14/03/2016, 01:35
«Algo anda mal —intuyo mientras escuchaba unos pasos cercanos—. Los puedo escuchar cerca muy pero… ¡Maldición! —Su cuerpo se paralizó mientras su corazón latía con violencia—. El ruido se aproxima por mi retaguardia...»
Se encontraba agazapado y con pocas posibilidades de responder a un ataque. Además, el gran sombrero del hongo lo cubría y le imposibilitaba el girar la cabeza y ver qué era lo que se aproximaba. Aun así se mantenía en cierta calma, pues no le intimidaba el estar en peligro. Lo que le perturbaba era la vergüenza de convertirse en el cazador cazado.
«Si supiera que es, podria actuar en consecuencia —comenzó a repasar la posibilidades que su conocimiento era capaz de concebir—. ¿Será el ciervo? No, sus pasos son demasiado ligeros para que yo los perciba. ¿Será el oso? No, ya hubiese escuchado sus eructos. Por lo dioses misericordiosos, que no sea aquella criatura reptil —entonces una idea salvaje cruzó por su cabeza—. Y si… ¿Y si es el jabalí?»
La sola idea de tener el final de su tarea al alcance hizo que su sangre se inundara de adrenalina. Pero si quería tener alguna oportunidad contra lo que fuese que le acechaba, tendría que ser paciente y estar calmado. Se concentró y por un momento se sumió en aquella familiar sensación que precedía al combate. Ya ni siquiera notaba el zumbido de los insectos, pues todo lo que escuchaba eran los pasos cada vez más cercanos y un latido constante. No podía percibir la humedad sofocante en su piel morena, pues todo lo que sentía eran sus músculos en tensión y el agarre áspero de su espada.
«Vamos, acércate un poco más y podrás ver tu final llegando en forma de un efímero destello carmesí.»
Espero en quietud y silencio. Y entonces el momento crítico llegó en cuanto sitio la presión en el hongo sobre su cabeza. En un instante no solo salió de su escondite, sino que también desenvainó su arma mortal, preparado para lanzar un tajo asesino a lo que fuese que se hubiese acercado a él.
Todo fue tan rápido e instintivo, tan fuerte y feroz, que si el ataque llegara a concretarse… Bueno, digamos que en ese caso habría un ser vivo menos en el Bosque de hongos.
Se encontraba agazapado y con pocas posibilidades de responder a un ataque. Además, el gran sombrero del hongo lo cubría y le imposibilitaba el girar la cabeza y ver qué era lo que se aproximaba. Aun así se mantenía en cierta calma, pues no le intimidaba el estar en peligro. Lo que le perturbaba era la vergüenza de convertirse en el cazador cazado.
«Si supiera que es, podria actuar en consecuencia —comenzó a repasar la posibilidades que su conocimiento era capaz de concebir—. ¿Será el ciervo? No, sus pasos son demasiado ligeros para que yo los perciba. ¿Será el oso? No, ya hubiese escuchado sus eructos. Por lo dioses misericordiosos, que no sea aquella criatura reptil —entonces una idea salvaje cruzó por su cabeza—. Y si… ¿Y si es el jabalí?»
La sola idea de tener el final de su tarea al alcance hizo que su sangre se inundara de adrenalina. Pero si quería tener alguna oportunidad contra lo que fuese que le acechaba, tendría que ser paciente y estar calmado. Se concentró y por un momento se sumió en aquella familiar sensación que precedía al combate. Ya ni siquiera notaba el zumbido de los insectos, pues todo lo que escuchaba eran los pasos cada vez más cercanos y un latido constante. No podía percibir la humedad sofocante en su piel morena, pues todo lo que sentía eran sus músculos en tensión y el agarre áspero de su espada.
«Vamos, acércate un poco más y podrás ver tu final llegando en forma de un efímero destello carmesí.»
Espero en quietud y silencio. Y entonces el momento crítico llegó en cuanto sitio la presión en el hongo sobre su cabeza. En un instante no solo salió de su escondite, sino que también desenvainó su arma mortal, preparado para lanzar un tajo asesino a lo que fuese que se hubiese acercado a él.
Todo fue tan rápido e instintivo, tan fuerte y feroz, que si el ataque llegara a concretarse… Bueno, digamos que en ese caso habría un ser vivo menos en el Bosque de hongos.