18/02/2016, 15:45
Al asomarse a la ventana, Anzu vio lo que los gritos de su compañera confirmaron pocos instantes después: un chico, aparenetemente de la edad de ambas kunoichis, pero visiblemente más entrado en carnes, las había estado espiando tras la pared. La ira que Anzu acumuló en tan sólo un instante hizo que se le hinchara visiblemente una vena en la sien, palpitando de furia. Clavó sus ojos grises en El Mirón, y brillaron con la determinación de un depredador que está decidido a cazar a su presa, cueste lo que cueste.
-¡Vamos Anzu!
El grito de guerra de Ritsuko fue como un pistoletazo de salida. La Yotsuki saltó la ventana, saliendo con agilidad felina, y flexionó las rodillas para amortiguar su aterrizaje en tierra firme. Cubierta sólo por la toalla de baño, no parecía que aquel atuendo la incomodase.
-¡TÚ, PERVERTIDO CABRONAZO! ¡VOY A MACHACAR TU CABEZA CONTRA EL SUELO HASTA QUE SE TE OLVIDE LO QUE HAS VISTO AHÍ DENTRO! -rugió, como una fiera salvaje. Con una mano apretó el nudo improvisado que mantenía la toalla fija, y luego flexionó ambas piernas. Como una centella, salió disparada en dirección al muchacho-. ¡YAAAAAARG!
Su intención no era otra más que la obvia: cargar sobre aquella bola de sebo para hacerla caer al suelo. Si lo conseguía, buscaría colocarse en una posición ventajosa para empezar a golpear la cara del chico con ambos puños hasta hacerse sangre.
-¡Vamos Anzu!
El grito de guerra de Ritsuko fue como un pistoletazo de salida. La Yotsuki saltó la ventana, saliendo con agilidad felina, y flexionó las rodillas para amortiguar su aterrizaje en tierra firme. Cubierta sólo por la toalla de baño, no parecía que aquel atuendo la incomodase.
-¡TÚ, PERVERTIDO CABRONAZO! ¡VOY A MACHACAR TU CABEZA CONTRA EL SUELO HASTA QUE SE TE OLVIDE LO QUE HAS VISTO AHÍ DENTRO! -rugió, como una fiera salvaje. Con una mano apretó el nudo improvisado que mantenía la toalla fija, y luego flexionó ambas piernas. Como una centella, salió disparada en dirección al muchacho-. ¡YAAAAAARG!
Su intención no era otra más que la obvia: cargar sobre aquella bola de sebo para hacerla caer al suelo. Si lo conseguía, buscaría colocarse en una posición ventajosa para empezar a golpear la cara del chico con ambos puños hasta hacerse sangre.