17/03/2016, 22:33
—¡Kazuma-san no podré estar así para siempre! —Gritó al shinobi de Uzushio.
Aquel grito denotaba lo angustiosa de la situación y la necesidad inmediata de salir de la misma.
El ave demostraba ser verdaderamente aguerrida, aun cuando unas afiladas aspas de acero se habían anidado en su costillar. Si bien dejo de volar, pues la herida era demasiado profunda, no desistió en su casería. Había caído al suelo con bastante fuerza, pero inmediatamente se incorporo sin que el fuuma shuriken que sobresalía de su costado le impidiera moverse ágilmente para atacar con su pico.
—¡Joder! —Exclamó al ver como su ataque era insuficiente para terminar con el agresor.
El búho lanzaba maliciosos picotazos hacia el cuerpo de su presa. El chico que aun seguía debajo de él se debatía para evitar ser destrozado. En su frenesí, la plumífera vestía lanzaba rocíos de su propia sangre por doquier. Manchaba su plumas y el suelo a su alrededor, y daba la impresión de que ya había destrozado el cráneo de Tatsuya. Pero había algo que le permitía a Kazuma conservar las esperanzas de que aún se pudiera hacer algo.
«Si pudo defenderse de mi espada podrá defenderse de aquel pico —Se animó a sí mismo mientras escuchaba los ecos metálicos del acero siendo golpeado salvajemente—. Si consigo llamar su atención Takanashi podría asestar el golpe de gracias, pero ¿Cómo podria?»
Un impulso de genialidad llegó a él, como aquellas ideas grandiosas que solo se encuentran en los momentos críticos. Corrió hacia el cadáver de una gran serpiente cercana y se inclinó sobre el. Aún había restos de piel y carne descompuesta en aquel esqueleto enorme. Movía con ferocidad las rocas y los hongos que entorpecían su búsqueda, los ojos le lloraban y el estómago se le revolvía por causa del rancio olor.
«¡Aquí está!» —Luego de unos efímeros instantes que se le hicieron eternos, logro encontrar aquello que podría salvar a su compañero.
Se levantó y comenzó a zarandear con fuerza aquel gran cúmulo de estuches córneos. El sonido reverberaba por todo el lugar, el eco rebotaba en los árboles cercanos y emulaba una amenazadora serenata. Por puro instinto natural e irresistible, el ave giró su cabeza unos perturbadores doscientos setenta grados, para observar como el Ishimura agitaba vigorosamente el cascabel de una serpiente que antes morir le representó todo un desafío. Fue entonces cuando el cazador emplumado dejó su blanco y suave cuello a la merced del joven que se encontraba debajo de él.
Aquel grito denotaba lo angustiosa de la situación y la necesidad inmediata de salir de la misma.
El ave demostraba ser verdaderamente aguerrida, aun cuando unas afiladas aspas de acero se habían anidado en su costillar. Si bien dejo de volar, pues la herida era demasiado profunda, no desistió en su casería. Había caído al suelo con bastante fuerza, pero inmediatamente se incorporo sin que el fuuma shuriken que sobresalía de su costado le impidiera moverse ágilmente para atacar con su pico.
—¡Joder! —Exclamó al ver como su ataque era insuficiente para terminar con el agresor.
El búho lanzaba maliciosos picotazos hacia el cuerpo de su presa. El chico que aun seguía debajo de él se debatía para evitar ser destrozado. En su frenesí, la plumífera vestía lanzaba rocíos de su propia sangre por doquier. Manchaba su plumas y el suelo a su alrededor, y daba la impresión de que ya había destrozado el cráneo de Tatsuya. Pero había algo que le permitía a Kazuma conservar las esperanzas de que aún se pudiera hacer algo.
«Si pudo defenderse de mi espada podrá defenderse de aquel pico —Se animó a sí mismo mientras escuchaba los ecos metálicos del acero siendo golpeado salvajemente—. Si consigo llamar su atención Takanashi podría asestar el golpe de gracias, pero ¿Cómo podria?»
Un impulso de genialidad llegó a él, como aquellas ideas grandiosas que solo se encuentran en los momentos críticos. Corrió hacia el cadáver de una gran serpiente cercana y se inclinó sobre el. Aún había restos de piel y carne descompuesta en aquel esqueleto enorme. Movía con ferocidad las rocas y los hongos que entorpecían su búsqueda, los ojos le lloraban y el estómago se le revolvía por causa del rancio olor.
«¡Aquí está!» —Luego de unos efímeros instantes que se le hicieron eternos, logro encontrar aquello que podría salvar a su compañero.
Se levantó y comenzó a zarandear con fuerza aquel gran cúmulo de estuches córneos. El sonido reverberaba por todo el lugar, el eco rebotaba en los árboles cercanos y emulaba una amenazadora serenata. Por puro instinto natural e irresistible, el ave giró su cabeza unos perturbadores doscientos setenta grados, para observar como el Ishimura agitaba vigorosamente el cascabel de una serpiente que antes morir le representó todo un desafío. Fue entonces cuando el cazador emplumado dejó su blanco y suave cuello a la merced del joven que se encontraba debajo de él.