19/12/2021, 20:12
En una villa cuya historia estaba marcada por guerras civiles y largos conflictos de poder, que le rechazasen el sombrero no una sino hasta dos veces en menos de una semana era, cuanto menos, sorprendente. Sabía que Ayame no estaba en condiciones para que se lo plantease siquiera, pero había esperado que Daruu sí aceptase el cargo. Le había fallado el plan A, le había fallado el plan B, y de pronto se dio cuenta que no tenía un plan C en recámara.
Todavía contrariada, se acercó hasta el balcón junto a Daruu. La lluvia la golpeó con fuerza, fría y salvaje, como si quisiese vengarse por sus palabras de antes. Las gotas de agua caían sobre su rostro como decenas de lágrimas, y repiqueteaban contra el sueño acompañadas únicamente de la voz de Daruu. Empezaba a vislumbrar hacia dónde se dirigía su Jōnin. Yui había dejado un vacío, y podían dejar que ese vacío fuese visto como una oportunidad por las ratas de alcantarilla sedientas de poder, o hacer que Yui, post mortem, lo llenase de nuevo. Si alguien podía lograr una última victoria en muerte, esa era ella: la Eterna Tormenta.
Cierto era que Daruu hablaba con el corazón y pasión, pero se necesitaba usar la cabeza y la mente fría para cuadrar las grandes ideas. Necesitaba darle vueltas, pensarlo. Aquella era su especialidad, después de todo. Era lo que había hecho todos estos años al lado de Yui: transformar sus ideas en planes concienzudos; sus ilusiones en proyectos bien cimentados. Yui había sido la electricidad, ella la máquina que canalizaba su energía y la transformaba en algo más.
Un rayo cayó al fondo de la villa e iluminó el rostro de ambos. El trueno retumbó en los cimientos del edificio, precediendo a un silencio largo.
—En el ayer se forjó su leyenda. Hoy, todos nosotros. Tú, Ayame, toda la villa, yo… en el funeral, lloraremos su muerte. Pero no mañana. No, no mañana. Porque mañana… —Se dio cuenta que todavía sujetaba el sombrero de Kage entre las manos y se lo colocó en su propia cabeza—. Porque mañana nos vamos a la guerra. Por ella. Por todos nosotros. Porque somos los Hijos de la Tormenta. Y Tormenta solo hay una. Nuestra Madre Tormenta. La Eterna Tormenta, Amekoro Yui...
»… y su muerte no quedará impune.
Todavía contrariada, se acercó hasta el balcón junto a Daruu. La lluvia la golpeó con fuerza, fría y salvaje, como si quisiese vengarse por sus palabras de antes. Las gotas de agua caían sobre su rostro como decenas de lágrimas, y repiqueteaban contra el sueño acompañadas únicamente de la voz de Daruu. Empezaba a vislumbrar hacia dónde se dirigía su Jōnin. Yui había dejado un vacío, y podían dejar que ese vacío fuese visto como una oportunidad por las ratas de alcantarilla sedientas de poder, o hacer que Yui, post mortem, lo llenase de nuevo. Si alguien podía lograr una última victoria en muerte, esa era ella: la Eterna Tormenta.
Cierto era que Daruu hablaba con el corazón y pasión, pero se necesitaba usar la cabeza y la mente fría para cuadrar las grandes ideas. Necesitaba darle vueltas, pensarlo. Aquella era su especialidad, después de todo. Era lo que había hecho todos estos años al lado de Yui: transformar sus ideas en planes concienzudos; sus ilusiones en proyectos bien cimentados. Yui había sido la electricidad, ella la máquina que canalizaba su energía y la transformaba en algo más.
Un rayo cayó al fondo de la villa e iluminó el rostro de ambos. El trueno retumbó en los cimientos del edificio, precediendo a un silencio largo.
—En el ayer se forjó su leyenda. Hoy, todos nosotros. Tú, Ayame, toda la villa, yo… en el funeral, lloraremos su muerte. Pero no mañana. No, no mañana. Porque mañana… —Se dio cuenta que todavía sujetaba el sombrero de Kage entre las manos y se lo colocó en su propia cabeza—. Porque mañana nos vamos a la guerra. Por ella. Por todos nosotros. Porque somos los Hijos de la Tormenta. Y Tormenta solo hay una. Nuestra Madre Tormenta. La Eterna Tormenta, Amekoro Yui...
»… y su muerte no quedará impune.