19/02/2016, 01:27
«Ni siquiera estoy segura de estar haciendo lo correcto...» Se repitió, por enésima vez, mientras sus ojos vagaban por la nota de Karoi una vez más.
Era consciente de la animadversión que parecía sentir su padre hacia su tío, aunque no entendiera el por qué de ello. Por eso había decidido, tras mucho tiempo meditándolo, que haría aquello a escondidas. Sin avisar a nadie. Prefería no tener que inventar excusas, ni tratar de convencer a nadie para que le dejaran hacer lo que deseaba. Aunque tuviera que lidiar después con las explicaciones que, sin duda, le exigiría su padre.
El estadio quedaba prácticamente en el extremo opuesto a El Patito Frito, por lo que gastó casi una hora en llegar hasta allí y buscar después el lago que debía encontrarse en su parte occidental. Por fortuna, no le costó encontrarlo. Una masa de agua tan grande difícilmente podía pasar desapercibida, por lo que enseguida llegó hasta él.
Aunque de espaldas a ella y con la mirada perdida en algún punto del agua, Karoi parecía estar aguardándola en la misma orilla, con los brazos cruzados y los pies sumergidos en las aguas.
—Así que al final has venido, pequeñaja —la saludó, sobresaltándola. No creía que hubiese percibido su presencia tan rápido.
—S... sí... supongo... —torció el gesto ligeramente, y no se le escapó la sonrisa burlona que había curvado los labios del que se suponía que era su tío.
—¿Por qué?
—¿Cómo dices? —aquella pregunta la sorprendió. Karoi se había girado hacia ella, y Ayame se vio sumergida en su penetrante mirada de color avellana. Aquellos ojos se le antojaban... familiares.
—¿Por qué has venido? Has decidido desoír las órdenes de tu padre, ¿sí? ¿O me vas a decir que le has pedido permiso para venir a verme y él ha aceptado de buen grado? —no necesitaba una respuesta a esas preguntas, su sonrisa irónica lo decía todo por él.
—Y... yo... —Ayame se removió en el sitio, incómoda. Intercambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, mientras trataba de pensar qué debía decir en una situación así—. Bueno... Has aparecido de golpe y... y... de repente tengo un tío... el hermano de mamá... y encima Hōzuki... como yo... —se había llevado la mano al pecho, tratando de contener el alocado ritmo de su corazón.
No conseguía explicar el enredado nudo que formaban sus sentimientos. No conseguía definirlos con palabras; y, para su completa desesperación, parecía que Karoi se estaba divirtiendo con toda aquella situación. Estaba segura de que él ya sabía todo aquello, pero parecía querer escucharlo de sus labios.
—¿Y qué más? —la instigaba.
—Tengo curiosidad...
«Nunca conocí a mamá, y tú eres lo más cercano a ella que puedo encontrar» Pensaba, pero era incapaz de formular aquellas palabras de manera tan directa, por lo que terminó mordiéndose el labio inferior.
—Me gustaría que me entrenaras, Karoi-san. Quiero conocer las técnicas de los Hōzuki...
Karoi la observó durante unos tensos segundos en los que el único sonido que se atrevía a romper el silencio era el murmullo del agua rompiendo en la orilla. Finalmente, la sonrisa de su tío se hizo aún más amplia e inclinó ligeramente la cabeza.
—Tus deseos son órdenes para mí, pequeñaja —teatralizó, con una exagerada inclinación con la cabeza. Entonces se llevó una mano al mentón, en un gesto pensativo—. Eso sí, llámame sólo Karoi, por favor. Dejemos los formalismos para gente tan recta como tu padre. Veamos... aún queda una semana para el comienzo del torneo, ¿sí? Tendremos que ponernos las pilas. ¿Qué conoces del clan Hōzuki?
—Eh... ¿nada...? —murmuró, con un tímido hilo de voz, pero Karoi la invitó a que continuara hablando. Ayame se mantuvo pensativa durante unos breves instantes—. Bueno... supongo que pueden transformar el cuerpo en agua a voluntad...
—Y viceversa. Sí, esa es nuestra principal característica. Pero no es la única, ni mucho menos —el hombre avanzó hasta salir por completo del agua y se sentó con las piernas cruzadas sobre la tierra—. Ven, pequeñaja. La primera lección es una vieja historia...
Ayame dudó momentáneamente, pero al final se acercó a Karoi y se sentó junto a él con el cuerpo rígido por la tensión que sentía. Su tío pareció percibirlo, porque soltó una sonora carcajada cuando la miró.
—Puedes relajarte, no te voy a comer, ni a lanzar al lago. Todavía —le guiñó un ojo, y Ayame se permitió el lujo de soltar una sutil risilla. Fue entonces cuando su gesto adoptó un tinte repentinamente serio, pero no severo. Era la seriedad de lo profundo, la seriedad de lo más hondo de las aguas de un océano—. El clan Hōzuki surgió hace mucho, mucho tiempo en algún lugar perdido en el este de Ōnindo. En lo que ahora llamamos el País del Agua, donde una vez se escondió la Aldea Oculta entre la Niebla: Kirigakure. Nadie recuerda lo buena o lo mala que fue aquella época... Bueno, quizás los miembros más ancestrales o los jefazos sí guarden leyendas sobre ello, pero yo no tengo la más remota idea. Sin embargo, todos nosotros sabemos que, tras la destrucción de las Cinco Grandes Aldeas al intentar utilizar a los bijū, los Hōzuki nos vimos obligados a repartirnos por el mundo huyendo de la muerte y de la destrucción...
Ayame volvió a removerse de manera inconsciente, con los puños apretados contra las rodillas. En su mente, la imagen de una aldea destruida a manos de una bestia, era la de Kusagakure. De tan sólo pensar que algo muy similar había ocurrido en cinco sitios a la vez... por la misma codicia de las personas...
Karoi la rescató de su ensimismamiento con un carraspeo, tratando de atraer su atención al mundo real de nuevo.
—Perdón, yo...
Pero Karoi le restó importancia agitando una mano en el aire antes de proseguir con su historia.
—Como iba diciendo, los Hōzuki se dispersaron por Ōnindo. Aunque una buena parte se quedó en Amegakure, por lo obvio, ¿sí?.
—¿Por lo obvio...?
—¡Por supuesto! Como tú misma has dicho, somos capaces de transformar nuestros cuerpos en agua y viceversa. Prácticamente somos el agua, por lo que un ambiente tan húmedo, en el que no para de llover, es lo mejor que podríamos encontrar junto a la ya destruida Kirigakure. Nuestras habilidades requieren que estemos constantemente hidratados, de lo contrario perderíamos gran parte de nuestro poder. Vivir en un desierto sería cavar nuestra propia tumba, desde luego. O un negocio millonario si consigues adaptarte al calor extremo y a la arena, ¿sí? —volvió a bromear, guiñándole de nuevo el ojo. Entonces se levantó repentinamente, y sacudió el polvo de sus pantalones—. Pero ya te he dicho que no es nuestra única habilidad, ¿sí? Y te enseñaré a utilizar nuestras técnicas.
—¿De verdad? ¡Sí! —exclamó una repentinamente eufórica Ayame—. ¿Y por dónde empezamos?
—No por el principio, desde luego —Ayame ladeó la cabeza, confundida, pero Karoi se limitó a encogerse de hombros—. Ya conoces el Suika no Jutsu, así que voy a comprobar cuál es tu nivel de manipulación del chakra enseñándote una técnica especial. De más alto nivel.
Aquello hundió un poco los ánimos de Ayame. Si no sabía nada del clan Hōzuki, si ni siquiera había llegado a perfeccionar la Técnica de la Hidratación, ¿cómo tenía la esperanza de que pudiera dominar una técnica de alto nivel? ¡Ni siquiera lo había conseguido con el Suiton o el Genjutsu!
Estaba a punto de protestar cuando Karoi levantó un dedo y señaló hacia su espalda.
—Es la hora de lanzarte al lago.
Era consciente de la animadversión que parecía sentir su padre hacia su tío, aunque no entendiera el por qué de ello. Por eso había decidido, tras mucho tiempo meditándolo, que haría aquello a escondidas. Sin avisar a nadie. Prefería no tener que inventar excusas, ni tratar de convencer a nadie para que le dejaran hacer lo que deseaba. Aunque tuviera que lidiar después con las explicaciones que, sin duda, le exigiría su padre.
El estadio quedaba prácticamente en el extremo opuesto a El Patito Frito, por lo que gastó casi una hora en llegar hasta allí y buscar después el lago que debía encontrarse en su parte occidental. Por fortuna, no le costó encontrarlo. Una masa de agua tan grande difícilmente podía pasar desapercibida, por lo que enseguida llegó hasta él.
Aunque de espaldas a ella y con la mirada perdida en algún punto del agua, Karoi parecía estar aguardándola en la misma orilla, con los brazos cruzados y los pies sumergidos en las aguas.
—Así que al final has venido, pequeñaja —la saludó, sobresaltándola. No creía que hubiese percibido su presencia tan rápido.
—S... sí... supongo... —torció el gesto ligeramente, y no se le escapó la sonrisa burlona que había curvado los labios del que se suponía que era su tío.
—¿Por qué?
—¿Cómo dices? —aquella pregunta la sorprendió. Karoi se había girado hacia ella, y Ayame se vio sumergida en su penetrante mirada de color avellana. Aquellos ojos se le antojaban... familiares.
—¿Por qué has venido? Has decidido desoír las órdenes de tu padre, ¿sí? ¿O me vas a decir que le has pedido permiso para venir a verme y él ha aceptado de buen grado? —no necesitaba una respuesta a esas preguntas, su sonrisa irónica lo decía todo por él.
—Y... yo... —Ayame se removió en el sitio, incómoda. Intercambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, mientras trataba de pensar qué debía decir en una situación así—. Bueno... Has aparecido de golpe y... y... de repente tengo un tío... el hermano de mamá... y encima Hōzuki... como yo... —se había llevado la mano al pecho, tratando de contener el alocado ritmo de su corazón.
No conseguía explicar el enredado nudo que formaban sus sentimientos. No conseguía definirlos con palabras; y, para su completa desesperación, parecía que Karoi se estaba divirtiendo con toda aquella situación. Estaba segura de que él ya sabía todo aquello, pero parecía querer escucharlo de sus labios.
—¿Y qué más? —la instigaba.
—Tengo curiosidad...
«Nunca conocí a mamá, y tú eres lo más cercano a ella que puedo encontrar» Pensaba, pero era incapaz de formular aquellas palabras de manera tan directa, por lo que terminó mordiéndose el labio inferior.
—Me gustaría que me entrenaras, Karoi-san. Quiero conocer las técnicas de los Hōzuki...
Karoi la observó durante unos tensos segundos en los que el único sonido que se atrevía a romper el silencio era el murmullo del agua rompiendo en la orilla. Finalmente, la sonrisa de su tío se hizo aún más amplia e inclinó ligeramente la cabeza.
—Tus deseos son órdenes para mí, pequeñaja —teatralizó, con una exagerada inclinación con la cabeza. Entonces se llevó una mano al mentón, en un gesto pensativo—. Eso sí, llámame sólo Karoi, por favor. Dejemos los formalismos para gente tan recta como tu padre. Veamos... aún queda una semana para el comienzo del torneo, ¿sí? Tendremos que ponernos las pilas. ¿Qué conoces del clan Hōzuki?
—Eh... ¿nada...? —murmuró, con un tímido hilo de voz, pero Karoi la invitó a que continuara hablando. Ayame se mantuvo pensativa durante unos breves instantes—. Bueno... supongo que pueden transformar el cuerpo en agua a voluntad...
—Y viceversa. Sí, esa es nuestra principal característica. Pero no es la única, ni mucho menos —el hombre avanzó hasta salir por completo del agua y se sentó con las piernas cruzadas sobre la tierra—. Ven, pequeñaja. La primera lección es una vieja historia...
Ayame dudó momentáneamente, pero al final se acercó a Karoi y se sentó junto a él con el cuerpo rígido por la tensión que sentía. Su tío pareció percibirlo, porque soltó una sonora carcajada cuando la miró.
—Puedes relajarte, no te voy a comer, ni a lanzar al lago. Todavía —le guiñó un ojo, y Ayame se permitió el lujo de soltar una sutil risilla. Fue entonces cuando su gesto adoptó un tinte repentinamente serio, pero no severo. Era la seriedad de lo profundo, la seriedad de lo más hondo de las aguas de un océano—. El clan Hōzuki surgió hace mucho, mucho tiempo en algún lugar perdido en el este de Ōnindo. En lo que ahora llamamos el País del Agua, donde una vez se escondió la Aldea Oculta entre la Niebla: Kirigakure. Nadie recuerda lo buena o lo mala que fue aquella época... Bueno, quizás los miembros más ancestrales o los jefazos sí guarden leyendas sobre ello, pero yo no tengo la más remota idea. Sin embargo, todos nosotros sabemos que, tras la destrucción de las Cinco Grandes Aldeas al intentar utilizar a los bijū, los Hōzuki nos vimos obligados a repartirnos por el mundo huyendo de la muerte y de la destrucción...
Ayame volvió a removerse de manera inconsciente, con los puños apretados contra las rodillas. En su mente, la imagen de una aldea destruida a manos de una bestia, era la de Kusagakure. De tan sólo pensar que algo muy similar había ocurrido en cinco sitios a la vez... por la misma codicia de las personas...
Karoi la rescató de su ensimismamiento con un carraspeo, tratando de atraer su atención al mundo real de nuevo.
—Perdón, yo...
Pero Karoi le restó importancia agitando una mano en el aire antes de proseguir con su historia.
—Como iba diciendo, los Hōzuki se dispersaron por Ōnindo. Aunque una buena parte se quedó en Amegakure, por lo obvio, ¿sí?.
—¿Por lo obvio...?
—¡Por supuesto! Como tú misma has dicho, somos capaces de transformar nuestros cuerpos en agua y viceversa. Prácticamente somos el agua, por lo que un ambiente tan húmedo, en el que no para de llover, es lo mejor que podríamos encontrar junto a la ya destruida Kirigakure. Nuestras habilidades requieren que estemos constantemente hidratados, de lo contrario perderíamos gran parte de nuestro poder. Vivir en un desierto sería cavar nuestra propia tumba, desde luego. O un negocio millonario si consigues adaptarte al calor extremo y a la arena, ¿sí? —volvió a bromear, guiñándole de nuevo el ojo. Entonces se levantó repentinamente, y sacudió el polvo de sus pantalones—. Pero ya te he dicho que no es nuestra única habilidad, ¿sí? Y te enseñaré a utilizar nuestras técnicas.
—¿De verdad? ¡Sí! —exclamó una repentinamente eufórica Ayame—. ¿Y por dónde empezamos?
—No por el principio, desde luego —Ayame ladeó la cabeza, confundida, pero Karoi se limitó a encogerse de hombros—. Ya conoces el Suika no Jutsu, así que voy a comprobar cuál es tu nivel de manipulación del chakra enseñándote una técnica especial. De más alto nivel.
Aquello hundió un poco los ánimos de Ayame. Si no sabía nada del clan Hōzuki, si ni siquiera había llegado a perfeccionar la Técnica de la Hidratación, ¿cómo tenía la esperanza de que pudiera dominar una técnica de alto nivel? ¡Ni siquiera lo había conseguido con el Suiton o el Genjutsu!
Estaba a punto de protestar cuando Karoi levantó un dedo y señaló hacia su espalda.
—Es la hora de lanzarte al lago.