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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Yo te buscaba —dijo alguien, desde la nada. El gyojin volteó en súbito alarmado por tan repentina presencia y bambaleó sus ojos hasta que dio con ella. Kaguya Hageshi.

Se trataba de una mujer omnipresente. Con una energía avasallante y una presencia que incluso convertía en pequeños e inverosímiles personajes a los más machitos como él. Su tez, inapropiada para los cánones de una tierra tan lúgubre como aquella, rozaba la canela. Ojos tan negros como su cabello que se ceñían sobre él como el mismísimo abismo, que amenazante, le susurraba cada tanto que podía engullirlo de un bocado si así ésta se lo proponía.

Fue una de las pocas veces en las que Kaido se sintió más presa que depredador, y eso ya es decir mucho.

Umikiba Kaido. Ven conmigo —y con ella fue, por supuesto.

Una vez arriba, cerró la puerta tras suyo y avanzó con dubitativa hasta el asiento señalado. Puso el culo encima de éste y tragó saliva, en cuanto hizo contacto con la imponente Kaguya y el humo que ahora la envolvía cual aura celestial.

He leído tu informe, Kaido, y hay algunas cosas… —dio una calada…—, que quiero que me aclares —…y expulsó el humo lentamente por la boca.

—¿Y q- qué cosas son esas? —se atrevió a preguntar—. fui bastante explícito, así que ...

Realmente no lo había sido del todo. Había omitido algo muy importante. Y ahora que tenía a un jounin en frente increpándole sobre al asunto, sintió que aquello del Dragón Rojo no era una exageración pintada por Katame. No, se trataba de algo palpable. Y quizás, indudablemente peligroso.
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Otra calada. Saboreó el humo por unos segundos y dejó que saliese por un lado de su boca. Luego, dio un par de toques al cigarrillo con el dedo para que la ceniza cayese en un cenicero de cristal que había sobre la mesa. A cada movimiento de dedo, los músculos de su antebrazo se tensaban como gruesas raíces en busca de agua.

Solo entonces respondió.

Para empezar, haz un Henge no Jutsu de Katame.
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Para empezar, haz un Henge no Jutsu de Katame.

¿Que quería qué? ¿Un henge de...

Sus manos se unieron y formaron tres sellos seguidos, aún y su consentimiento. Obligado por la demanda de aquella mujer a que le mostrara la verdad.

¡Pluf! una nube de humo, y Kaido dejó de ser Kaido.

Frente a Hageshi apareció un hombre alto, que bien aparentaba la tardía treintena. Vestía ropajes de buena calidad que lucían opulentos. Sin embargo, lo más característico de él, era esa melena roja de fuego vivo que hacía juego con su barba, rala, del mismo color. Un ojo yacía tapado por un parche, y de su cuello, serpenteante, salía la silueta de un tatuaje.

El tatuaje de un dragón. Si bien Kaido había sido bastante minucioso al confeccionar su transformación, gran parte de su empeño estaba en esa tinta plasmada en su piel.

Katame miró al Kaguya como solía mirar a todo el mundo. Por encima del hombro.

—¿Lo conocías?
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Pues...

Le arranqué un ojo —¿Eso valía como conocerle?—. Y le hubiese arrancado el otro de no ser por su amigo.

Se levantó, curiosa, y se desplazó como una leona sobre su presa a la espalda de Kaido. Dio una calada, y expulsó el humo en dirección contraria. Luego, con la mano que sujetaba el cigarrillo, acarició el tatuaje del dragón con el meñique.

¿Estás seguro de este tatuaje? —preguntó, a escasos centímetros de su rostro. Su mirada, no obstante, seguía fija en el dragón.
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El dragón abrió los ojos de par en par. De no ser tan orgulloso, Kaido habría subido su mano para taparse la boca de la impresión. Estaba anonadado. Tan grande que era Oonindo, y el Kaguya que le había inquirido hasta la torre de la Arashikage era nada más y nada menos que el artífice directo de la falta de aquel ojo.

Kaido tragó saliva. Ahora sí que comenzaba a sentir la presión cayéndole sobre los hombros. La gravedad de mil universos apoyándose sobre él, en complot.

Pero no estaba seguro, no. Sino Segurísimo.

—Muy seguro, sí. Es un tatuaje difícil de olvidar —dijo, convencido—. más aún cuando lo ves encenderse en llamas y revivir como una puta ave fenix.

Katame giró y alejó la estela de humo alrededor suyo.

—Hay algo que omití en mi reporte. Cuando lo maté, finalmente, el tatuaje se prendió. El cadáver de Katame se encendió en llamas y recuperó la vida durante unos segundos, los suficientes para que algo dentro suyo me hablara.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo, deshaciendo la transformación.

—No era su voz. Tampoco puedo imitarla, era algo irracional. Y alcanzó a decir que ... me felicitaba, por haber matado a su ¿hijo? no tengo ni puta idea de a qué se refirió. También dijo que ahora tenía que tomar su lugar y cumplir con su misión o sino, que alguien lo haría una vez muriera yo. Y todo esto, ojo, mientras se quemaba vivo el hijo de puta. ¡Derritiéndose!
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La súbita información soltada por Kaido no pareció sorprender a Hageshi. Ni el fuego, ni la extraña voz, ni el mensaje. Si acaso, confirmar sus sospechas. Fue ahí cuando clavó su mirada en los ojos del amejin. Por primera vez, Kaido vio a la leona que se escondía al otro lado de sus pupilas agitarse. Cabrearse.

Suerte que fuiste bastante explícito —soltó, mordaz—. ¿Por qué coño omitiste algo tan importante?
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Kaido frunció el ceño y apretó los puños. Aunque sus ojos veían a otro lado, y no a la depredador que se ceñía sobre él como si se tratase del más dócil de los antílopes. Quería decir algo mordaz, soltar una de las suyas pero sabía que no era el momento oportuno para. Sin embargo, se sinceró.

—¿¡Porque quién en su sano juicio cree semejante cosa, eh!? ¿le tomarías la palabra a cualquier genin que te viene a contar una parbulada de esas? ¿de no tratase de Katame, específicamente, lo putamente creerías?

Alzó la mirada y la enfrentó.

—No sé. Quizás yo también quería creer que era una tontería. Que había sido una puta casualidad el tener que enfrentarme a un tipo tan fuerte durante una misión aparentemente sencilla en la que no muero por los putos pelos.

»¿Quién es Katame, Hageshi-san? ¿Y Dragón Rojo? y... Joder, ¿estoy en un lío, cierto?


Sonrió, frustrado. Así era el tiburón.
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¿Creer? —Hageshi le devolvió la mirada, incrédula—. Solo los tontos creen, Kaido. Los ninjas averiguamos.

—No sé. Quizás yo también quería creer que era una tontería. Que había sido una puta casualidad el tener que enfrentarme a un tipo tan fuerte durante una misión aparentemente sencilla en la que no muero por los putos pelos.

Bienvenido al mundo ninja —le espetó. No encontraría palabras de consuelo ni halagos por haber hecho semejante proeza siendo tan solo un genin de su parte—. Siéntate —le indicó ante sus continuas preguntas.

Ella hizo lo propio, volviendo a saborear el cigarrillo. ¿Qué si estaba en un lío? Lo cierto era…

La cagaste. —No iba a andarse con rodeos ni poniendo paños calientes—. No tenías forma de saberlo, pero la cagaste. Debiste traerlo aquí. Vivo. No sabes la de información valiosa que ese capullo tenía en la cabeza.
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El escualo se tiró en su asiento y trató de relajarse. Lanzó un suspiro al aire y recibió la reprimenda de la Kaguya como quien no puede ser más apaleado. Una y otra vez le había repetido que, quizás, había obrado mal, muy a pesar de las circunstancias de su misión.

La cagaste. —No iba a andarse con rodeos ni poniendo paños calientes—. No tenías forma de saberlo, pero la cagaste. Debiste traerlo aquí. Vivo. No sabes la de información valiosa que ese capullo tenía en la cabeza.

«Que te jodan, lo que estás es celosa, perra inmunda. ¡Celosa que que lo maté yo y no tú!»

Kaido soltó una sonrisa amarga. No tenía caso llevar la contraria a la jounin.

—Debí, claro —¿qué le iba a decir ella lo que debió o no hacer? no tenía ni puta idea de lo que tuvo que pasar para sobrevivir. O sí lo sabía, después de todo, ella lo había enfrentado—. pero lo hecho hecho está, Katame se está pudriendo ahora mismo en el fondo del mar. ¿Ahora qué? ¿Qué hacemos?

Por lo visto, Kaido estaba eligiéndose para una tarea de la que también era inconsciente. Él lo había comenzado todo, así que estaba dispuesto a acabarlo. Aunque Katame fuera, quizás, la punta de un iceberg muy pero muy grande. Y peligroso.
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¿Hacemos? —preguntó, alzando una ceja—. Tú nada, desde luego. Esto te supera. —No lo dijo con maldad. Ni para hacer saña. O burla. Simplemente… era lo que pensaba.

Dio una honda calada al cigarrillo y echó la ceniza en el cenicero.

Katame no era nadie, Kaido. Nadie. Nadie más que un capullo, un violador y un narcisista. Un carroñero que sabía moverse bien entre depredadores. Ese era su verdadero punto fuerte —le explicó—. Aprendió todo de su padre, un antiguo shinobi de Amegakure. Un traidor —escupió la palabra como si le supiese a mierda—. Empezó haciendo trapicheos en Shinogi-To. Pequeños robos. Estafas de poca monta. Palizas por encargo. Hasta que se juntó con Uchiha Zaide. —Kaido notó que el tono de su voz vibró al mencionar su nombre, pero no supo distinguir por qué emoción.

»¿Te suena su nombre? ¿Lo mencionó Katame en algún momento?
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¿Hacemos? Tú nada, desde luego. Esto te supera —y allí estaba de nuevo, menospreciándole nuevamente. Kaido alzó una ceja como ella y cayó sus pensamientos, que enardecidos, eran cada vez más y más ofensivos que el anterior—. Katame no era nadie, Kaido. Nadie. Nadie más que un capullo, un violador y un narcisista. Un carroñero que sabía moverse bien entre depredadores. Ese era su verdadero punto fuerte. Aprendió todo de su padre, un antiguo shinobi de Amegakure. Un traidor. Empezó haciendo trapicheos en Shinogi-To. Pequeños robos. Estafas de poca monta. Palizas por encargo. Hasta que se juntó con Uchiha Zaide.

»¿Te suena su nombre? ¿Lo mencionó Katame en algún momento?

Kaido se mantuvo en silencio durante un par de segundos, cavilando en los rincones más profundos de sus recuerdos y asimilando, a su vez, toda la información proporcionada por el jounin. Las pinceladas de su historia le daban color a una vívida imagen de Katame, que terminó teniendo relación directa con su aldea a través de su padre, un traidor.

Pero no, allí en su cabeza no había nada referente a ese nombre que había encendido a Hageshi.

Finalmente, negó con la cabeza.

Él y Katame no habían tenido mucho tiempo para sentarse a conversar sobre los menesteres de la vida. Entre ellos sólo hubo una incesante batalla que se extendió más de la cuenta y que acabó como acabó, con apenas un par de palabras intercambiadas y uno que otro insulto. Además de la voz gutural que tomó poder una vez el dragón alcanzó la muerte definitiva.

¡Eso es, la voz!

Mira, lo entiendo. Estas cabreada porque has perdido demasiada información con su muerte. No sé quién es ese tal Zaide, pero asumo que Katame era, quizás, el conducto más apropiado para dar con ese tipo. ¿Es él a quien realmente buscas, es ese el amigo al que te referías? —sólo entonces aceptó que la había cagado, como le había dicho la Kaguya—. déjame enmendar mi error. No me dejes a un lado, joder. Además, lo de la voz debe significar algo, ¿no? ¿tú qué crees que significa eso de que yo puedo tomar su lugar?
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Era su amigo, sí. Y todo indica a que está muerto. —Pero ella no trabajaba con creencias, sino con evidencias.

Kaido volvió a la carga, preguntando sobre la funesta frase que Katame había soltado ya muerto. Y no, Hageshi no se hacía a una idea de lo que significaba. No creía en ninguna teoría. Porque, como ya se había dicho, ella…

Sé exactamente lo que significa —respondió—. El Dragón Rojo está compuesto por ocho líderes. O, como a ellos les gusta que les llamen, ocho Cabezas de Dragón. Ni uno más, ni uno menos. Para ser un Cabeza Dragón, has de cumplir un requisito: matar a uno de ellos; o matar al asesino de uno de ellos. El tatuaje que tenía Katame en el cuello demuestra que se había convertido en uno.

»Ahora bien, ir por tu cabeza sería una estupidez —dijo, adelantándose a lo que probablemente pensaba—, y ellos no pudieron llegar a la posición donde se encuentran siendo estúpidos. Solo matan a shinobis de otras Villas si no tienen más remedio o creen que no les salpicará. Pero, ¿organizar una cacería contra un shinobi de Amegakure? —negó con la cabeza—. No son tan imbéciles.
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Entonces recordó la frase que ella misma le había dicho un minuto atrás: los ninjas no creen, los ninjas averiguan. Y vaya que Kaguya Hageshi había averiguado.

Kaido apretó los puños instintivamente. Hageshi le estaba confirmando sus temores, de que al él haber matado a Katame, había conseguido ser digno de ocupar su plaza en aquella organización. Era el único método para convertirse en un cabeza de Dragón, y sin saberlo, lo había logrado. Pero el cómo aún seguía siendo un misterio.

—Eso no me preocupa. El tipo estaba sólo, y la batalla sucedió lejos de la costa. Nadie sabe que está muerto —indagó—. ¿pero cómo lo confirmamos? de que Dragón Rojo desconoce que una de sus cabezas murió a manos de un shinobi de Amegakure. Si sabemos con certeza que no van tras mío, podemos usar esta plaza desocupada a nuestro favor.

Miró a Hageshi con la seriedad digna de un shinobi.

»¿Cómo te conviertes en un cabeza de dragón después de haber matado al anterior? —soltó—. asumo que el tatuaje no aparece misteriosamente. Debe haber algún trámite. Es una oportunidad única de infiltrarnos en Dragón Rojo.
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—Eso no me preocupa. El tipo estaba sólo, y la batalla sucedió lejos de la costa. Nadie sabe que está muerto.

Te equivocas —le cortó ahí mismo, sin dejarle continuar—. El dibujo del dragón no es un tatuaje, sino un Sello Maldito que se coloca a cada miembro —dio una última calada al cigarrillo y lo aplastó contra el cenicero—. Este Sello Maldito hace al menos dos cosas: dejar un mensaje para su verdugo; y enviar el rostro de su verdugo al resto de miembros. Quizá, también su nombre, de saberlo. No voy a ponerme a explicarte ahora los entresijos del fuuijuntsu, porque ni yo misma soy experta en ello, pero tenemos constancia de que así funciona. Un juinjutsu que debieron mejorar en los últimos tiempos, pues según tus datos, ahora también carboniza a su propietario una vez muerto. Seguramente para impedir que nadie pueda extraer información de sus cadáveres.
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Hageshi le interrumpió en súbito, sin dejarle continuar. Y es que si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de lo que equivocado que estaba.

El dibujo del dragón no es un tatuaje, sino un Sello Maldito que se coloca a cada miembro. Este Sello Maldito hace al menos dos cosas: dejar un mensaje para su verdugo; y enviar el rostro de su verdugo al resto de miembros. Quizá, también su nombre, de saberlo. No voy a ponerme a explicarte ahora los entresijos del fuuijuntsu, porque ni yo misma soy experta en ello, pero tenemos constancia de que así funciona. Un juinjutsu que debieron mejorar en los últimos tiempos, pues según tus datos, ahora también carboniza a su propietario una vez muerto. Seguramente para impedir que nadie pueda extraer información de sus cadáveres.

«Mierda, estoy jodido»

—Pues estoy en la jodida paila. La voz sabía que era un shinobi de Amegakure. ¡Joder! —espetó con evidente frustración, viendo cómo se calcinaba el remanente de cigarrillo que había dejado la Kaguya. Quizás era buen momento para empezar a fumar, pensó—. pues si así está la cosa, no podemos simplemente asumir que no vendrán a por mí.

Y no esperaba quedarse de brazos cruzados a esperar que eso sucediera. A que les picara el rabo y se levantaran un día con la idea de cazar al asesino de uno de sus líderes.

¿Sabes algo de los otros siete?
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