece? —preguntó Meme, con una sonrisa en los labios.
—Es... ¡Increíble! —exclamó Suzaku, entusiasmada—. ¿Podemos sentarnos donde queramos? ¡Yo voto por ponernos lo más cerca de la barra posible!
Del fuego a la mesa. A Suzaku se le hacía la boca agua de solo pensarlo.