21/02/2016, 02:30
Por fortuna, lo de lanzarla al agua sólo había resultado ser una inocente metáfora. Karoi invitó a Ayame a que se colocara de pie sobre las aguas del lago, y la muchacha no dudó en acatar sus instrucciones.
—¿Qué es lo que vamos a hacer? —le preguntó a su tío, incapaz de retener por más tiempo la curiosidad.
—Tú espera y verás, ¿sí? —replicó, con una sonrisa.
El hombre no se había adentrado en el agua; de hecho, se había quedado a una prudente distancia de las olas rompientes, en la orilla. Ayame no tardó en reparar en que la tierra que estaba pisando su tío se oscurecía por momentos, y que esa oscuridad se expandía a su alrededor hasta que el suelo comenzó a arrugarse y convertirse en lo que parecía ser... ¿barro?
Ante la extrañeza de Ayame, Karoi levantó ambas manos. A su señal, un montón de burbujas de agua brotaron de la misma tierra empapada y se mantuvieron flotando a su alrededor como si de planetas alrededor de un sol se trataran.
—Mizu Fūsen no Jutsu —pronunció Karoi, ensanchando aún más su sonrisa.
Las burbujas se abalanzaron repentinamente contra ella, y Ayame apenas tuvo el suficiente tiempo para hacerse a un lado y dejar que pasaran junto a ella. Algunas de las esferas, sin embargo, acertaron como un auténtico cañonazo. De lleno en su hombro izquierdo. El impacto la tiró de espaldas con un aullido de dolor, y de repente se vio a sí misma pataleando frenéticamente por volver a la superficie.
—P... ¡¿Pero qué haces?! —le gritó, apenas hubo recuperado el aire.
Pero Karoi seguía sonriendo, despreocupado, como si todo aquello no fuera más que un infantil juego.
—Esta es la técnica de alto rango que voy a enseñarte, pequeñaja. Por eso te he traído aquí.
—¿¡Y era necesario lanzármela sin tan siquiera avisar!? —Ayame había apoyado sendas manos sobre el agua para impulsarse y colocarse de nuevo en pie—. ¡Ha dolido!
—¿Cómo vas a aprender una técnica si no conoces sus efectos? —Karoi se encogió de hombros, y Ayame sintió un desagradable escalofrío. Quizás su padre estaba en lo cierto al desconfiar en aquel hombre. Quizás era peligroso de verdad... Quizás había cometido una gravísima locura acudiendo sola a aquel lugar sin tan siquiera conocerle... Su tío debió de leer el terror en sus ojos, porque suavizó su gesto en una sonrisa conciliadora—. ¡Oh, vamos, pequeñaja! No me digas que te estás acobardando. Nunca permitiría que te pasara nada malo... ¡Ni siquiera he utilizado todo el potencial de la técnica! Deberías haber podido esquivarla.
«Pero no he podido...» Respondió mentalmente, mordiéndose el labio inferior.
—Bueno, dejémonos de cháchara y pasemos a la acción —zanjó el hombre, con una sonora palmada—. Te he echo meterte en el lago porque de esa manera te sería más fácil comenzar a practicar. Como ya te he dicho, es una técnica de alto nivel, algo lejos del alcance de una genin recién iniciada como tú que jamás ha tenido contacto alguno con los miembros de su clan.
Ayame agachó la mirada, ligeramente avergonzada. Realmente, era algo que escapaba por completo de su control, pero no podía evitar sentir que su retraso en el dominio de las artes del clan Hōzuki era por su culpa.
—La técnica se llama Mizu Fūsen no Jutsu; es decir "Tecnica de las bolas de agua". Y supongo que ya te habrás imaginado por qué se llama así.
Ayame resopló, aún enfurruñada; pero aquel gesto infantil tan sólo desató una nueva carcajada por parte de su tío.
—Vamos, vamos, pequeñaja. Si no me perdonas no podré enseñarte la técnica. ¿Trato?
—Me llamo Ayame, no "pequeñaja" —le espetó, entrecerrando los ojos, pero relajó la postura de su cuerpo lo suficiente como para dar a entender que aceptaba la condición del perdón a cambio de la instrucción.
—Pequeñaja, lo mismo da —Karoi volvió a encogerse de hombros, burlón. Si de verdad buscaba el perdón, desde luego no lo hacía nada fácil—. Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí. El primer paso que tienes que llevar a cabo es extender el chakra en la masa de agua que tienes bajo tus pies. Inundarla de tu energía, y hacer que el agua te obedezca y se alce en forma de burbujas como he hecho yo antes.
Ayame tragó saliva con esfuerzo, abrumada. Lo que le estaba pidiendo era demasiado complejo para su manejo del chakra. Era imposible que pudiera conseguir una hazaña así...
—L... lo intentaré... —balbuceó; sin embargo—. Pero, Karoi-san, debajo de ti no hay agua. ¿Cómo lo has hecho entonces?
—Hablaremos de ello cuando termines con tus deberes —sonrió—. Ahora, si me permites, pequeñaja, te dejaré sola para que puedas practicar con tranquilidad, ¿sí? El proceso te llevará varios días como mínimo.
—¡Esp...!
Había alzado una mano, en un ademán de detener a su tío antes de que se marchara y la abandonara allí a su suerte. Pero la exclamación se ahogó en su garganta. Cuando Karoi se dio la vuelta, Ayame reparó en un objeto que pendía de la parte trasera de la cadera de Karoi.
Un objeto blanco y rectangular, con un pico puntiagudo y sobresaliente.
Una máscara...
De caballito de mar...
«¿Umiuma...?
—¿Qué es lo que vamos a hacer? —le preguntó a su tío, incapaz de retener por más tiempo la curiosidad.
—Tú espera y verás, ¿sí? —replicó, con una sonrisa.
El hombre no se había adentrado en el agua; de hecho, se había quedado a una prudente distancia de las olas rompientes, en la orilla. Ayame no tardó en reparar en que la tierra que estaba pisando su tío se oscurecía por momentos, y que esa oscuridad se expandía a su alrededor hasta que el suelo comenzó a arrugarse y convertirse en lo que parecía ser... ¿barro?
Ante la extrañeza de Ayame, Karoi levantó ambas manos. A su señal, un montón de burbujas de agua brotaron de la misma tierra empapada y se mantuvieron flotando a su alrededor como si de planetas alrededor de un sol se trataran.
—Mizu Fūsen no Jutsu —pronunció Karoi, ensanchando aún más su sonrisa.
Las burbujas se abalanzaron repentinamente contra ella, y Ayame apenas tuvo el suficiente tiempo para hacerse a un lado y dejar que pasaran junto a ella. Algunas de las esferas, sin embargo, acertaron como un auténtico cañonazo. De lleno en su hombro izquierdo. El impacto la tiró de espaldas con un aullido de dolor, y de repente se vio a sí misma pataleando frenéticamente por volver a la superficie.
—P... ¡¿Pero qué haces?! —le gritó, apenas hubo recuperado el aire.
Pero Karoi seguía sonriendo, despreocupado, como si todo aquello no fuera más que un infantil juego.
—Esta es la técnica de alto rango que voy a enseñarte, pequeñaja. Por eso te he traído aquí.
—¿¡Y era necesario lanzármela sin tan siquiera avisar!? —Ayame había apoyado sendas manos sobre el agua para impulsarse y colocarse de nuevo en pie—. ¡Ha dolido!
—¿Cómo vas a aprender una técnica si no conoces sus efectos? —Karoi se encogió de hombros, y Ayame sintió un desagradable escalofrío. Quizás su padre estaba en lo cierto al desconfiar en aquel hombre. Quizás era peligroso de verdad... Quizás había cometido una gravísima locura acudiendo sola a aquel lugar sin tan siquiera conocerle... Su tío debió de leer el terror en sus ojos, porque suavizó su gesto en una sonrisa conciliadora—. ¡Oh, vamos, pequeñaja! No me digas que te estás acobardando. Nunca permitiría que te pasara nada malo... ¡Ni siquiera he utilizado todo el potencial de la técnica! Deberías haber podido esquivarla.
«Pero no he podido...» Respondió mentalmente, mordiéndose el labio inferior.
—Bueno, dejémonos de cháchara y pasemos a la acción —zanjó el hombre, con una sonora palmada—. Te he echo meterte en el lago porque de esa manera te sería más fácil comenzar a practicar. Como ya te he dicho, es una técnica de alto nivel, algo lejos del alcance de una genin recién iniciada como tú que jamás ha tenido contacto alguno con los miembros de su clan.
Ayame agachó la mirada, ligeramente avergonzada. Realmente, era algo que escapaba por completo de su control, pero no podía evitar sentir que su retraso en el dominio de las artes del clan Hōzuki era por su culpa.
—La técnica se llama Mizu Fūsen no Jutsu; es decir "Tecnica de las bolas de agua". Y supongo que ya te habrás imaginado por qué se llama así.
Ayame resopló, aún enfurruñada; pero aquel gesto infantil tan sólo desató una nueva carcajada por parte de su tío.
—Vamos, vamos, pequeñaja. Si no me perdonas no podré enseñarte la técnica. ¿Trato?
—Me llamo Ayame, no "pequeñaja" —le espetó, entrecerrando los ojos, pero relajó la postura de su cuerpo lo suficiente como para dar a entender que aceptaba la condición del perdón a cambio de la instrucción.
—Pequeñaja, lo mismo da —Karoi volvió a encogerse de hombros, burlón. Si de verdad buscaba el perdón, desde luego no lo hacía nada fácil—. Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí. El primer paso que tienes que llevar a cabo es extender el chakra en la masa de agua que tienes bajo tus pies. Inundarla de tu energía, y hacer que el agua te obedezca y se alce en forma de burbujas como he hecho yo antes.
Ayame tragó saliva con esfuerzo, abrumada. Lo que le estaba pidiendo era demasiado complejo para su manejo del chakra. Era imposible que pudiera conseguir una hazaña así...
—L... lo intentaré... —balbuceó; sin embargo—. Pero, Karoi-san, debajo de ti no hay agua. ¿Cómo lo has hecho entonces?
—Hablaremos de ello cuando termines con tus deberes —sonrió—. Ahora, si me permites, pequeñaja, te dejaré sola para que puedas practicar con tranquilidad, ¿sí? El proceso te llevará varios días como mínimo.
—¡Esp...!
Había alzado una mano, en un ademán de detener a su tío antes de que se marchara y la abandonara allí a su suerte. Pero la exclamación se ahogó en su garganta. Cuando Karoi se dio la vuelta, Ayame reparó en un objeto que pendía de la parte trasera de la cadera de Karoi.
Un objeto blanco y rectangular, con un pico puntiagudo y sobresaliente.
Una máscara...
De caballito de mar...
«¿Umiuma...?