4/03/2023, 00:26
(Última modificación: 5/03/2023, 00:26 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Pasó una hora hasta recibir noticias de Eri a través del sello de comunicación. Estaban a salvo. Todas. Habían escapado por los pelos y ahora se encontraban en una taberna de mala muerte esperando a que llegase la noche. Todavía no había pasado el peligro, y quedaba aún lo más difícil por hacer: abandonar Inaka sin ser descubiertas. Al menos, ellas también pudieron averiguar que Daigo se encontraba a salvo. Ahora tan solo les quedaba luchar por seguir así.
Pasaron otras tres horas más hasta que Daigo oyó que llamaban a la puerta. Un gorila gris —grande, pero más pequeño en comparación que el resto— apareció al otro lado, con un enorme plato en una mano y un vaso de agua en la otra. Los dejó encima de una pequeña mesita.
—Baruck le recibirá en breve, señor Daigo. Llene el estómago primero. Espero sea de su agrado —dijo, antes de cerrar la puerta. Se oyó el cerrojo de nuevo.
En un plato sopero, junto a una cuchara de madera, reposaban unas gachas de curioso aspecto. Y es que la papilla, en vez de aderezada con chorizo o panceta, lo estaba con… insectos. Lo cierto es que para alguien no acostumbrado la vista podía resultar un tanto asquerosa, pero si Daigo le daba una oportunidad, comprobaría que no sabían tan mal. El puré era salado, y los insectos estaban crujientes, con un sabor suave comparable a algún fruto seco como las nueces o los anacardos.
Treinta minutos después, el mismo gorila volvió a recoger los platos, y dejó en su lugar ropa: un pantalón y un jersey oscuro, de tela suave y cómoda, sin extravagancias, de un tamaño parecido al de Daigo. Por lo que Daigo había podido comprobar, los gorilas vestían bastante parecido a los humanos salvo por el calzado: todos iban descalzos.
—En seguida vuelvo a por el señor —dijo, antes de retirarse por segunda vez.
Pasaron otras tres horas más hasta que Daigo oyó que llamaban a la puerta. Un gorila gris —grande, pero más pequeño en comparación que el resto— apareció al otro lado, con un enorme plato en una mano y un vaso de agua en la otra. Los dejó encima de una pequeña mesita.
—Baruck le recibirá en breve, señor Daigo. Llene el estómago primero. Espero sea de su agrado —dijo, antes de cerrar la puerta. Se oyó el cerrojo de nuevo.
En un plato sopero, junto a una cuchara de madera, reposaban unas gachas de curioso aspecto. Y es que la papilla, en vez de aderezada con chorizo o panceta, lo estaba con… insectos. Lo cierto es que para alguien no acostumbrado la vista podía resultar un tanto asquerosa, pero si Daigo le daba una oportunidad, comprobaría que no sabían tan mal. El puré era salado, y los insectos estaban crujientes, con un sabor suave comparable a algún fruto seco como las nueces o los anacardos.
Treinta minutos después, el mismo gorila volvió a recoger los platos, y dejó en su lugar ropa: un pantalón y un jersey oscuro, de tela suave y cómoda, sin extravagancias, de un tamaño parecido al de Daigo. Por lo que Daigo había podido comprobar, los gorilas vestían bastante parecido a los humanos salvo por el calzado: todos iban descalzos.
—En seguida vuelvo a por el señor —dijo, antes de retirarse por segunda vez.