11/04/2023, 17:05
Suzaku y Umi corrían a toda velocidad por las calles de la aldea esquivando los escombros del centro y haciendo, difícilmente, caso omiso a las llamadas de socorro de toda esa gente que había tenido la mala suerte de estar en el peor lugar posible en el peor de los momentos. Al menos, Umi tiraba del brazo de Suzaku para que no se detuviera: no porque no le importase toda esa gente, de hecho, sus lamentos y los gritos de otros ninjas que ayudaban eran como puñales que se clavaban en los tímpanos; sino porque había algo más por lo que Umi estaba preocupada, por lo que lloraba, casi berreando, olvidada toda la máscara de indiferencia que se había visto forzada a construir por el bien de la única familia que le quedaba. Por Suzaku.
Finalmente, sus pies se detuvieron, casi derrapando en la tierra suelta fuera del camino empedrado. Su casa estaba cerca del epicentro de la explosión, pero allí estaba, intacta. Y a la mayor de las hermanas le temblaron las piernas. Sus tobillos flaquearon y cayó sobre sus rodillas, las manos tapando unos ojos que lloraban de miedo, tristeza, ira y alivio al mismo tiempo.
—Menos mal... menos mal, Suzaku... menos mal... nuestro hogar está intacto —sollozó, a una Suzaku que parecía más entera que ella.
Al fin y al cabo, ella tenía convicciones. Valores que compartía con compañeros y con colegas de profesión. Umi no tenía nada de eso, o más bien creía que no lo tenía. Sólo había tenido a su hermana, la gran mentira que cargaba a sus espaldas como un saco de kilos y kilos de piedras, y aquella casa. Su hogar. Donde se habían criado.
Finalmente, sus pies se detuvieron, casi derrapando en la tierra suelta fuera del camino empedrado. Su casa estaba cerca del epicentro de la explosión, pero allí estaba, intacta. Y a la mayor de las hermanas le temblaron las piernas. Sus tobillos flaquearon y cayó sobre sus rodillas, las manos tapando unos ojos que lloraban de miedo, tristeza, ira y alivio al mismo tiempo.
—Menos mal... menos mal, Suzaku... menos mal... nuestro hogar está intacto —sollozó, a una Suzaku que parecía más entera que ella.
Al fin y al cabo, ella tenía convicciones. Valores que compartía con compañeros y con colegas de profesión. Umi no tenía nada de eso, o más bien creía que no lo tenía. Sólo había tenido a su hermana, la gran mentira que cargaba a sus espaldas como un saco de kilos y kilos de piedras, y aquella casa. Su hogar. Donde se habían criado.