17/03/2016, 22:48
—Si llega a pasar algo… Intenta escapar aunque sea por alguna ventana. ¿Sí? —Dijo a la más joven, esperando que aceptara lo que le decía.
-Eh... ¿Pu qué? - Susurró, aun sin avisparse de la situación en la que estaba. Luego negó con la cabeza repetidas veces -Claro, haré lo que digas, Noemi-neesan - Afirmó con una amplia sonrisa. Ambas siguieron al moreno cuyo nombre era Kuro, que se había internado dentro del gran edificio que, efectivamente, tenía un aspecto totalmente nuevo.
Nada más entrar había un recibidor el cuál contaba con unas paredes pintadas de color claro y suelos totalmente de madera oscura; a la derecha, unas escaleras se perdían en la oscuridad y al fondo del recibidor se encontraban unas puertas entre abiertas por donde se coló cual felino el joven. Eri lo siguió corriendo, entre divertida y curiosa, como si fuese una chiquilla de cinco años corriendo tras su gato mientras jugaban al pilla-pilla. Una vez dentro encontró un enorme salón con mesas bajas y cojines a sus lados esparcidos por todo el lado izquierdo de la estancia mientras que en el derecho se alzaba una barra con unos cuantos sillones altos, todo decorado de forma rústica y cómoda para los sentidos y para el cuerpo.
Tras la barra había una puerta, quizás dirigida para la comida.
—Dígame señor Kuro… ¿Por qué construyeron el restaurante en el medio de la nada? —
-Oh, ¡por favor, llámeme Kuro a secas, Noe-san! - Alegó mientras movía su mano hacia delante y hacia atrás frente a su cara, restándole importancia. -Como ya he comentado antes, este restaurante donde habitamos además, fue construido para aquellos viajeros que se pierden y necesitan un lugar para descansar. ¡También disponemos de habitaciones libres! Pero eso... - Bajó la voz, acercándose a la rubia hasta quedar cerca de su oído. -... No se lo recomiendo, ya que mi abuelo es un poco caro...
-¡A quién llamas tu caro, pedazo de vago! - Una voz cansada se hizo presente en el lugar, detrás de la barra para ser exactos, haciendo que tanto Eri como Kuro diesen un respingo al no esperarse dicho susto por parte de aquella voz: un hombre ya entrado en edad, de cabellos blanquecinos apareció en escena.
Por suerte el restaurante estaba vacío.
-¡Abuelo! Mira, mira, las he invitado a pasar - Alegó moviendo los brazos mientras señalaba a ambas kunoichis de diferentes villas.
-Oh... ¡Buenas, buenas! - Eri frunció el ceño, pero luego se acercó, cautelosa, y se subió a uno de los sillones altos para saludar al señor dueño. -¡Hola! - Saludó moviendo su izquierda efusivamente, sacando una gran carcajada al abuelo de Kuro. -¡Oh vaya, qué mona! ¿Cómo te llamas, pequeña? - Su tono de voz, antes emitido por un gruñido más bien, ahora había pasado a ser uno totalmente alegre. -No seáis tímidas y pedid lo que queráis, invita la casa hoy. - Se ofreció, haciendo a su nieto ampliar su sonrisa.
-Eh... ¿Pu qué? - Susurró, aun sin avisparse de la situación en la que estaba. Luego negó con la cabeza repetidas veces -Claro, haré lo que digas, Noemi-neesan - Afirmó con una amplia sonrisa. Ambas siguieron al moreno cuyo nombre era Kuro, que se había internado dentro del gran edificio que, efectivamente, tenía un aspecto totalmente nuevo.
Nada más entrar había un recibidor el cuál contaba con unas paredes pintadas de color claro y suelos totalmente de madera oscura; a la derecha, unas escaleras se perdían en la oscuridad y al fondo del recibidor se encontraban unas puertas entre abiertas por donde se coló cual felino el joven. Eri lo siguió corriendo, entre divertida y curiosa, como si fuese una chiquilla de cinco años corriendo tras su gato mientras jugaban al pilla-pilla. Una vez dentro encontró un enorme salón con mesas bajas y cojines a sus lados esparcidos por todo el lado izquierdo de la estancia mientras que en el derecho se alzaba una barra con unos cuantos sillones altos, todo decorado de forma rústica y cómoda para los sentidos y para el cuerpo.
Tras la barra había una puerta, quizás dirigida para la comida.
—Dígame señor Kuro… ¿Por qué construyeron el restaurante en el medio de la nada? —
-Oh, ¡por favor, llámeme Kuro a secas, Noe-san! - Alegó mientras movía su mano hacia delante y hacia atrás frente a su cara, restándole importancia. -Como ya he comentado antes, este restaurante donde habitamos además, fue construido para aquellos viajeros que se pierden y necesitan un lugar para descansar. ¡También disponemos de habitaciones libres! Pero eso... - Bajó la voz, acercándose a la rubia hasta quedar cerca de su oído. -... No se lo recomiendo, ya que mi abuelo es un poco caro...
-¡A quién llamas tu caro, pedazo de vago! - Una voz cansada se hizo presente en el lugar, detrás de la barra para ser exactos, haciendo que tanto Eri como Kuro diesen un respingo al no esperarse dicho susto por parte de aquella voz: un hombre ya entrado en edad, de cabellos blanquecinos apareció en escena.
Por suerte el restaurante estaba vacío.
-¡Abuelo! Mira, mira, las he invitado a pasar - Alegó moviendo los brazos mientras señalaba a ambas kunoichis de diferentes villas.
-Oh... ¡Buenas, buenas! - Eri frunció el ceño, pero luego se acercó, cautelosa, y se subió a uno de los sillones altos para saludar al señor dueño. -¡Hola! - Saludó moviendo su izquierda efusivamente, sacando una gran carcajada al abuelo de Kuro. -¡Oh vaya, qué mona! ¿Cómo te llamas, pequeña? - Su tono de voz, antes emitido por un gruñido más bien, ahora había pasado a ser uno totalmente alegre. -No seáis tímidas y pedid lo que queráis, invita la casa hoy. - Se ofreció, haciendo a su nieto ampliar su sonrisa.