21/02/2016, 00:19
Lejos de asentir sumisamente y sentarse, Ditduko mostró tener una gran habilidad para eludir las situaciones dificiles, aunque hasta ahora no le estuviese resultando de mucho.
- Mírenos, así de escuálidos como somos no podemos levantar estas majestuosas armas, al menos las que se ofrecen en las herrerías de nuestra aldea. - - Y… Tengo que ir al baño, en serio estoy al límite y él me acompañaba para asegurarse que no me perdiera. ¿Verdad...? -
- Si, tengo que ir con ella - dijo Juro, imitando su ansiedad - La última vez que la deje sola acabo encerrada en el armario de la limpieza. Es lo mejor para todos.
Takeshi soltó las lanzas, algo desilusionado. Dejó escapar un suspiró de abatimiento. No tenía más remedio que dejarlos ir, claro...
- Esta bien, podéis ir al baño... - dijo entonces, con algo de abatimiento - Pero volved rápido, comenzaremos en cinco minutos.
Juro y su compañera podrían saborear el dulce placer de la victoria. Un paso, otro paso, otro paso... Ya casi estaba en la puerta...
Y la puerta se abrió otra vez.
De ella surgieron tres personas muy distinguidas. Uno, un hombre adulto, más adulto que el propio Takeshi, ya con una gran calva en el centro de su pelo. Vestía como un ejecutivo, y de hecho, por su ropa negra y su maletin lo parecía. A su lado, había una mujer joven, de unos veinte años. LLevaba un vestido elegante de color verde intenso, y un collar reluciente. Al lado de ambos, una anciana de unos setenta años, quien llevaba un abrigo de piel marrón y numerosas joyas alrededor de su cuerpo. Se aferraba a un bastón para seguir caminando.
Takeshi abrió mucho la boca al verlos. Mientras, estos tres sujetos obligarían a retroceder nuevamente a Juro y a la kunoichi. El hombre les miraría durante unos segundos, y luego les ignoraría. La mujer al verlos, simplemente les dedicaría una mirada por encima del hombro, altanera. La anciana no les vio directamente.
- ¿Y esta es la famosa sala de las lanzas del museo de Takarune? - preguntó la mujer, mientras mascaba un chicle de forma más que irritante - No hay absolutamente nadie, vaya muermo.
- Lo siento cariño, al venir aquí me hablaron de su gran fama - dijo el hombre adulto, encogiéndose de hombros - Tranquila, pienso quejarme de esto.
- Si, hemos perdido un tiempo valioso aquí. Van a paga...
- ¡Esperen!¡Esperen! - exclamó Takeshi, nervioso - Hay un terrible malentendido. La verdad es que... es que... ¡Aun no hemos abierto! La sala no esta abierta a cualquie persona, como comprenderan, normalmente no solemos tenerla abierta al publico.
- ¿Y esos dos? - preguntó la mujer, señalandolos descaradamente.
- Son... Son... - Takeshi les miró a ambos, horrorizado - ¡Mis ayudantes! Por supuesto. Se encargan de limpiar las lanzas, pero también saben mucho sobre ellas. Aqui todos estamos especializados.
- ¿Qué ha dicho? - preguntó la anciana, a grito pelado.
-¡Pues yo quiero ver las lanzas ahora! - exclamó la mujer.
- Claro, no se preocupe. Haremos una excepción. Solo esperen un momento y no toquen nada...
Takeshi volvió a arrastrar a Juro y a Ditduko a la otra esquina del pabellón, lejos de aquellos tres personajes.
- Ya se que tienes que ir al baño, pero estoy es urgente. Muy urgente - dijo Takeshi, en un susurro - ¿Sabéis quienes son esos tres tipos? Gente rica. Muy rica. Con una orden suya podrían clausurar esta sala. Necesito que me ayudéis, por favor, os lo suplico. Si les damos buena impresión dará mucha más fama al lugar y nuestras queridas lanzas se alzaran, si no, perdere mi trabajo. Por favor... solo tenéis que fingir hasta que se vayan...
- Mírenos, así de escuálidos como somos no podemos levantar estas majestuosas armas, al menos las que se ofrecen en las herrerías de nuestra aldea. - - Y… Tengo que ir al baño, en serio estoy al límite y él me acompañaba para asegurarse que no me perdiera. ¿Verdad...? -
- Si, tengo que ir con ella - dijo Juro, imitando su ansiedad - La última vez que la deje sola acabo encerrada en el armario de la limpieza. Es lo mejor para todos.
Takeshi soltó las lanzas, algo desilusionado. Dejó escapar un suspiró de abatimiento. No tenía más remedio que dejarlos ir, claro...
- Esta bien, podéis ir al baño... - dijo entonces, con algo de abatimiento - Pero volved rápido, comenzaremos en cinco minutos.
Juro y su compañera podrían saborear el dulce placer de la victoria. Un paso, otro paso, otro paso... Ya casi estaba en la puerta...
Y la puerta se abrió otra vez.
De ella surgieron tres personas muy distinguidas. Uno, un hombre adulto, más adulto que el propio Takeshi, ya con una gran calva en el centro de su pelo. Vestía como un ejecutivo, y de hecho, por su ropa negra y su maletin lo parecía. A su lado, había una mujer joven, de unos veinte años. LLevaba un vestido elegante de color verde intenso, y un collar reluciente. Al lado de ambos, una anciana de unos setenta años, quien llevaba un abrigo de piel marrón y numerosas joyas alrededor de su cuerpo. Se aferraba a un bastón para seguir caminando.
Takeshi abrió mucho la boca al verlos. Mientras, estos tres sujetos obligarían a retroceder nuevamente a Juro y a la kunoichi. El hombre les miraría durante unos segundos, y luego les ignoraría. La mujer al verlos, simplemente les dedicaría una mirada por encima del hombro, altanera. La anciana no les vio directamente.
- ¿Y esta es la famosa sala de las lanzas del museo de Takarune? - preguntó la mujer, mientras mascaba un chicle de forma más que irritante - No hay absolutamente nadie, vaya muermo.
- Lo siento cariño, al venir aquí me hablaron de su gran fama - dijo el hombre adulto, encogiéndose de hombros - Tranquila, pienso quejarme de esto.
- Si, hemos perdido un tiempo valioso aquí. Van a paga...
- ¡Esperen!¡Esperen! - exclamó Takeshi, nervioso - Hay un terrible malentendido. La verdad es que... es que... ¡Aun no hemos abierto! La sala no esta abierta a cualquie persona, como comprenderan, normalmente no solemos tenerla abierta al publico.
- ¿Y esos dos? - preguntó la mujer, señalandolos descaradamente.
- Son... Son... - Takeshi les miró a ambos, horrorizado - ¡Mis ayudantes! Por supuesto. Se encargan de limpiar las lanzas, pero también saben mucho sobre ellas. Aqui todos estamos especializados.
- ¿Qué ha dicho? - preguntó la anciana, a grito pelado.
-¡Pues yo quiero ver las lanzas ahora! - exclamó la mujer.
- Claro, no se preocupe. Haremos una excepción. Solo esperen un momento y no toquen nada...
Takeshi volvió a arrastrar a Juro y a Ditduko a la otra esquina del pabellón, lejos de aquellos tres personajes.
- Ya se que tienes que ir al baño, pero estoy es urgente. Muy urgente - dijo Takeshi, en un susurro - ¿Sabéis quienes son esos tres tipos? Gente rica. Muy rica. Con una orden suya podrían clausurar esta sala. Necesito que me ayudéis, por favor, os lo suplico. Si les damos buena impresión dará mucha más fama al lugar y nuestras queridas lanzas se alzaran, si no, perdere mi trabajo. Por favor... solo tenéis que fingir hasta que se vayan...