8/02/2016, 12:31
(Última modificación: 8/02/2016, 12:32 por Amedama Daruu.)
-Joder ¿Voy a morir en serio? ¡No puedes hacerme esto!-
¿Y qué quería que hiciera? Daruu se sintió mal, un poco, pero no podía hacer otra cosa más que avisarle de la posible consecuencia que tendría beber del río. Se encogió de hombros sin saber muy bien qué decir.
-Espera.. entonces.. hay que ir al maldito médico. Si, eso es. El médico. ¿Hay alguno por aquí cerca?-
—Supongo, ¿no? En los do... —comenzó a decir, pero el muchacho le interrumpió:
Quiero decir... Un médico que no sea el del asentamiento samurái de los dojos
Levantó una ceja. «¿Y por qué no quiere ir a un médico de los dojos, si se puede saber?»
-Mierda, tienes que ayudarme. ¿Cómo te llamas, chico de Amegakure?-
—Me llamo Daruu. Hanaiko Daruu, mucho gusto, tío. ¿Y tú? Venga, vamos a buscar un médico por donde sea antes de que acabe siendo tarde —dijo, y subió a la rama más cercana. Tras otear un poco por encima de las copas de los árboles, señaló en dirección al noreste y le indicó con la otra mano a su compañero improvisado a que subiera también al árbol—. ¡Mira, allí! Vamos, si hay un asentamiento, es posible que haya un médico. Y no está lejos.
Una columna fina de humo, como el de una chimenea, ascendía lentamente no muy lejos de allí. Daruu bajó de la rama, cruzó a pie el río y corrió esquivando los troncos dirigiéndose hacia el lugar.
Los muchachos no tardaron en llegar. Lo que había parecido un asentamiento resultó ser una choza con tejado de paja y paredes de madera. El cartel rezaba "doctor", así que supuso que habían dado en el clavo. Daruu tragó saliva, intimidado, y llamó a la puerta con dos tímidos golpecitos con los nudillos. La puerta se abrió al cabo de unos segundos.
Les recibió un señor vestido con taparrabos, que llevaba un bastón en una mano y una máscara alargada de madera que representaba a un ciervo.
—¡Un, chacachacachaca ún! —hizo un pequeño bailecito—. ¿Quién necesita de mis cuidados? ¿Qué necesita?
«Dios. Mío». Daruu no perdió el tiempo y señaló al pelirrojo con el cuerpo tenso como una aguja.
—Ha... bebido agua del río —dijo—. Había... un ciervo, muerto, más arriba. Puede haber cogido algo.
—¡Oh, señor de los cielos y los mares, OOH! —exclamó el chamán—. Es más graaave de lo que pensaba. ¡UN, CHACACHACA ÚN! —Repitió de nuevo el baile, empujando a Daruu y apartándolo del camino y asiendo a su acompañante firmemente del brazo.
Con una fuerza increíble, lo arrastró dentro de la choza. Daruu entró tras de él.
Era la casa de un auténtico hechicero tribal. Pequeña, con una sola ventana por la que entraba una luz tenue. Iluminaba un lecho de paja, y hacía que el resto del hogar quedara en penumbra. Había una estantería llena de cachibaches que Daruu no había visto nunca y un armario en la pared de al lado, una pequeña camilla reclinada hacia adelante y una gran olla que bullía con lo que parecía ser agua, simplemente agua, junto a una mesita.
El hechicero empujó al pelirrojo y le hizo sentarse en la camilla. Miró a Daruu y señaló el lecho de paja.
—Siéntate, ¡siéntate, muchacho! No temas la hospitalidad de este pobre viejo.
—Eh... No, no, estoy bien, ¡gracias! Llevo mucho rato sentado —contestó Daruu.
—Como quieras... Ahora, déjame buscar un par de cositas en mi armario... —Se puso a bailar de nuevo mientras avanzaba a saltitos hacia el armarito al lado de la estantería. Lo abrió y comenzó a rebuscar entre un montón de tarros con hierbas y otras cosas que Daruu no tenía ganas de distinguir—. ¡Un, chaca chaca, ún!
El muchacho se acercó al paciente. Y le susurró al oído:
—¿Seguro que no habrías preferido ir al médico de los dojos, o algo?
—¡AHHHH, LAS ENCONTRÉ! Genial. Van muy bien para estas cosas. —El chamán les interrumpió antes de que pudieran hacer nada para evitarlo, y se puso al lado de la mesita con un mortero, y un tarro empañado por el vaho de la olla. Abrió la tapa del tarro y virtió su contenido dentro. Parecían ser... arañas.
Cogió el mortero y empezó a machacarlas como si estuviera preparando alioli.
Chac-chac-chac-chac-chac.
«¡¡¡¡EEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEAK!!!!!»
¿Y qué quería que hiciera? Daruu se sintió mal, un poco, pero no podía hacer otra cosa más que avisarle de la posible consecuencia que tendría beber del río. Se encogió de hombros sin saber muy bien qué decir.
-Espera.. entonces.. hay que ir al maldito médico. Si, eso es. El médico. ¿Hay alguno por aquí cerca?-
—Supongo, ¿no? En los do... —comenzó a decir, pero el muchacho le interrumpió:
Quiero decir... Un médico que no sea el del asentamiento samurái de los dojos
Levantó una ceja. «¿Y por qué no quiere ir a un médico de los dojos, si se puede saber?»
-Mierda, tienes que ayudarme. ¿Cómo te llamas, chico de Amegakure?-
—Me llamo Daruu. Hanaiko Daruu, mucho gusto, tío. ¿Y tú? Venga, vamos a buscar un médico por donde sea antes de que acabe siendo tarde —dijo, y subió a la rama más cercana. Tras otear un poco por encima de las copas de los árboles, señaló en dirección al noreste y le indicó con la otra mano a su compañero improvisado a que subiera también al árbol—. ¡Mira, allí! Vamos, si hay un asentamiento, es posible que haya un médico. Y no está lejos.
Una columna fina de humo, como el de una chimenea, ascendía lentamente no muy lejos de allí. Daruu bajó de la rama, cruzó a pie el río y corrió esquivando los troncos dirigiéndose hacia el lugar.
Los muchachos no tardaron en llegar. Lo que había parecido un asentamiento resultó ser una choza con tejado de paja y paredes de madera. El cartel rezaba "doctor", así que supuso que habían dado en el clavo. Daruu tragó saliva, intimidado, y llamó a la puerta con dos tímidos golpecitos con los nudillos. La puerta se abrió al cabo de unos segundos.
Les recibió un señor vestido con taparrabos, que llevaba un bastón en una mano y una máscara alargada de madera que representaba a un ciervo.
—¡Un, chacachacachaca ún! —hizo un pequeño bailecito—. ¿Quién necesita de mis cuidados? ¿Qué necesita?
«Dios. Mío». Daruu no perdió el tiempo y señaló al pelirrojo con el cuerpo tenso como una aguja.
—Ha... bebido agua del río —dijo—. Había... un ciervo, muerto, más arriba. Puede haber cogido algo.
—¡Oh, señor de los cielos y los mares, OOH! —exclamó el chamán—. Es más graaave de lo que pensaba. ¡UN, CHACACHACA ÚN! —Repitió de nuevo el baile, empujando a Daruu y apartándolo del camino y asiendo a su acompañante firmemente del brazo.
Con una fuerza increíble, lo arrastró dentro de la choza. Daruu entró tras de él.
Era la casa de un auténtico hechicero tribal. Pequeña, con una sola ventana por la que entraba una luz tenue. Iluminaba un lecho de paja, y hacía que el resto del hogar quedara en penumbra. Había una estantería llena de cachibaches que Daruu no había visto nunca y un armario en la pared de al lado, una pequeña camilla reclinada hacia adelante y una gran olla que bullía con lo que parecía ser agua, simplemente agua, junto a una mesita.
El hechicero empujó al pelirrojo y le hizo sentarse en la camilla. Miró a Daruu y señaló el lecho de paja.
—Siéntate, ¡siéntate, muchacho! No temas la hospitalidad de este pobre viejo.
—Eh... No, no, estoy bien, ¡gracias! Llevo mucho rato sentado —contestó Daruu.
—Como quieras... Ahora, déjame buscar un par de cositas en mi armario... —Se puso a bailar de nuevo mientras avanzaba a saltitos hacia el armarito al lado de la estantería. Lo abrió y comenzó a rebuscar entre un montón de tarros con hierbas y otras cosas que Daruu no tenía ganas de distinguir—. ¡Un, chaca chaca, ún!
El muchacho se acercó al paciente. Y le susurró al oído:
—¿Seguro que no habrías preferido ir al médico de los dojos, o algo?
—¡AHHHH, LAS ENCONTRÉ! Genial. Van muy bien para estas cosas. —El chamán les interrumpió antes de que pudieran hacer nada para evitarlo, y se puso al lado de la mesita con un mortero, y un tarro empañado por el vaho de la olla. Abrió la tapa del tarro y virtió su contenido dentro. Parecían ser... arañas.
Cogió el mortero y empezó a machacarlas como si estuviera preparando alioli.
Chac-chac-chac-chac-chac.
«¡¡¡¡EEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEAK!!!!!»
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)