17/03/2016, 03:54
Así comenzó su búsqueda, con el chico alto al frente. Kazuma estaba agradecido de tener a alguien que pudiera abrirse paso en aquel lugar tan agreste, pero sabía que cualquier peligro que apareciera caería sobre el que estuviese de primero. Aquello pegaba un poco en su orgullo como ninja, pues siempre procuraba estar en la línea de frente a la hora de enfrentar algún peligro. En otras palabras era bastante imprudente con las amenazas, pues en el momento en que se llegara a sentir mínimamente intimidado, arremetía sin pensárselo dos veces.
«Me gustan los bosques y todo eso, pero este lugar es demasiado hostil —se estaba volviendo consciente de que la jungla verde puede ser tan dura como la de piedra—. ¿Cómo hace él para estar tan cómodo en estas condiciones?»
El sitio era todo un muestrario de formas de vida especializadas para aquel ambiente. Lo curioso era que todas ellas parecían tratar de dificultar su paso, y si, solo a él. Pues mientras aquel de ojos dispares caminaba con tranquilidad, el de cabellos blancos tenía que esforzarse para dar un paso detrás de otro. Incluso el suelo estaba tan lleno de sustancias y superficies resbalosas que se tornaba inútil el tratar de sujetarse con chakra.
«Cielos, esto es más difícil de lo que pensaba —reflexiono mientras trataba de evitar una rama que amenazaba con azotarle el rostro, por enésima vez—. Ya veo por qué las criaturas de por aquí son tan duras, si no se es fuerte no se puede esperar durar mucho en estas condiciones.»
De repente algo le sacó de sus pensamientos, un grito de la persona que iba delante de él. Al chico le había caído una serpiente, una muy ruidosa serpiente que no paraba de emitir un sonido idéntico al de un cascabel. Todo se volvió una maraña de movimientos descoordinados mientras ambos se debatían en aquel incómodo abrazo. Al final la víbora cedió y les concedió aquella pequeña victoria. El de cabellos negros se recompuso rápidamente y con recato decidió olvidar lo que acababa de ocurrir. Kazuma quería preguntarle si estaba bien y si no lo había mordido, pero parecía estar un poco rojo por la ira de lo que recién ocurrió.
Por un rato caminaron en relativo silencio, hasta toparse con una zona que parecía ser tanto una depresión como un claro. El lugar era demasiado inquietante y no solo por la variedad de osamentas dispersas, sino que también por aquel olor orgánico de carne y desechos. La luz era tenue y se hacía difícil prestar atención a los detalles, pero las señales estaban por todos lados.
«Es como el escondite de un malviviente —entonces lo supo—. Takanashi, debemos movernos, creo que esta es la guarida de algún depredador...»
Pero sus palabras sirvieron para poco más que resaltar lo que ya era obvio para su compañero. Un nuevo grito con su nombre incluido y ahora un ave de dimensiones anormales perseguía a quien le estaba guiando hasta hace unos momentos.
Su primer instinto fue socorrerlo, pero la condenada ave y Tatsuya, con su condenada facilidad para moverse en aquel ambiente, se desplazaban demasiado aprisa. Si intentaba correr tras ellos, llegaría cuando el Búho estuviera limpiando los huesos del jovencito. Si quería ayudar tendría que hacerlo desde su lejana posición.
—Tírate al suelo y cúbrete —fue lo único que pudo gritar antes de ponerse en acción.
En un instante, tan mínimo como el batir de alas de una lechuza, tomó el fūma shuriken de su pierna y lo desplegó como las aspas de un molino. Tenso los músculos de su brazo y dejó que la fuerza fluyera en un lanzamiento recto. Las veloces cuchillas debían de acertar en el cuerpo de aquel enorme animal y dejarle fuera de combate.
«Vamos, es como derribar a una paloma con una piedra, solo que a mayor escala.» —Trato de confiar en su puntería mientras el arma voló rauda y feroz.
«Me gustan los bosques y todo eso, pero este lugar es demasiado hostil —se estaba volviendo consciente de que la jungla verde puede ser tan dura como la de piedra—. ¿Cómo hace él para estar tan cómodo en estas condiciones?»
El sitio era todo un muestrario de formas de vida especializadas para aquel ambiente. Lo curioso era que todas ellas parecían tratar de dificultar su paso, y si, solo a él. Pues mientras aquel de ojos dispares caminaba con tranquilidad, el de cabellos blancos tenía que esforzarse para dar un paso detrás de otro. Incluso el suelo estaba tan lleno de sustancias y superficies resbalosas que se tornaba inútil el tratar de sujetarse con chakra.
«Cielos, esto es más difícil de lo que pensaba —reflexiono mientras trataba de evitar una rama que amenazaba con azotarle el rostro, por enésima vez—. Ya veo por qué las criaturas de por aquí son tan duras, si no se es fuerte no se puede esperar durar mucho en estas condiciones.»
De repente algo le sacó de sus pensamientos, un grito de la persona que iba delante de él. Al chico le había caído una serpiente, una muy ruidosa serpiente que no paraba de emitir un sonido idéntico al de un cascabel. Todo se volvió una maraña de movimientos descoordinados mientras ambos se debatían en aquel incómodo abrazo. Al final la víbora cedió y les concedió aquella pequeña victoria. El de cabellos negros se recompuso rápidamente y con recato decidió olvidar lo que acababa de ocurrir. Kazuma quería preguntarle si estaba bien y si no lo había mordido, pero parecía estar un poco rojo por la ira de lo que recién ocurrió.
Por un rato caminaron en relativo silencio, hasta toparse con una zona que parecía ser tanto una depresión como un claro. El lugar era demasiado inquietante y no solo por la variedad de osamentas dispersas, sino que también por aquel olor orgánico de carne y desechos. La luz era tenue y se hacía difícil prestar atención a los detalles, pero las señales estaban por todos lados.
«Es como el escondite de un malviviente —entonces lo supo—. Takanashi, debemos movernos, creo que esta es la guarida de algún depredador...»
Pero sus palabras sirvieron para poco más que resaltar lo que ya era obvio para su compañero. Un nuevo grito con su nombre incluido y ahora un ave de dimensiones anormales perseguía a quien le estaba guiando hasta hace unos momentos.
Su primer instinto fue socorrerlo, pero la condenada ave y Tatsuya, con su condenada facilidad para moverse en aquel ambiente, se desplazaban demasiado aprisa. Si intentaba correr tras ellos, llegaría cuando el Búho estuviera limpiando los huesos del jovencito. Si quería ayudar tendría que hacerlo desde su lejana posición.
—Tírate al suelo y cúbrete —fue lo único que pudo gritar antes de ponerse en acción.
En un instante, tan mínimo como el batir de alas de una lechuza, tomó el fūma shuriken de su pierna y lo desplegó como las aspas de un molino. Tenso los músculos de su brazo y dejó que la fuerza fluyera en un lanzamiento recto. Las veloces cuchillas debían de acertar en el cuerpo de aquel enorme animal y dejarle fuera de combate.
«Vamos, es como derribar a una paloma con una piedra, solo que a mayor escala.» —Trato de confiar en su puntería mientras el arma voló rauda y feroz.