3/11/2022, 17:07
—¡Así es, soy kunoichi! —respondió Suzume—. Aw... Gracias por tus buenos deseos, Ayame-san —añadió, con una amplia sonrisa y los ojos brillantes.
Ayame correspondió con otra sonrisa y una leve inclinación de cabeza.
—¡De hecho, ése es mi sueño! Ir a dar conciertos a todas partes, compartir mi voz con todo el mundo. ¡Ah, lo siento tan lejano! Pero a su vez me inspira a dar lo mejor de mí cada vez que subo a un escenario.
«Es un sueño curioso para una kunoichi.» Escribió Ayame. «Creo que nunca he conocido a un shinobi que quisiera compaginar su trabajo con el espectáculo.»
Aunque, si lo pensaba detenidamente, no tenía demasiado de extraño. Daruu, sin ir más lejos, ayudaba a su madre con la repostería al mismo tiempo que trabajaba como ninja. Desde luego, las combinaciones que salían de estas fusiones de empleos sí que eran de lo más curiosas. Ayame se llevó el boli al mentón, pensativa. Durante un instante, no pudo evitar preguntarse si Suzume también dominaría alguna técnica relacionada con la música como ella misma hacía...
Bueno... En el pasado.
—Siento si soy muy metiche, pero... —añadió Suzume, atrayendo de nuevo la atención de los ojos de Ayame—. ¿La perdiste o nunca la has tenido? M-me refiero a que... Has preferido escribir a hablar y... Yo no quería insistir, pero me ha ganado la curiosidad... ¡S-si no quieres decirme está bien!
Sus palabras hicieron un efecto instantáneo en Ayame. La muchacha se quedó lívida durante unos instantes. Sus ojos estaban enfocados en Suzume, pero en realidad miraban mucho más allá. Entonces sintió frío. Un frío que le calaba en los huesos. Y aquellas garras que atenazaban su garganta apretaron con más fuerza. En sus oídos retumbaba una risa distante, cruel y que ponía la carne de gallina. Apartó la mirada a un lado, cerrando los ojos con fuerza intentando retener las lágrimas. Pero aún así no consiguió controlar el temblor de su cuerpo.
Aún tardaría varios largos segundos en responder. Y cuando lo hizo su letra se tornó temblorosa, ondulante, insegura... Llena de miedo. Su respuesta sólo fueron dos palabras, pero esas dos palabras guardaban en su interior una amalgama de sentimientos que estaban atrapados dentro de ella.
Ayame correspondió con otra sonrisa y una leve inclinación de cabeza.
—¡De hecho, ése es mi sueño! Ir a dar conciertos a todas partes, compartir mi voz con todo el mundo. ¡Ah, lo siento tan lejano! Pero a su vez me inspira a dar lo mejor de mí cada vez que subo a un escenario.
«Es un sueño curioso para una kunoichi.» Escribió Ayame. «Creo que nunca he conocido a un shinobi que quisiera compaginar su trabajo con el espectáculo.»
Aunque, si lo pensaba detenidamente, no tenía demasiado de extraño. Daruu, sin ir más lejos, ayudaba a su madre con la repostería al mismo tiempo que trabajaba como ninja. Desde luego, las combinaciones que salían de estas fusiones de empleos sí que eran de lo más curiosas. Ayame se llevó el boli al mentón, pensativa. Durante un instante, no pudo evitar preguntarse si Suzume también dominaría alguna técnica relacionada con la música como ella misma hacía...
Bueno... En el pasado.
—Siento si soy muy metiche, pero... —añadió Suzume, atrayendo de nuevo la atención de los ojos de Ayame—. ¿La perdiste o nunca la has tenido? M-me refiero a que... Has preferido escribir a hablar y... Yo no quería insistir, pero me ha ganado la curiosidad... ¡S-si no quieres decirme está bien!
Sus palabras hicieron un efecto instantáneo en Ayame. La muchacha se quedó lívida durante unos instantes. Sus ojos estaban enfocados en Suzume, pero en realidad miraban mucho más allá. Entonces sintió frío. Un frío que le calaba en los huesos. Y aquellas garras que atenazaban su garganta apretaron con más fuerza. En sus oídos retumbaba una risa distante, cruel y que ponía la carne de gallina. Apartó la mirada a un lado, cerrando los ojos con fuerza intentando retener las lágrimas. Pero aún así no consiguió controlar el temblor de su cuerpo.
Aún tardaría varios largos segundos en responder. Y cuando lo hizo su letra se tornó temblorosa, ondulante, insegura... Llena de miedo. Su respuesta sólo fueron dos palabras, pero esas dos palabras guardaban en su interior una amalgama de sentimientos que estaban atrapados dentro de ella.
«La perdí.»