13/02/2016, 02:57
El centro del pueblo le resultaba una zona bastante viva y pintoresca. Docenas de puestos con todo tipo de mercancía procedente de muchos lugares; el sonido de las cabras y gallinas esperando ser vendidas, el olor de las especias y las hierbas que flotaba por sobre el lugar, la sensación de las muchas telas y alfombras que colgaban, el sabor de las frutas y vinos dulces que ofrecían como muestras y las cientos de formas y colores de todas las artesanías que ahí se vendían. En aquella plaza central, todo se arremolinaba alrededor de una gran fuente que ornamentaba el centro. Tenía muchas figuras grabadas en bajo relieve y una estructura que se asemejaba mucho al de una cascada.
«Es un lugar con bastante actividad —pensó mientras se esforzaba por caminar entre la multitud sin perder a Momo—. Creo que al ser un puesto fronterizo es natural que el comercio sea tan próspero.»
El pueblo funcionaba como un pequeño sistema económico con su propia versión de una aduana. Para los mercaderes era mucho más fácil llegar hasta la frontera y vender a buen precio sus bienes en aquel sitio, que adentrarse en el país vecino hasta encontrar una gran ciudad. El poblado trabajaba como un bazar donde podías conseguir una aglomeración de mercancía importada con facilidad. Puede que tuvieran que pagar un impuesto un poco más alto, pero la seguridad que brindaban los cuerpos militares era bastante apreciada.
«En un principio creía que el anciano me mandaría a un lugar perdido y desolado —recordó mientras permitía que su caballo bebiera de la fuente—, pero resulta ser un pueblo lleno de vida. Además parece que a pesar de la fuerte presencia militar, los soldados y los aldeanos conviven en armonía.»
Mientras paseaba por aquel sitio se sentía afortunado por el hecho de tener aún un día para cumplir con su encargo. Esto era gracias a la buena montura que le ahorró todo un día de viaje. Se encontraba tranquilo y sin prisas, por lo que podría pasear hasta el atardecer y luego buscar un sitio para pasar la noche, descansar y a la mañana siguiente cumplir con su cometido.
Se dedicó a caminar sin un rumbo fijo, deteniéndose sólo en aquellos lugares que le llamaban la atención.
—¡Usted, joven! Se nota que sabe apreciar la belleza mortal de las armas —aseguro el vendedor mientras posaba los ojos en su katana—. Venga, venga y eche un vistazo. En mi tienda tengo los aceros más fuertes y afilados de la frontera. —El espadachín se acercó a echar un vistazo pues no podía resistirse a todo aquello que tuviera que ver con las armas. El sujeto tenía filos de muy buena calidad, pero ninguno consiguió atraerle lo suficiente. Al final solo compro una piedra de amolar que parecía bastante buena, pero solo lo hizo para no ser descortés con el tendero.
Después de un rato se sentía cansado, por lo que decidió hacer una pausa en una pequeña tienda de té. Tomó asiento en una mesa con sombrilla y pidió que le llevaran una bebida helada, pues el mediodía se presentaba caluroso. Dejo a Momo, amarrado, cerca de la entrada y procedió a disfrutar de su bebida junto un jugoso melocotón. Se encontraba bastante relajado, pues aún no había notado que un par de ojos seguían todos sus movimientos.
«Es un lugar con bastante actividad —pensó mientras se esforzaba por caminar entre la multitud sin perder a Momo—. Creo que al ser un puesto fronterizo es natural que el comercio sea tan próspero.»
El pueblo funcionaba como un pequeño sistema económico con su propia versión de una aduana. Para los mercaderes era mucho más fácil llegar hasta la frontera y vender a buen precio sus bienes en aquel sitio, que adentrarse en el país vecino hasta encontrar una gran ciudad. El poblado trabajaba como un bazar donde podías conseguir una aglomeración de mercancía importada con facilidad. Puede que tuvieran que pagar un impuesto un poco más alto, pero la seguridad que brindaban los cuerpos militares era bastante apreciada.
«En un principio creía que el anciano me mandaría a un lugar perdido y desolado —recordó mientras permitía que su caballo bebiera de la fuente—, pero resulta ser un pueblo lleno de vida. Además parece que a pesar de la fuerte presencia militar, los soldados y los aldeanos conviven en armonía.»
Mientras paseaba por aquel sitio se sentía afortunado por el hecho de tener aún un día para cumplir con su encargo. Esto era gracias a la buena montura que le ahorró todo un día de viaje. Se encontraba tranquilo y sin prisas, por lo que podría pasear hasta el atardecer y luego buscar un sitio para pasar la noche, descansar y a la mañana siguiente cumplir con su cometido.
Se dedicó a caminar sin un rumbo fijo, deteniéndose sólo en aquellos lugares que le llamaban la atención.
—¡Usted, joven! Se nota que sabe apreciar la belleza mortal de las armas —aseguro el vendedor mientras posaba los ojos en su katana—. Venga, venga y eche un vistazo. En mi tienda tengo los aceros más fuertes y afilados de la frontera. —El espadachín se acercó a echar un vistazo pues no podía resistirse a todo aquello que tuviera que ver con las armas. El sujeto tenía filos de muy buena calidad, pero ninguno consiguió atraerle lo suficiente. Al final solo compro una piedra de amolar que parecía bastante buena, pero solo lo hizo para no ser descortés con el tendero.
Después de un rato se sentía cansado, por lo que decidió hacer una pausa en una pequeña tienda de té. Tomó asiento en una mesa con sombrilla y pidió que le llevaran una bebida helada, pues el mediodía se presentaba caluroso. Dejo a Momo, amarrado, cerca de la entrada y procedió a disfrutar de su bebida junto un jugoso melocotón. Se encontraba bastante relajado, pues aún no había notado que un par de ojos seguían todos sus movimientos.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)