1/02/2016, 13:32
Era de noche. Caminaban, ambos dos con dos mochilas muy grandes. La mujer apenas, aparentemente, llevaba carga, mientras que a su lado, el joven de cabellos revueltos luchaba contra la adversidad de su equipaje. Lo cierto es que ella transportaba mucho más que él, pero su corta estatura y su extrema baja forma hacían que pareciera lo contrario. Daruu arrastraba los pies, gimoteaba en voz alta y se preguntaba por qué su madre no hacía caso a sus lamentos. «¿Pero qué leches llevamos en la mochila? !Arrrrghhh!». Llegaron a una cuesta arriba, y tuvo que hacer un esfuerzo adicional para subirla.
Habían salido de Amegakure hacía varios días. Daruu y Kiroe hacían esos viajes muy a menudo. A veces para entrenar. A veces, porque Kiroe iba a reunirse con un contacto —su hijo no sabía por qué, pero suponía que eran asuntos de negocio relacionados con la Pastelería de Kiroe-chan—, y a veces simplemente porque les apetecía pasar el día en un sitio donde no habían estado nunca. ¿Pero aquello? Aquello, tan exagerado y con tanto equipaje, que Daruu recordase, no lo habían hecho nunca. Habían cruzado todo el País de la Lluvia por el túnel con cintas transportadoras reservado para gente de Amegakure. Y ahora estaban en las Tierras de la Llovizna. Bueno, a su juicio, llevaban una eternidad atravesando las Tierras de la Llovizna. Habían pasado ya por cuatro pueblos y no se habían parado en ninguno. Daruu se aseguraba de gimotear y quejarse con más fuerza cada vez que iban a salir de uno, pero Kiroe se limitaba a silbar, distraída, como quien oye llover.
Llover. Oh, sí, llovía, llovía mucho. En aquellas tierras ya no tanto, pero al muchacho de Ame ya le estaba empezando a parecer excesivo. Normalmente los habitantes de la Lluvia suelen soportar esas cosas, pero cuando llevas varias horas bajo la tormenta, sin paraguas y cargando una enorme mochila, casi más grande que tú, es comprensible que acabes hasta las narices de aquél martirio.
Finalmente, al bajar la cuesta, el muchacho no pudo más y se tiró en plancha a la hierba.
—AaaaaaaaaaahhhhHHHHhhhHHGGGgggggaAAAAH. —Daruu se dio varios cabezazos, uno tras otro, en la hierba.
Kiroe se dio la vuelta y lo observó con una ceja levantada.
—Pero bueno, ¿qué te pasa ahora, enano? —No le llamaba enano de forma despectiva, sino que era un apelativo cariñoso. Como pequeñajo o pulguilla. Hay quien se ofende con gran facilidad con estas cosas, pero Kiroe era así. Y eran madre e hijo.
—¿Cómo que qué me pasa? —Daruu se zafó de las asas de la mochila y se levantó, indignado—. ¿Cómo que qué me pasa? —repitió.
Kiroe siguió mirándolo, confusa.
—Efectivamente, has oído bien. ¿Qué-te-pasa?
Daruu bufó con rabia y se cruzó de brazos.
—Me pasan muchas cosas, ¿sabes? ¿A dónde piñas vamos? ¿Para qué llevamos la mochila tan cargada? ¡QUIERO DESCANSAR!. Y TENGO HAM-BRE.
Kiroe sonrió y se acuclilló. Le revolvió el pelo a su hijo, quien se limitó a bufar y a apartarse.
—Siempre tocándome el pelo, siempre tocándome el pelo... —murmuró.
—Daruu. ¿Pretendes ser un ninja hecho y derecho con esos bracitos? ¿Crees que en una misión de verdad te van a exigir menos de lo que te exijo yo? —explicó Kiroe—. No seas quejica. Coge la mochila. Te he dado la que menos pesa.
Su hijo se sentó en el suelo y se cruzó de brazos, con los mofletes hinchados, como un niño pequeño al que no le dan el caramelo con el que se ha encaprichado.
—Veeenga, vaaaaa.
Daruu se levantó a regañadientes y se puso de nuevo la mochila. Cargó con ella y continuaron el camino.
—Al menos dime a dónde vamos, y qué narices es lo que llevamos en la mochila de una vez, ¡jopé! —dijo.
—A un entrenamiento muy especial, ya que insistes —contestó Kiroe, y levantó el dedo índice de una mano—. Pero atiende: va a ser duro y vas a tener que dejar de quejarte tanto. Lo que voy a enseñarte no es fácil.
Daruu asintió y tragó saliva, intimidado. Kiroe percibió por el rabillo del ojo que su hijo seguía mirándole. Suspiró.
—Llevamos tantas cosas porque vamos a pasar más de un mes fuera. Quien sabe si dos o más. —dijo.
El niño se quedó parado, con la boca abierta.
—¿No te había dicho que no iba a ser fácil? Puedes irte haciendo a la idea... —Acabó la frase con una risilla perversa.
Daruu no volvió a quejarse ni a interrumpir durante un buen rato.
Era ya muy tarde y tenía los hombros destrozados. Los pies le ardían y se morían por tomar un buen descanso, y Kiroe, finalmente, decidió parar en una pequeña posada del camino. Se acercó al mostrador y negoció el precio con el posadero, quien a regañadientes, al final, aceptó que Daruu no pagara alojamiento y que madre e hijo compartirían habitación.
La posada no estaba mal. Les dieron una cena decente y las habitaciones no parecían cochambrosas. Era un alivio saber que iban a poder dormir sin que les comieran las chinches.
Daruu dejó caer la mochila en un rincón y se tumbó en la cama sin hacer más preguntas. De hecho, sin decir ni una palabra. Kiroe dejó también el equipaje al lado del de su hijo, y se miró en un espejito de plata que había encima de un aparador, enfrente de la cama de matrimonio.
—Qué mal. Aún queda una hora de aquí a Yachi y me hubiera gustado llegar allí esta misma noche. Hemos tenido que pagar alojamiento... —dijo Kiroe, más para sí misma que para su acompañante, al que presumía dormido ya. Pero contestó:
—¿Y en Yachi no?
—No, no. Tenemos una pequeña cabaña allí. Me la "regaló" un viejo amigo mío del País del Fuego. Al fin y al cabo, el último pedido de fresas acabó en el fondo del cañón. Me debía el favor —explicó su madre.
—Pobrecito. ¿No podías perdonárselo? —dijo Daruu—. Recuerdo a ese señor. Vino a casa a pedirte perdón y a devolverte el dinero.
—Ya. Perdonárselo. ¡No me iba a devolver ni la mitad de lo que pagué! Y encima el tío coge y me dice que es que se distrajo mirándole el culo a unas jovencitas que pasaban por allí. ¡Se le cayó el puto carro al río! ¡Se le cayó! ¿Cómo se puede ser tan imbécil? Y más imbécil por contármelo, así, sin pudor alguno. Así que me quedé con su casa en la montaña.
Daruu rió al ver a su madre tan alterada de pronto.
—Perdón. No debería hablar de estas cosas con un crío.
—Vamos, mamá, ya soy mayor.
Aún así, eso no le impidió acurrucarse en el regazo de su madre y quedarse dormido como un bebé. Como si el futuro manchado de sangre de los ninjas esperase, paciente, y no fuera a llegar de un instante a otro.
Los cañones de Yachi eran aún más bonitos de lo que siempre le habían contado. Unos riscos enormes, de piedra y hierba, que descendían cientos y cientos de metros hasta caer a un río de aguas tranquilas en el fondo.
—¡Uau, sí que es enorme! —exclamó Daruu, haciéndose oír por encima del viento—. ¿Dónde está la cabaña esa, mamá?
Kiroe señaló abajo al río. Allá a lo lejos, le pareció vislumbrar lo que parecía un pequeño edificio de madera clara.
—Osea, que te quedaste con su casita de la montaña. Más bien casita al borde del río. Menudo lujazo. —Lo dijo casi con tono recriminatorio, como si la historia que le había contado mamá no fuese más que una fábula fantasiosa.
—Oye, que va en serio —dijo Kiroe—. No sabes cómo me pongo cuando me enfado. Y lo opulento que es ese tío. Va de humilde, pero está forrado... Cuando lo descubrí, no pudo negarse a dármela. Como te he dicho, no me quería pagar ni la mitad y tiene más de cien veces ese dinero. Si tendrá por lo menos diez casas más como esta, qué te crees. Y quién me dice que no, claro... Tengo material de sobra para incriminarle en más de un chanchullete con unos cuantos Señores Feudales. A mí no me incumbe y no es nada grave, así que...
Daruu no entendía cómo alguien podía vivir con tanto dinero. «¿De verdad es tan feliz la gente acaparando tanto?». Mientras bajaban por la ladera de la montaña, con mucho, mucho cuidado, le dio vueltas a esta cuestión. «Aunque, claro, con ese dinero podría montar mi propia cadena de pizzerías y...»
Llegaron abajo. El valle, desde allí, era mucho más bonito aún que desde arriba, y el acantilado resultaba ominoso. Más allá, entre las dos gigantescas paredes de piedra, había un recoveco en la roca con un pequeño mini-bosque. Era increíble. Un bosque encerrado en una especie de caverna abierta al río y a la luz del sol. Daruu nunca había visto tanta belleza en un paisaje natural, considerando que además vivía en el centro de una ajetreada ciudad de rascacielos, desagües y luces de neón.
—Vamos, entremos —dijo mamá.
Por supuesto, la cabaña era mucho más grande de lo que parecía desde arriba. No era sólo su localización, sino su estructura y su mobiliario lo que era lujoso. La madera estaba bien cuidada, y considerando que su madre vivía a kilómetros de allí y nadie se ocupaba de mantenerla, estaba en un estado asombroso. Habían un montón de habitaciones, entre la que destacaba una sala de estar con dos comodos sillones y un gigantesco sofá. Por dentro, la cabaña tenía un tatami de entrenamiento, y en el piso de arriba había hasta cuatro habitaciones.
Kiroe la había llamado cabaña, pero si le hubiera dicho a Daruu que aquello era una pequeña mansión de madera, habría acertado.
—¿Por qué no vendes esto y te forras? —dijo Daruu—. ¿No sería mejor que tenerlo aquí abandonado?
—Chico, ¿no has visto cómo mola todo esto? —contestó su madre—. Y no has visto aún lo mejor. Vas a entender por qué no la vendo.
Su madre lo condujo al final del pasillo y abrió una puerta.
Vaya. Menuda cocina. No era nada comparada a lo que tenían en casa, aunque últimamente su madre había estado haciendo reformas. Aquello era una barbaridad. La encimera medía más de tres metros y daba la vuelta por toda la sala. Habían varios hornos, varios hornillos y suficientes utensilios como para fundar una pastelería allí, en el propio Yachi.
—¡Estás contemplando mi retiro de jubilación, Daruucín! —exclamó Kiroe levantando los brazos muy alto—. Y... tu principal lugar de entrenamiento.
—¿Eh? ¿Pero esto no iba... sobre ser un ninja? ¿Ahora es una receta de cocina? —preguntó Daruu, ligeramente ofendido. Por un momento, pensó que sólo le había traído hasta allí para enseñarle la cabaña.
—Ya lo verás... De momento, vamos a deshacer el equipaje. ¡Aún no has visto tu habitación!
Su madre podía tener muchas cosas, pero desde luego que sentido del humor le sobraba. Su habitación era una especie de oda a sus poderes especiales. El edredón era de hojas de manzano y las cortinas, en la ventana, marrones con estampados de piñas. Había un pequeño aparador bajo la ventana con tres bonsais encima, evidentemente de plástico. «Quién iba a estar aquí para cuidar de unos de verdad sino». Su madre le había dicho que pusiera toda la ropa en el aparador, que aún no se había hecho con un armario, pero Daruu había pensado que era mucha mejor idea hacer un poquito de carpintero y fabricarse él mismo el armario en un santiamén. Probablemente habría que reemplazar las bisagras de madera por unas de metal más reforzado, pero debía decir que le había quedado bastante bien.
Su madre entró por la puerta.
—¿Ya has acaba...? —se interrumpió un momento y retrocedió un paso—. ¿Ese armario estaba ahí?
Daruu se sacudió las manos con orgullo.
—¿A que me ha quedado chulo? —dijo.
—Yo que tú ahorraría fuerzas, Daruu —contestó Kiroe, muy seria—. Vas a necesitar mucho chakra para este entrenamiento.
Su hijo, intimidado, bajó la mirada y apretó los puños. Pero consideró que no había dicho nada del mueble por su bien.
—¿Qué es lo que se supone que voy a entrenar? —preguntó.
—Una técnica secreta de Uzushiogakure. Digamos que... Tomé prestado un pergamino cuando sólo era una chiquitita e inocente chuunin —dijo Kiroe. Al ver como la miraba su hijo, continuó—: Trabajamos en equipo con unos ninjas del Remolino para recabar información sobre un criminal del País del Viento. Había robado esos pergaminos. Me merecía echarles un ojo, ¿no? Venga, te espero en la cocina cuando estés listo.
Kiroe salió de la habitación y bajó las escaleras. Daruu estaba emocionado a la par que terriblemente confundido. «Sigo sin ver qué pinta la cocina en todo esto...»
De todas maneras, sacó lo que quedaba del equipaje y salió pitando hacia la cocina. Cuando entró, encontró a su madre sentada en una silla, esperándole detrás de la isla-encimera. Encima de ella, sólo había una batidora desenchufada con un montón de frutas dentro.
—¿Y esto? —dijo Daruu, señalando a la batidora.
Kiroe no respondió. Se inclinó un poco en la silla y apretó la palma de la mano encima de la tapa de la batidora. Hubo una ráfaga de chakra morado, y las frutas dieron varios giros sobre sí mismo, triturándose y convirtiéndose en zumo. Kiroe retiró el vaso y se lo bebió.
Daruu se había quedado con la boca abierta.
—Primer paso del entrenamiento. Bate estas frutas con tu chakra. —Señaló a un cubo lleno de fruta pelada y preparada que había a su lado—. Tendrás que hacerlo girar en todas direcciones si quieres que se triture bien, ya sabes que un zumo o un batido con grumos no es un buen batido. Comprobarás que no es tan fácil como parece.
Su hijo levantó una ceja, escéptico, se acercó a la caja de frutas, echó unas cuantas dentro de la batidora y puso la tapa. A continuación, puso la palma de la mano encima, tal y como había hecho su madre. Hubo un remolino de chakra verde y...
No consiguió infundir el chakra dentro de la batidora, sino que lo hizo encima de la tapa. En consecuencia, la tapa giró sobre sí misma a toda velocidad, salió disparada hacia el extractor de humos, rebotó y le pegó en toda la cara. Cayó atrás y se dio un fuerte golpe en la cocorota.
—Ay, ¡ayyy, ay! —gimió.
—Te lo he dicho, no es tan fácil como parece. Y te dije hace unos días que esto te va a llevar tiempo, mucho tiempo. Yo tardé años en perfeccionar la técnica...
—¿Pero dónde está la técnica? ¡Sólo estamos batiendo frutas! —se quejó Daruu, levantándose, volviendo a echar las frutas en la batidora, y volviendo a mandar la tapa a freír espárragos. Casi literalmente, porque la metió dentro de la sartén.
—Pronto te darás cuenta de que necesitarás mucha paciencia para conseguirlo. Paciencia y concentración. Ah, y... —Kiroe pareció quedarse un momento mirando el pelo de su hijo—. Hacia la derecha, Daruu. Te resultará más fácil.
»Este es el primer paso. Yo te dejo aquí mientras voy a comprar unas cosas en Yachi —el pueblo—. Un consejo: no le digas a nadie del pueblo que Yachi es el acantilado, les jode un montón. Pero para mí, el pueblo siempre será "el pueblo al lado de Yachi, el gran cañón". Ja, ja.
Kiroe salió por la puerta y lo dejó allí plantado, frustrado, preguntándose por qué estaba batiendo fresas con el chakra y de qué le iba a servir aquello para pelear con nadie.
Habían salido de Amegakure hacía varios días. Daruu y Kiroe hacían esos viajes muy a menudo. A veces para entrenar. A veces, porque Kiroe iba a reunirse con un contacto —su hijo no sabía por qué, pero suponía que eran asuntos de negocio relacionados con la Pastelería de Kiroe-chan—, y a veces simplemente porque les apetecía pasar el día en un sitio donde no habían estado nunca. ¿Pero aquello? Aquello, tan exagerado y con tanto equipaje, que Daruu recordase, no lo habían hecho nunca. Habían cruzado todo el País de la Lluvia por el túnel con cintas transportadoras reservado para gente de Amegakure. Y ahora estaban en las Tierras de la Llovizna. Bueno, a su juicio, llevaban una eternidad atravesando las Tierras de la Llovizna. Habían pasado ya por cuatro pueblos y no se habían parado en ninguno. Daruu se aseguraba de gimotear y quejarse con más fuerza cada vez que iban a salir de uno, pero Kiroe se limitaba a silbar, distraída, como quien oye llover.
Llover. Oh, sí, llovía, llovía mucho. En aquellas tierras ya no tanto, pero al muchacho de Ame ya le estaba empezando a parecer excesivo. Normalmente los habitantes de la Lluvia suelen soportar esas cosas, pero cuando llevas varias horas bajo la tormenta, sin paraguas y cargando una enorme mochila, casi más grande que tú, es comprensible que acabes hasta las narices de aquél martirio.
Finalmente, al bajar la cuesta, el muchacho no pudo más y se tiró en plancha a la hierba.
—AaaaaaaaaaahhhhHHHHhhhHHGGGgggggaAAAAH. —Daruu se dio varios cabezazos, uno tras otro, en la hierba.
Kiroe se dio la vuelta y lo observó con una ceja levantada.
—Pero bueno, ¿qué te pasa ahora, enano? —No le llamaba enano de forma despectiva, sino que era un apelativo cariñoso. Como pequeñajo o pulguilla. Hay quien se ofende con gran facilidad con estas cosas, pero Kiroe era así. Y eran madre e hijo.
—¿Cómo que qué me pasa? —Daruu se zafó de las asas de la mochila y se levantó, indignado—. ¿Cómo que qué me pasa? —repitió.
Kiroe siguió mirándolo, confusa.
—Efectivamente, has oído bien. ¿Qué-te-pasa?
Daruu bufó con rabia y se cruzó de brazos.
—Me pasan muchas cosas, ¿sabes? ¿A dónde piñas vamos? ¿Para qué llevamos la mochila tan cargada? ¡QUIERO DESCANSAR!. Y TENGO HAM-BRE.
Kiroe sonrió y se acuclilló. Le revolvió el pelo a su hijo, quien se limitó a bufar y a apartarse.
—Siempre tocándome el pelo, siempre tocándome el pelo... —murmuró.
—Daruu. ¿Pretendes ser un ninja hecho y derecho con esos bracitos? ¿Crees que en una misión de verdad te van a exigir menos de lo que te exijo yo? —explicó Kiroe—. No seas quejica. Coge la mochila. Te he dado la que menos pesa.
Su hijo se sentó en el suelo y se cruzó de brazos, con los mofletes hinchados, como un niño pequeño al que no le dan el caramelo con el que se ha encaprichado.
—Veeenga, vaaaaa.
Daruu se levantó a regañadientes y se puso de nuevo la mochila. Cargó con ella y continuaron el camino.
—Al menos dime a dónde vamos, y qué narices es lo que llevamos en la mochila de una vez, ¡jopé! —dijo.
—A un entrenamiento muy especial, ya que insistes —contestó Kiroe, y levantó el dedo índice de una mano—. Pero atiende: va a ser duro y vas a tener que dejar de quejarte tanto. Lo que voy a enseñarte no es fácil.
Daruu asintió y tragó saliva, intimidado. Kiroe percibió por el rabillo del ojo que su hijo seguía mirándole. Suspiró.
—Llevamos tantas cosas porque vamos a pasar más de un mes fuera. Quien sabe si dos o más. —dijo.
El niño se quedó parado, con la boca abierta.
—¿No te había dicho que no iba a ser fácil? Puedes irte haciendo a la idea... —Acabó la frase con una risilla perversa.
Daruu no volvió a quejarse ni a interrumpir durante un buen rato.
···
Era ya muy tarde y tenía los hombros destrozados. Los pies le ardían y se morían por tomar un buen descanso, y Kiroe, finalmente, decidió parar en una pequeña posada del camino. Se acercó al mostrador y negoció el precio con el posadero, quien a regañadientes, al final, aceptó que Daruu no pagara alojamiento y que madre e hijo compartirían habitación.
La posada no estaba mal. Les dieron una cena decente y las habitaciones no parecían cochambrosas. Era un alivio saber que iban a poder dormir sin que les comieran las chinches.
Daruu dejó caer la mochila en un rincón y se tumbó en la cama sin hacer más preguntas. De hecho, sin decir ni una palabra. Kiroe dejó también el equipaje al lado del de su hijo, y se miró en un espejito de plata que había encima de un aparador, enfrente de la cama de matrimonio.
—Qué mal. Aún queda una hora de aquí a Yachi y me hubiera gustado llegar allí esta misma noche. Hemos tenido que pagar alojamiento... —dijo Kiroe, más para sí misma que para su acompañante, al que presumía dormido ya. Pero contestó:
—¿Y en Yachi no?
—No, no. Tenemos una pequeña cabaña allí. Me la "regaló" un viejo amigo mío del País del Fuego. Al fin y al cabo, el último pedido de fresas acabó en el fondo del cañón. Me debía el favor —explicó su madre.
—Pobrecito. ¿No podías perdonárselo? —dijo Daruu—. Recuerdo a ese señor. Vino a casa a pedirte perdón y a devolverte el dinero.
—Ya. Perdonárselo. ¡No me iba a devolver ni la mitad de lo que pagué! Y encima el tío coge y me dice que es que se distrajo mirándole el culo a unas jovencitas que pasaban por allí. ¡Se le cayó el puto carro al río! ¡Se le cayó! ¿Cómo se puede ser tan imbécil? Y más imbécil por contármelo, así, sin pudor alguno. Así que me quedé con su casa en la montaña.
Daruu rió al ver a su madre tan alterada de pronto.
—Perdón. No debería hablar de estas cosas con un crío.
—Vamos, mamá, ya soy mayor.
Aún así, eso no le impidió acurrucarse en el regazo de su madre y quedarse dormido como un bebé. Como si el futuro manchado de sangre de los ninjas esperase, paciente, y no fuera a llegar de un instante a otro.
···
Los cañones de Yachi eran aún más bonitos de lo que siempre le habían contado. Unos riscos enormes, de piedra y hierba, que descendían cientos y cientos de metros hasta caer a un río de aguas tranquilas en el fondo.
—¡Uau, sí que es enorme! —exclamó Daruu, haciéndose oír por encima del viento—. ¿Dónde está la cabaña esa, mamá?
Kiroe señaló abajo al río. Allá a lo lejos, le pareció vislumbrar lo que parecía un pequeño edificio de madera clara.
—Osea, que te quedaste con su casita de la montaña. Más bien casita al borde del río. Menudo lujazo. —Lo dijo casi con tono recriminatorio, como si la historia que le había contado mamá no fuese más que una fábula fantasiosa.
—Oye, que va en serio —dijo Kiroe—. No sabes cómo me pongo cuando me enfado. Y lo opulento que es ese tío. Va de humilde, pero está forrado... Cuando lo descubrí, no pudo negarse a dármela. Como te he dicho, no me quería pagar ni la mitad y tiene más de cien veces ese dinero. Si tendrá por lo menos diez casas más como esta, qué te crees. Y quién me dice que no, claro... Tengo material de sobra para incriminarle en más de un chanchullete con unos cuantos Señores Feudales. A mí no me incumbe y no es nada grave, así que...
Daruu no entendía cómo alguien podía vivir con tanto dinero. «¿De verdad es tan feliz la gente acaparando tanto?». Mientras bajaban por la ladera de la montaña, con mucho, mucho cuidado, le dio vueltas a esta cuestión. «Aunque, claro, con ese dinero podría montar mi propia cadena de pizzerías y...»
Llegaron abajo. El valle, desde allí, era mucho más bonito aún que desde arriba, y el acantilado resultaba ominoso. Más allá, entre las dos gigantescas paredes de piedra, había un recoveco en la roca con un pequeño mini-bosque. Era increíble. Un bosque encerrado en una especie de caverna abierta al río y a la luz del sol. Daruu nunca había visto tanta belleza en un paisaje natural, considerando que además vivía en el centro de una ajetreada ciudad de rascacielos, desagües y luces de neón.
—Vamos, entremos —dijo mamá.
Por supuesto, la cabaña era mucho más grande de lo que parecía desde arriba. No era sólo su localización, sino su estructura y su mobiliario lo que era lujoso. La madera estaba bien cuidada, y considerando que su madre vivía a kilómetros de allí y nadie se ocupaba de mantenerla, estaba en un estado asombroso. Habían un montón de habitaciones, entre la que destacaba una sala de estar con dos comodos sillones y un gigantesco sofá. Por dentro, la cabaña tenía un tatami de entrenamiento, y en el piso de arriba había hasta cuatro habitaciones.
Kiroe la había llamado cabaña, pero si le hubiera dicho a Daruu que aquello era una pequeña mansión de madera, habría acertado.
—¿Por qué no vendes esto y te forras? —dijo Daruu—. ¿No sería mejor que tenerlo aquí abandonado?
—Chico, ¿no has visto cómo mola todo esto? —contestó su madre—. Y no has visto aún lo mejor. Vas a entender por qué no la vendo.
Su madre lo condujo al final del pasillo y abrió una puerta.
Vaya. Menuda cocina. No era nada comparada a lo que tenían en casa, aunque últimamente su madre había estado haciendo reformas. Aquello era una barbaridad. La encimera medía más de tres metros y daba la vuelta por toda la sala. Habían varios hornos, varios hornillos y suficientes utensilios como para fundar una pastelería allí, en el propio Yachi.
—¡Estás contemplando mi retiro de jubilación, Daruucín! —exclamó Kiroe levantando los brazos muy alto—. Y... tu principal lugar de entrenamiento.
—¿Eh? ¿Pero esto no iba... sobre ser un ninja? ¿Ahora es una receta de cocina? —preguntó Daruu, ligeramente ofendido. Por un momento, pensó que sólo le había traído hasta allí para enseñarle la cabaña.
—Ya lo verás... De momento, vamos a deshacer el equipaje. ¡Aún no has visto tu habitación!
···
Su madre podía tener muchas cosas, pero desde luego que sentido del humor le sobraba. Su habitación era una especie de oda a sus poderes especiales. El edredón era de hojas de manzano y las cortinas, en la ventana, marrones con estampados de piñas. Había un pequeño aparador bajo la ventana con tres bonsais encima, evidentemente de plástico. «Quién iba a estar aquí para cuidar de unos de verdad sino». Su madre le había dicho que pusiera toda la ropa en el aparador, que aún no se había hecho con un armario, pero Daruu había pensado que era mucha mejor idea hacer un poquito de carpintero y fabricarse él mismo el armario en un santiamén. Probablemente habría que reemplazar las bisagras de madera por unas de metal más reforzado, pero debía decir que le había quedado bastante bien.
Su madre entró por la puerta.
—¿Ya has acaba...? —se interrumpió un momento y retrocedió un paso—. ¿Ese armario estaba ahí?
Daruu se sacudió las manos con orgullo.
—¿A que me ha quedado chulo? —dijo.
—Yo que tú ahorraría fuerzas, Daruu —contestó Kiroe, muy seria—. Vas a necesitar mucho chakra para este entrenamiento.
Su hijo, intimidado, bajó la mirada y apretó los puños. Pero consideró que no había dicho nada del mueble por su bien.
—¿Qué es lo que se supone que voy a entrenar? —preguntó.
—Una técnica secreta de Uzushiogakure. Digamos que... Tomé prestado un pergamino cuando sólo era una chiquitita e inocente chuunin —dijo Kiroe. Al ver como la miraba su hijo, continuó—: Trabajamos en equipo con unos ninjas del Remolino para recabar información sobre un criminal del País del Viento. Había robado esos pergaminos. Me merecía echarles un ojo, ¿no? Venga, te espero en la cocina cuando estés listo.
Kiroe salió de la habitación y bajó las escaleras. Daruu estaba emocionado a la par que terriblemente confundido. «Sigo sin ver qué pinta la cocina en todo esto...»
De todas maneras, sacó lo que quedaba del equipaje y salió pitando hacia la cocina. Cuando entró, encontró a su madre sentada en una silla, esperándole detrás de la isla-encimera. Encima de ella, sólo había una batidora desenchufada con un montón de frutas dentro.
—¿Y esto? —dijo Daruu, señalando a la batidora.
Kiroe no respondió. Se inclinó un poco en la silla y apretó la palma de la mano encima de la tapa de la batidora. Hubo una ráfaga de chakra morado, y las frutas dieron varios giros sobre sí mismo, triturándose y convirtiéndose en zumo. Kiroe retiró el vaso y se lo bebió.
Daruu se había quedado con la boca abierta.
—Primer paso del entrenamiento. Bate estas frutas con tu chakra. —Señaló a un cubo lleno de fruta pelada y preparada que había a su lado—. Tendrás que hacerlo girar en todas direcciones si quieres que se triture bien, ya sabes que un zumo o un batido con grumos no es un buen batido. Comprobarás que no es tan fácil como parece.
Su hijo levantó una ceja, escéptico, se acercó a la caja de frutas, echó unas cuantas dentro de la batidora y puso la tapa. A continuación, puso la palma de la mano encima, tal y como había hecho su madre. Hubo un remolino de chakra verde y...
No consiguió infundir el chakra dentro de la batidora, sino que lo hizo encima de la tapa. En consecuencia, la tapa giró sobre sí misma a toda velocidad, salió disparada hacia el extractor de humos, rebotó y le pegó en toda la cara. Cayó atrás y se dio un fuerte golpe en la cocorota.
—Ay, ¡ayyy, ay! —gimió.
—Te lo he dicho, no es tan fácil como parece. Y te dije hace unos días que esto te va a llevar tiempo, mucho tiempo. Yo tardé años en perfeccionar la técnica...
—¿Pero dónde está la técnica? ¡Sólo estamos batiendo frutas! —se quejó Daruu, levantándose, volviendo a echar las frutas en la batidora, y volviendo a mandar la tapa a freír espárragos. Casi literalmente, porque la metió dentro de la sartén.
—Pronto te darás cuenta de que necesitarás mucha paciencia para conseguirlo. Paciencia y concentración. Ah, y... —Kiroe pareció quedarse un momento mirando el pelo de su hijo—. Hacia la derecha, Daruu. Te resultará más fácil.
»Este es el primer paso. Yo te dejo aquí mientras voy a comprar unas cosas en Yachi —el pueblo—. Un consejo: no le digas a nadie del pueblo que Yachi es el acantilado, les jode un montón. Pero para mí, el pueblo siempre será "el pueblo al lado de Yachi, el gran cañón". Ja, ja.
Kiroe salió por la puerta y lo dejó allí plantado, frustrado, preguntándose por qué estaba batiendo fresas con el chakra y de qué le iba a servir aquello para pelear con nadie.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)