18/07/2022, 19:31
Ren entró intentando pasar por una deportista más, con la bandana al cuello. Un viejo que estaba en la entrada la ojeó y enseguida hizo un extraño silbido que resonó por el lugar, más que un silbido fue como el ulular de un buho. Todo el lugar se congeló al instante.
El bullicio que había oido al entrar desapareció y todos los ojos se posaron en ella. Los dos chicos que estaban dentro del ring, sus entrenadores que estaban apoyados en las cuerdas, las dos chicas que estaban en el tatami, las cuatro que hasta ahora habían estado observando el combate, los tres muchachos que practicaban kendo a un lado, todos se pararon a mirarla.
Al principio con curiosidad de qué pasaba la mayoría, poco a poco, la frialdad se dejó ver en el ambiente. El más indiferente era el viejo que la había observado primero, que volvió a su crucigrama como si no pasase nada. Estaba tras un mostrador, sentado en un taburete, sin nada más encima del mostrador que su libro de crucigramas y un boligrafo.
Pocos de los deportistas iba uniformado como debía, parecían más chavales aleatorios de la calle que profesionales. Detrás de todos ellos, al final del lugar había una sola puerta que daba a una habitación con cristalera. Dentro había un simple despacho y dentro de él, un hombre observaba.
El bullicio que había oido al entrar desapareció y todos los ojos se posaron en ella. Los dos chicos que estaban dentro del ring, sus entrenadores que estaban apoyados en las cuerdas, las dos chicas que estaban en el tatami, las cuatro que hasta ahora habían estado observando el combate, los tres muchachos que practicaban kendo a un lado, todos se pararon a mirarla.
Al principio con curiosidad de qué pasaba la mayoría, poco a poco, la frialdad se dejó ver en el ambiente. El más indiferente era el viejo que la había observado primero, que volvió a su crucigrama como si no pasase nada. Estaba tras un mostrador, sentado en un taburete, sin nada más encima del mostrador que su libro de crucigramas y un boligrafo.
Pocos de los deportistas iba uniformado como debía, parecían más chavales aleatorios de la calle que profesionales. Detrás de todos ellos, al final del lugar había una sola puerta que daba a una habitación con cristalera. Dentro había un simple despacho y dentro de él, un hombre observaba.