13/05/2015, 01:12
Después de mi travesía por el bosque de la Hoja tuve intención de volver a casa, pero de vuelta al poste que señalaba las direcciones, indicaba un lugar que me llamó enormemente la curiosidad. La flecha indicaba el sureste y figuraba el nombre de Yamiria. Abrí mi mapa y pude averiguar que se trataba de una ciudad, nada más y nada menos que la capital del país de la Espiral.
"Ya que estoy aquí..."
Decidí partir hacía allá, confiado de que el viaje no me resultara muy pesado. Pero cuando llevaba casi tanto tiempo caminando como la que había tardado en llegar desde Kusagakure hasta el bosque de la Hoja, comencé a enfadarme demasiado y me arrepentí de mi decisión de venir hasta la dichosa Yamiria.
Al cabo de una hora y media más de viaje, se podía vislumbrar una enorme e impresionante ciudad. "Madre mía, pedazo ciudad" Estaba verdaderamente impresionado, aquella ciudad se merecía con todas las de la ley que fuera la capital de la Espiral. La ciudad estaba rodeada por una gran muralla y las entradas estaban bien vigiladas por unos guardias, conforme me acercaba a la entrada me vi rodeado por un montón de personas y carromatos que entraban y salían de aquella urbe. Parecía un verdadero lugar de peregrinación y de culto al ver a tanta gente en un mismo lugar.
Pude entrar sin problemas a la ciudad, y una vez dentro pude observar como aquel lugar estaba repleto de locales y tiendas de todo tipo. Los comercios en las calles hacían que la gente se aglomerara sin ningún control haciendo que caminar fuera una verdadera proeza.
Y tanto bullicio me molestaba, sobre todo después del pateo que llevaba a mis espaldas pensé que sería una buena idea tomar un pequeño y merecido descanso. Pude ver una tetería en la que vendían deliciosos dangos. Me senté en una mesa de la terraza y pedí amablemente a una joven y dulce camarera que me trajera un té verde.
-Disculpe señorita, ¿Podría servirme un té verde con unos dangos?
La chica se giró sonriente y con una leve reverencia me contestó con un tono de voz muy agradable. -Enseguida se lo traigo.
El servicio era exquisito, pues apenas esperé tres minutos y la camarera me sirvió mi comanda. Dejando sobre mi mesa una bandeja con una tetera, una bonita taza de barro y un plato con una par de palillos con dangos de todos los colores. Mire aquella bandeja muy complacido y después le lancé una sonrisa picara a la muchacha. -Muchas gracias.
-De nada, que aproveche. La chica marchó y siguió atendiendo a los clientes que abarrotaban el local. Estaba claro que no tenía tiempo para flirtear con nadie.
-Sin duda. Dije mientras me frotaba las manos
Me servía una taza de té cuando de repente un chico salió de una esquina corriendo y se detuvo prácticamente al lado de la terraza en la que me encontraba, apoyándose sobre sus rodillas y recuperando el aliento. Era un muchacho que rondaría mi edad, sus ojos eran oscuros como su pelo, del que le caía una coleta por la espalda. Además vestía todo de negro. A primera vista me pareció un ladrón que acaba de robar algo y se había escapado con éxito tras lograr su botín.
-Espero que no hayas robado nada o tendré que detenerte. Le dije a aquel muchacho secamente mientras daba un sorbo a mi té sin quitarle un ojo de encima.
"Ya que estoy aquí..."
Decidí partir hacía allá, confiado de que el viaje no me resultara muy pesado. Pero cuando llevaba casi tanto tiempo caminando como la que había tardado en llegar desde Kusagakure hasta el bosque de la Hoja, comencé a enfadarme demasiado y me arrepentí de mi decisión de venir hasta la dichosa Yamiria.
Al cabo de una hora y media más de viaje, se podía vislumbrar una enorme e impresionante ciudad. "Madre mía, pedazo ciudad" Estaba verdaderamente impresionado, aquella ciudad se merecía con todas las de la ley que fuera la capital de la Espiral. La ciudad estaba rodeada por una gran muralla y las entradas estaban bien vigiladas por unos guardias, conforme me acercaba a la entrada me vi rodeado por un montón de personas y carromatos que entraban y salían de aquella urbe. Parecía un verdadero lugar de peregrinación y de culto al ver a tanta gente en un mismo lugar.
Pude entrar sin problemas a la ciudad, y una vez dentro pude observar como aquel lugar estaba repleto de locales y tiendas de todo tipo. Los comercios en las calles hacían que la gente se aglomerara sin ningún control haciendo que caminar fuera una verdadera proeza.
Y tanto bullicio me molestaba, sobre todo después del pateo que llevaba a mis espaldas pensé que sería una buena idea tomar un pequeño y merecido descanso. Pude ver una tetería en la que vendían deliciosos dangos. Me senté en una mesa de la terraza y pedí amablemente a una joven y dulce camarera que me trajera un té verde.
-Disculpe señorita, ¿Podría servirme un té verde con unos dangos?
La chica se giró sonriente y con una leve reverencia me contestó con un tono de voz muy agradable. -Enseguida se lo traigo.
El servicio era exquisito, pues apenas esperé tres minutos y la camarera me sirvió mi comanda. Dejando sobre mi mesa una bandeja con una tetera, una bonita taza de barro y un plato con una par de palillos con dangos de todos los colores. Mire aquella bandeja muy complacido y después le lancé una sonrisa picara a la muchacha. -Muchas gracias.
-De nada, que aproveche. La chica marchó y siguió atendiendo a los clientes que abarrotaban el local. Estaba claro que no tenía tiempo para flirtear con nadie.
-Sin duda. Dije mientras me frotaba las manos
Me servía una taza de té cuando de repente un chico salió de una esquina corriendo y se detuvo prácticamente al lado de la terraza en la que me encontraba, apoyándose sobre sus rodillas y recuperando el aliento. Era un muchacho que rondaría mi edad, sus ojos eran oscuros como su pelo, del que le caía una coleta por la espalda. Además vestía todo de negro. A primera vista me pareció un ladrón que acaba de robar algo y se había escapado con éxito tras lograr su botín.
-Espero que no hayas robado nada o tendré que detenerte. Le dije a aquel muchacho secamente mientras daba un sorbo a mi té sin quitarle un ojo de encima.