29/02/2016, 18:19
A pesar del convincente monólogo del chamán, Yota no daba su brazo a torcer. Daruu no podía entender, como en una situación como aquella, el joven de Uzushio se resistía todavía. El extraño había mostrado que sus poderes estaban más allá de un genin, estaba atado y sin defensa alguna, y por si fuera poco el tío era un perturbado de cuidado. Si Daruu se hubiera encontrado en esa situación, habría sido capaz de comer pescado crudo.
Bueno, tampoco nos pasemos.
El caso es que el chico se puso a reír. Quizás algún otro se hubiera puesto a reír por no llorar, pero entendedlo, esa no era de esa clase de risas, sino un macabro espectáculo. Daruu tragó saliva, y se planteó, por un momento, quién de los dos presentes frente a él era el loco y cuál el cuerdo. Era difícil dar una respuesta segura. Disimulando, empezó a dar pasos hacia los lados, deslizándose fuera de aquella situación irreal.
—¿El qué dices que me va a matar? ¿Y me quedan dos días para qué? ¿Para que me mates a bastonazos? No voy a probar ni una gota de tus mácabros experimentos...
Fue entonces cuando Daruu quedó totalmente paralizado, pues el loco —el de la máscara, no el pelirrojo— alcanzó de la mesita un afilado cuchillo, un utensilio que en la cocina de su madre podría haberse utilizado perfectamente para cortar los pedazos de un pollo antes de asarlo en el horno. Un filo grande y ancho.
Tragó saliva. ¿Qué debía hacer?
¡Un, chaca chaca ún! —dijo el chamán, y se acercó al cuerpo, colgando, indefenso, del pobre Yota—. Entonces acabaré con tu vida. El veneno de la mortallis tiene un progreso lento y doloroso. Será mejor así, muchacho. Cierra los ojos.
El chamán dejó el bastón a un lado y cogió el cuchillo con ambas manos, dispuesto a destripar a Yota como quien destripa a un cochinillo para manufacturar chorizo tradicional de su pueblo. Echó el cuerpo para atrás, y dio una sacudida, fuerte, pronta, hacia delante.
Placa.
Daruu golpeó con su propio bastón al chamán en la nuca, y tuvo la suerte de dejarlo inconsciente. El cuchillo hizo un ruido tintineante y cayó al suelo, al lado del hechicero. Las sierpes negras y espesas que ataban a Yota se deshicieron como la nieve al roce de los primeros rayos de sol de una mañana de primavera. El muchacho cayó de rodillas, y Daruu le ayudó a levantarse.
—Tío, esto ha sido lo más loco que me ha pasado desde hace años —Recordó como Nabi y él se habían caído desde lo alto del acantilado del Valle del Fin. No, ni siquiera aquello era comparable al gilipollas de la máscara de ciervo—. Venga, vámonos de aquí. Pero vamos a buscar a un médico, porque si lo que ha dicho ese tío es verdad, estás muerto.
Bueno, tampoco nos pasemos.
El caso es que el chico se puso a reír. Quizás algún otro se hubiera puesto a reír por no llorar, pero entendedlo, esa no era de esa clase de risas, sino un macabro espectáculo. Daruu tragó saliva, y se planteó, por un momento, quién de los dos presentes frente a él era el loco y cuál el cuerdo. Era difícil dar una respuesta segura. Disimulando, empezó a dar pasos hacia los lados, deslizándose fuera de aquella situación irreal.
—¿El qué dices que me va a matar? ¿Y me quedan dos días para qué? ¿Para que me mates a bastonazos? No voy a probar ni una gota de tus mácabros experimentos...
Fue entonces cuando Daruu quedó totalmente paralizado, pues el loco —el de la máscara, no el pelirrojo— alcanzó de la mesita un afilado cuchillo, un utensilio que en la cocina de su madre podría haberse utilizado perfectamente para cortar los pedazos de un pollo antes de asarlo en el horno. Un filo grande y ancho.
Tragó saliva. ¿Qué debía hacer?
¡Un, chaca chaca ún! —dijo el chamán, y se acercó al cuerpo, colgando, indefenso, del pobre Yota—. Entonces acabaré con tu vida. El veneno de la mortallis tiene un progreso lento y doloroso. Será mejor así, muchacho. Cierra los ojos.
El chamán dejó el bastón a un lado y cogió el cuchillo con ambas manos, dispuesto a destripar a Yota como quien destripa a un cochinillo para manufacturar chorizo tradicional de su pueblo. Echó el cuerpo para atrás, y dio una sacudida, fuerte, pronta, hacia delante.
Placa.
Daruu golpeó con su propio bastón al chamán en la nuca, y tuvo la suerte de dejarlo inconsciente. El cuchillo hizo un ruido tintineante y cayó al suelo, al lado del hechicero. Las sierpes negras y espesas que ataban a Yota se deshicieron como la nieve al roce de los primeros rayos de sol de una mañana de primavera. El muchacho cayó de rodillas, y Daruu le ayudó a levantarse.
—Tío, esto ha sido lo más loco que me ha pasado desde hace años —Recordó como Nabi y él se habían caído desde lo alto del acantilado del Valle del Fin. No, ni siquiera aquello era comparable al gilipollas de la máscara de ciervo—. Venga, vámonos de aquí. Pero vamos a buscar a un médico, porque si lo que ha dicho ese tío es verdad, estás muerto.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)