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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
No recordaba cuándo había sido la última vez que había salido de la Villa del Remolino, pero estaba seguro que había sido hacía mucho tiempo, por lo que en cuanto su padre le comentó que tenía que ir a Minori para visitar a un amigo suyo, distribuidor de la mayoría de las verduras del restaurante, el pequeño de la familia se apuntó sin pensárselo dos veces, un viaje como aquel sería un buen momento para fijarse alguna meta, tal y como había hablado con Datsue, y podía aprovechar para pensar en ello detenidamente.

Se habían hospedado en un hostal situado en el centro del pueblo, nada demasiado ostentoso, una habitación para ambos, y un pequeño restaurante propio donde podrían comer si querían.

Bueno Riko, hoy voy a ir a hablar con mi amigo, así que puedes aprovechar para dar una vuelta por el pueblo, pero te quiero en el hotel a una hora prudente, ¿vale?

El chico asintió, y momentos después cada uno inició su camino. Riko, en lugar de ir a visitar el pueblo, que tampoco tenía mucho que ofrecer a simple vista, decidió irse a las afueras, un lugar tranquilo donde poder meditar, pensar o incluso hacer algún entrenamiento rápido si podía.

Tras apenas diez minutos andando ya había salido del pueblo y se encontraba sentado en una roca de un tamaño considerable, junto a un camino que conducía a Minori, mirando al cielo y tratando de pensar en cómo podría mejorar lo más rápido posible.
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#2
Una anacrónica figura, musculada y azul, muy azul, pasó desesperado cerca de la roca en la que se encontraba Riko. Su nombre era Kaido, y aunque lucía como una maldita bestia con ese color, ese cuerpo de titán, y esos dientes de sierra; lo cierto es que mientras caminaba así de punta, con las manos sosteniéndole la entrepierna, no lucía demasiado mortal.

—¡Me meo, coño, me meo! —dijo—. ¡eh, chaval, espabila que tengo que mear y voy a usar tu puta roca de meditación, me entiendes?

Acto seguido se pegó la vuelta y... empezó a regar la piedra.

—AHhHhHhHhhhh... joder, que puto bueno.
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#3
Y así, una voz de fondo le sacó del ensimismamiento que tenía, e instintivamente se puso en guardia, y más aún al ver la figura que se acercaba a él con urgencia.

Una figura corpulenta y musculada, y hasta ahí era normal, pero el resto de aquel ser era de todo, menos normal, una piel azulada y unos dientes serrados que le daban un aspecto intimidante a más no poder, pero luego estaba el hecho de que se aproximaba a él corriendo de puntillas y sosteniéndose la entrepierna.

—¡Me meo, coño, me meo! ¡eh, chaval, espabila que tengo que mear y voy a usar tu puta roca de meditación, me entiendes?


Riko pegó un salto de la roca, algo asustado y dejó que el chico meara a gusto, por privacidad más que nada.

Ehmmmm... ¿ho-hola? — Dijo Riko, sin demasiada convicción, sin saber como responder a aquella situación
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#4
Cuando acabó de mear, se acomodó los pantalones y volteó a ver al muchacho.

Fue entonces cuando Riko pudo percibir a profundidad a quién tenía en frente. Sus características físicas ya anteriormente recalcadas no eran siquiera las más sorprendentes de todas. Su rostro era perfilado con una quijada marcada y dura, y tenía unos ojos de color azul, ligeramente hundidos, como los de un tiburón. Ah, y hablando de tiburones, esa manada de dientes de sierra que adornaban su socarrona sonrisa recordaba mucho a una de estas bestias marinas. Afilados y pequeños colmillos que, en conjunto, seguramente podrían arrancar un brazo de un tajo.

El tiburón vestía un conjunto habitual, de pantalones color vino, casi de tonalidad sangre; y una camiseta sin mangas de color negro. Sobre su cuello reposaba un collar que acababa en un diente de tiburón y, en su brazo izquierdo, le yacía envuelto el tatuaje de un Dragón tribal con matices negros y rojos que le envolvía la extremidad y cuyas fauces, abiertas y amenazantes, acababan al nivel del codo.

—¡Ahhhhh! qué alivio, joder. Casi me meo en los pantalones, amigo, pero no sabes la cantidad de gente que hay de camino a este pueblucho de mierda, tanto que no encontraba una puta zanja en la cuál sacar a pasear la perdiz —le sonrió y continuó hablando—. lamento lo de tu piedra, pero seguro que encontrarás otra donde meditar.

Kaido alzó la mano para estrechársela al tipo.

—Mi nombre es Kaido.
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