10/02/2025, 19:43
«¡Lyndis! ¡Sakumi-san, atiéndela a ella!... Cuando estés lista seguiremos, Lyn-chan... ¡Lyndis! ¡Te necesito! ... Puedes desahogarte en un combate contra mí después. Al final... Al final de todas las cosas.»
«De nada.»
Esa madrugada fue distinta. Los sueños de Ranko le hacían despertarse constantemente desde que regresó, pero la mayoría eran pesadillas melancólicas. La voz de Lyndis, su energía al pelear, su actitud firme, aquella noche juntas antes de la guerra... Ranko recordaba todo lo dulce, y luego su espíritu moría con la amargura de despertar en un mundo sin Lyndis. Era eso lo que desgarraba su ser. Era por eso que lloraba.
Pero esa madrugada vio un rostro distinto. Ruhara. Ruhara riendo mientras Lyndis caía, mientras Ranko caía. Ruhara disfrutando de haber acabado con la oni. Ruhara. Ruhara. Aquella maldita perra RUHARA.
Ranko sintió su sangre hervir. Gritó. Gritó hasta que le dolió la garganta. Intentó ahogar su grito con la almohada, pero no sirvió. Despotricó y maldijo a aquella kunoichi como nunca. Ranko lloraba y gritaba. Hecha una fiera, salió al jardín, donde tantas veces había practicado contra rocas y troncos, y contra su hermana y su madre. Fue y partió una roca en dos de una patada. Luego hizo añicos cada mitad con sendas patadas. El crujir de la piedra sonaba como la risa de Ruhara en su cabeza, lo cual le hizo golpear con más y más fuerza, y gritar más y más alto.
Sintió sus energías renovadas, alimentadas for una furia inhumana. Casi como una ogresa. Sus músculos ansiaban ser usados, sus piernas anhelaban propinar patadas. Y, casi sin querer, puso en práctica lo que había estado aprendiendo y entrenando por tantos años. Cómo canalizar su fuerza, cómo enfocar el chakra, cómo dejar ir los límites. No era una furia ciega, era una furia dirigida. El suelo se llenó de rostros de Ruhara, así que Ranko siguió golpeándolo mientras dirigía cada mota de su ser a patear con más energía.
No fue sino hasta que vio a su madre y a sus hermanas observándole desde el borde del jardín que se detuvo. Fue entonces que notó también que desprendía un aura distinta. Sentía su cuerpo arder, y sus músculos tensos a más no poder. Las dos coletas que le quedaban se alzaban ante el flujo de energía, y Meme pensó que en efecto parecían orejas de conejo.
—M-madre...
—Golpea —Su madre no estaba molesta por el destrozo que había causado en el jardín, sino le miraba fija y seriamente. En su corazón estaba orgullosa de que Ranko usara al fin aquello por lo que tanto se había esforzado, aunque le rompía que haya tenido que usar el dolor y la pena para impulsarse —. No dejes de golpear. Una vez abierta la Primera Puerta, no debes de parar, ni un segundo. Cada instante cuenta.
Ranko asintió, y siguió aporreando el suelo a patadas. Había hecho agujeros en la tierra, y la fuerza había agrietado la pared más cercana. La chūnin siguió hasta que, varios minutos después, su aura decayó y sus golpes se hicieron más débiles. El jardín estaba destruido en su totalidad, y no quedaban ni adornos, ni rocas, y la tierra estaba irregular, con agujeros por doquier. Una pared había caído, y otras dos se habían agrietado. La chica cayó de rodillas, y apenas y pudo sostenerse debido al agotamiento. Kuumi y Meme se apresuraron a asistirle.
—S-si... Si hubiera podido... Si entonces hubiera podido hacer esto...
—Nada pasa a como hubiese podido pasar. Todo pasa a como pasó —le dijo su madre —. No des un paso atrás. Sólo puedes trabajar con lo que tienes ahora.
—El dolor... No ha disminuido... Ni un poco.
—Pero tú te hiciste más fuerte. Y no hablo de esto, del jardín, del Hachimon Tonkō. Hablo de que estás aquí, afuera, hablando conmigo como si fueras una persona de nuevo. Una persona furiosa y cansada, pero persona de nuevo. Ése es el paso que cuenta.
—G-gracias. Por... Por soportarme... A mí y a lo que siento.
—De nada. —le respondió Meme mientras la llevaban de vuelta a su habitación con cuidado.
—Ya, ya. Aunque puedas usar la técnica de nuestra madre te patearé el trasero. —Kuumi quiso sonar ruda, pero sus ojos se empañaban con un par de lágrimas.
—Ve a dormir. Mañana retomaremos entrenamientos de resistencia.
Ranko asintió. No había sido un cambio drástico. Había sufrido y mejorado y recaído a lo largo de semanas. Sentía que todavía le faltaba mucho camino para reconstruirse. Sus hermanas le ayudaron a recostarse, y a pesar del dolor intenso que sentía en todo el cuerpo, logró dormirse al cabo de un rato.
Ya no vio a Ruhara en sus sueños, pero sí a Lyndis. Soñó con aquella vez que una ancianita les confundió con su hijo y su nuera. Soñó con la pena de que le llamaran una esposa. Soñó con la primera vez que se dio cuenta de lo guapa que era Lyndis. Y le dolió. Le dolió como todos los días, y al despertar notó que las lágrimas le habían empapado la almohada de nuevo. Pero, por primera vez, no deseó regresar al mundo de sus sueños, ni deseó unirse a su amada en el más allá. Sólo respiró profundamente y dejó que el resto de las lágrimas saliera. Y luego se puso en pie. Se estiró. Se vistió. Se vistió bien. Todavía le dolían los músculos de todo el cuerpo, y recordó que así se sentía entrenar. Hay que rasgar los músculos para que crezcan. Peinó su cabello a como Meme lo hacía. Pasó varios minutos respirando. Sí. Estaba decidida. Arreglarse le había tomado casi el triple de tiempo que hacía mucho, pero lo había logrado, y estaba decidida a entrenar con su madre.
Abrió la puerta y oyó un grito de su padre.
—¡Pero por todos los cielos! ¡Mi jardín! ¿¡Qué le pasó a mi hermoso jardín!?
«De nada.»
Esa madrugada fue distinta. Los sueños de Ranko le hacían despertarse constantemente desde que regresó, pero la mayoría eran pesadillas melancólicas. La voz de Lyndis, su energía al pelear, su actitud firme, aquella noche juntas antes de la guerra... Ranko recordaba todo lo dulce, y luego su espíritu moría con la amargura de despertar en un mundo sin Lyndis. Era eso lo que desgarraba su ser. Era por eso que lloraba.
Pero esa madrugada vio un rostro distinto. Ruhara. Ruhara riendo mientras Lyndis caía, mientras Ranko caía. Ruhara disfrutando de haber acabado con la oni. Ruhara. Ruhara. Aquella maldita perra RUHARA.
Ranko sintió su sangre hervir. Gritó. Gritó hasta que le dolió la garganta. Intentó ahogar su grito con la almohada, pero no sirvió. Despotricó y maldijo a aquella kunoichi como nunca. Ranko lloraba y gritaba. Hecha una fiera, salió al jardín, donde tantas veces había practicado contra rocas y troncos, y contra su hermana y su madre. Fue y partió una roca en dos de una patada. Luego hizo añicos cada mitad con sendas patadas. El crujir de la piedra sonaba como la risa de Ruhara en su cabeza, lo cual le hizo golpear con más y más fuerza, y gritar más y más alto.
Sintió sus energías renovadas, alimentadas for una furia inhumana. Casi como una ogresa. Sus músculos ansiaban ser usados, sus piernas anhelaban propinar patadas. Y, casi sin querer, puso en práctica lo que había estado aprendiendo y entrenando por tantos años. Cómo canalizar su fuerza, cómo enfocar el chakra, cómo dejar ir los límites. No era una furia ciega, era una furia dirigida. El suelo se llenó de rostros de Ruhara, así que Ranko siguió golpeándolo mientras dirigía cada mota de su ser a patear con más energía.
No fue sino hasta que vio a su madre y a sus hermanas observándole desde el borde del jardín que se detuvo. Fue entonces que notó también que desprendía un aura distinta. Sentía su cuerpo arder, y sus músculos tensos a más no poder. Las dos coletas que le quedaban se alzaban ante el flujo de energía, y Meme pensó que en efecto parecían orejas de conejo.
—M-madre...
—Golpea —Su madre no estaba molesta por el destrozo que había causado en el jardín, sino le miraba fija y seriamente. En su corazón estaba orgullosa de que Ranko usara al fin aquello por lo que tanto se había esforzado, aunque le rompía que haya tenido que usar el dolor y la pena para impulsarse —. No dejes de golpear. Una vez abierta la Primera Puerta, no debes de parar, ni un segundo. Cada instante cuenta.
Ranko asintió, y siguió aporreando el suelo a patadas. Había hecho agujeros en la tierra, y la fuerza había agrietado la pared más cercana. La chūnin siguió hasta que, varios minutos después, su aura decayó y sus golpes se hicieron más débiles. El jardín estaba destruido en su totalidad, y no quedaban ni adornos, ni rocas, y la tierra estaba irregular, con agujeros por doquier. Una pared había caído, y otras dos se habían agrietado. La chica cayó de rodillas, y apenas y pudo sostenerse debido al agotamiento. Kuumi y Meme se apresuraron a asistirle.
—S-si... Si hubiera podido... Si entonces hubiera podido hacer esto...
—Nada pasa a como hubiese podido pasar. Todo pasa a como pasó —le dijo su madre —. No des un paso atrás. Sólo puedes trabajar con lo que tienes ahora.
—El dolor... No ha disminuido... Ni un poco.
—Pero tú te hiciste más fuerte. Y no hablo de esto, del jardín, del Hachimon Tonkō. Hablo de que estás aquí, afuera, hablando conmigo como si fueras una persona de nuevo. Una persona furiosa y cansada, pero persona de nuevo. Ése es el paso que cuenta.
—G-gracias. Por... Por soportarme... A mí y a lo que siento.
—De nada. —le respondió Meme mientras la llevaban de vuelta a su habitación con cuidado.
—Ya, ya. Aunque puedas usar la técnica de nuestra madre te patearé el trasero. —Kuumi quiso sonar ruda, pero sus ojos se empañaban con un par de lágrimas.
—Ve a dormir. Mañana retomaremos entrenamientos de resistencia.
Ranko asintió. No había sido un cambio drástico. Había sufrido y mejorado y recaído a lo largo de semanas. Sentía que todavía le faltaba mucho camino para reconstruirse. Sus hermanas le ayudaron a recostarse, y a pesar del dolor intenso que sentía en todo el cuerpo, logró dormirse al cabo de un rato.
Ya no vio a Ruhara en sus sueños, pero sí a Lyndis. Soñó con aquella vez que una ancianita les confundió con su hijo y su nuera. Soñó con la pena de que le llamaran una esposa. Soñó con la primera vez que se dio cuenta de lo guapa que era Lyndis. Y le dolió. Le dolió como todos los días, y al despertar notó que las lágrimas le habían empapado la almohada de nuevo. Pero, por primera vez, no deseó regresar al mundo de sus sueños, ni deseó unirse a su amada en el más allá. Sólo respiró profundamente y dejó que el resto de las lágrimas saliera. Y luego se puso en pie. Se estiró. Se vistió. Se vistió bien. Todavía le dolían los músculos de todo el cuerpo, y recordó que así se sentía entrenar. Hay que rasgar los músculos para que crezcan. Peinó su cabello a como Meme lo hacía. Pasó varios minutos respirando. Sí. Estaba decidida. Arreglarse le había tomado casi el triple de tiempo que hacía mucho, pero lo había logrado, y estaba decidida a entrenar con su madre.
Abrió la puerta y oyó un grito de su padre.
—¡Pero por todos los cielos! ¡Mi jardín! ¿¡Qué le pasó a mi hermoso jardín!?
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