Llovía, signo inequívoco de que el invierno ya estaba allí. Lejos de achantarse, el fresco le sentaba bien a Kusagakure, un lugar donde en otra época solía hacer un calor terrible. Por eso, Kenzou había subido al tatami y se había sentado a meditar y a sentir la brisa, mientras se perdía, con los ojos cerrados, en el sonido de la lluvia. Esperaba, paciente, al joven entusiasta al que había decidido encomendar aquella misión por recomendación de su mano derecha, Yubiwa, que había constatado que necesitaba un empujón porque se lo había encontrado bastante desanimado.

A pesar del estruendo del agua, los pasos sobre el tatami le confesaron que tenía visita. Abrió los ojos.

Aquellos pasos pertenecían a Tsukiyama Daigo, quien se había dirigido a la última planta del edificio del Morikage tan pronto como supo que lo requerían.

En cuanto abriera los ojos, Kenzou se encontraría a Daigo con una rodilla en el tatami y la cabeza baja en una reverencia para ocultar los nervios.

—Buenos días, Kenzou-sama —dijo y se permitió alzar la mirada—. Me... ¿necesitaba?

El chico vestía su atuendo común, completamente equipado y esta vez con su Hitai-ate atado en su frente con el pelo recogido para que tape el símbolo de su aldea.

Kenzou hizo una queda y ligera reverencia con la cabeza a modo de saludo, y luego, apoyó una mano en el muslo para levantarse.

—Sí, sí, Daigo-kun. Pero por favor, levántate, no es necesaria tanta formalidad, chico —dijo, y le dio un par de vueltas a cada hombro, como si estuviese calentando—. Sí, muchacho, te buscaba. Quiero encargarte una tarea. Pero antes, ¿por qué no nos divertimos un poco? Para calentar, ya sabes.

El hombretón se cuadró y formuló el Sello de la Confrontación con una mano. Sonrió con picaresca.

»Vamos, joven. Todavía no he luchado contra ti. Quiero ver de qué pasta estás hecho.

Daigo se levantó a petición de su líder mientras este parecía... ¿calentar?

—Sí, muchacho, te buscaba. Quiero encargarte una tarea. Pero antes, ¿por qué no nos divertimos un poco? Para calentar, ya sabes.

—¿Eh?

Sorprendido, el peliverde no tuvo ni idea sobre como reaccionar, todo fue muy de golpe y antes de que se diera cuenta Kenzou ya estaba frente a él realizando el sello de la confrontación.

»Vamos, joven. Todavía no he luchado contra ti. Quiero ver de qué pasta estás hecho.

El Genin tragó saliva mientras una especie de calor lo abrasaba por dentro y hacía arder sus nervios.

—En ese caso le mostraré de lo que soy capaz.

Para ese momento sus nervios ya se habían consumido del todo y tan solo habían dejado tras de sí la emoción y confianza que solo aparecía en el boxeador cuando se le mostraba un verdadero reto.

»No lo decepcionaré, Kenzou-sama. —dijo, formando el mismo sello que su líder.

Daigo mantuvo la posición durante unos cortos segundos sin moverse. Ya no necesitaba calentar ni mucho menos prepararse mentalmente, pues tanto su cuerpo como su mente parecían pedirle a gritos que empezara con aquello solo de pensar en el combate que estaba por venir.

Finalmente, Daigo adoptó su postura de combate, con ambos puños a la altura de la quijada, el pie izquierdo adelantado y ambos puños a la altura de quijada.

La pierna y el puño izquierdo de Daigo empezaron a arder rodeadas del chakra verdoso del boxeador, que se preparó para saltar y atacar directamente a Kenzou...

«¡Aquí voy!»

... pero en el último momento, tan solo fue una sombra, una especie de espectro esmeralda con la forma de Daigo quien saltó con su puño por delante preparado para impactar en el Morikage y desaparecer.

¿Y el verdadero Daigo? Pues él ya había realizado un único sello para posicionase en el flanco derecho de Kenzou e intentar impactar con un ataque un poco menos directo.

«¡VAMOS!»

Desde la planta de su pie hasta su puño izquierdo, el chakra del boxeador viajó raudo para impulsar un gancho ascendente que buscaba impactar en el bazo de su Kenzou.

A pesar de que acostumbraba a pasear por la Academia, observando el progreso de los muchachos, el peculiar estilo de combate de Daigo le hizo levantar una ceja. Con la emoción invadiendo el cien por cien de su cuerpo, Kenzou flexionó rodillas y brazos y se preparó para recibirlo.

—¿¡Huh!?

En su lugar, fue una falsa imagen lo que recibió. Un especto de naturaleza desconocida, para el cual se protegió cruzando los brazos frente a sí. El espectro resultó ser eso: un espectro, y Daigo intentó atacar sorpresivamente desde el flanco. Para su desgracia, no obstante, el ojo de Kenzou estaba bien entrenado. Leyó a través del movimiento rápido y se anticipó, moviendo el antebrazo y apartando a Daigo de un poderoso manotazo que lo mandaría por los aires.

—¡No está mal, chico!


· Daño propuesto: 4 + (Fue/10) = 14 PV

Incluso a pesar de la distracción inicial, Daigo no fue lo suficientemente rápido para alcanzar a golpear a Kenzou, quien lejos de verse sorprendido reaccionó en seguida moviendo su antebrazo.

«¿Cómo...?»

Antes de que Daigo pudiera entender lo que estaba a punto de suceder fue impactado por un manotazo que lo despegó del suelo y lo mandó por los aires.

—¡No está mal, chico!

En cualquier otro momento se habría sentido bien por el elogio de Kenzou, ¿pero en este momento? En este momento no era suficiente para él. Todavía tenía que demostrarle de lo que era caza y era capaz de mucho más.

Todavía en el aire, Daigo realizó un sello manual y se giró para soplar directamente hacia abajo hasta llegar al techo y pegar las plantas de sus pies a él para realizar rápidamente otros tres sellos manuales.

—¡Fūton: Shinkūgyoku!

Hasta siete esferas de vacío serían lanzadas directamente hacia Kenzou y sus alrededores, intentando con ello evitar que su Kage pudiera evitarlos todos.

Mientras Kenzou estuviera ocupado defendiéndose, Daigo realizaría tres sellos más para lanzar un clon, básico e intangible, directo hacia él y se impulsaría, escondido tras el Bunshin.

Con suerte el clon alcanzaría a Kenzou con un falso puñetazo, solo para que el verdadero Daigo lo golpeara inmediatamente después con un puñetazo descendente.

Daigo se revolvió con destreza gracias a una técnica de Fuuton y consiguió adherirse al techo. Con otra técnica del mismo elemento, disparó siete balas de aire comprimido hacia Kenzou, quien soltó una risotada estridente y flexionó las piernas. El líder de Kusagakure se impulsó hacia adelante, ignorando las cinco balas que venían de frente y que recibió a pecho desnudo sin que pareciera que mucho le importase. Agarró a Daigo del cuello de la ropa, dio un giro y lo arrojó hacia el suelo del tatami con violencia. Luego, aprovechando la gravedad, se dejó caer encima de él y trató de golpearle el pecho con el codo, sujetándose el puño con la otra mano.

—¿¡Por qué todos tratáis de usar la misma técnica endeble contra mí!? ¡Ja, ja, ja!


· Daño propuesto: 17 PV por llave contra el suelo, 18 PV por codazo (ya hice los cálculos)

Pero Kenzou nunca llegó a defenderse, simplemente era demasiado fuerte para eso. En su lugar decidió impulsarse hasta el peliverde, recibiendo los impactos de varias esferas que chocaron contra su pecho sin hacerle ni cosquillas.

«¡Nononononono!»

Las manos del Morikage alcanzaron a tomar a Daigo del cuello de su ropa chaqueta y lo lanzó violentamente contra el suelo.

«¿Cómo es tan fuerte?» se preguntó, adolorido y sorprendido, pero la verdad era que no existía ningún secreto. Solo se trataba de pura resistencia física.

Pronto, Kenzou empezó a caer y ahora Daigo de verdad tenía que hacer algo, o de lo contrario el codazo de Kenzou le dejaría más que un moretón.

En una maniobra desesperada, el peliverde volvió a realizar el sello del carnero mientras se ayudaba con su brazo libre y sus dos pies a la vez que lanzaba un chorro de aire en dirección a sus piernas para impulsarse y alejarse del peligro.

Luego de haber viajado un total de tres metros, el boxeador giró sobre su espalda para levantarse y ponerse en guardia rápidamente, jadeando por todo el cansancio acumulado.

—Porque no hay otra manera de alcanzarlo, Kenzou-sama, no con mi velocidad actual...

Dijo mientras daba un par de pequeños saltos en el sitio y sus extremidades empezaban a arder en un fuego esmeralda.

Kenzou chocó contra el tatami con violencia, pero afortunadamente ni él ni el suelo sufrieron daño alguno, pues en el último momento el hombre giró en el aire para rodar tras la caída y levantarse con gran agilidad. Daigo estaba algo más allá. Sus brazos y sus piernas comenzaron a brillar con un verde vívido. El Morikage entrecerró los ojos, observó el fatigado estado del muchacho y extendió el brazo hacia adelante, mostrándole la palma de la mano derecha.

—Basta, chico —dijo—, creo que ya hemos calentado lo suficiente. Mírate, si seguimos luchando vas a acabar algo maltrecho... y recuerda que todavía quiero encargarte una misión.

Daigo suspiró aliviado y se esforzó en no dejarse caer sobre sus rodillas en cuanto Kenzou dio por terminado su enfrentamiento, pero ahora que se había terminado su pequeño combate no podía hacer otra cosa sino sentir toda la fatiga y el dolor que había acumulado.

«Tengo que empezar a regular mi chakra, demonios, esta no sería la primera vez que lo gasto todo» pensó mientras detenía su técnica, extinguiendo el fuego verde que lo cubría.

—Sí, señor —dijo—, de... ¿de qué trata esa misión que quiere encargarme?

—Bajemos abajo, a mi despacho. Te daré los detalles mientras disfrutamos de una buena taza de té. Nos lo merecemos después de todo este ejercicio, ¿eh? —rio Kenzou, y señaló con el brazo las escaleras que llevaban a su lugar de recibimiento de shinobi habitual.




Daigo y Kenzou estaban sentados el uno enfrente del otro, ambos con una buena taza de té negro recién hecho, todavía humeante.

—Verás, Daigo-kun. Hace unas horas recibí una carta de una tal Asociación de Cultivos del Arroz del Silencio. Ya sabes, de esos arrozales cercanos a la frontera con el País del Rayo —explicó Kenzou—. Por lo visto, hay un grupo de maleantes que se dedica a hacerse pasar por espantapájaros en los cultivos. Al principio, se dedicaban únicamente a asustar a los agricultores. Pero me aseguran que últimamente tras ahuyentarles se cuelan en sus casas y les roban todo tipo de herramientas. Nada con cierto valor de venta, pero ya sabes, con mucho valor para un trabajador. Azadas, rastrillos.

»Lo último es que a ellos y sus familias les están atracando a punta de cuchillo. Lo que empezó con unas gamberradas está escalando peligrosamente en violencia, no me quiero imaginar lo que acabará pasando...

Kenzou dio un sorbo a su taza de té.

»Necesito un shinobi valiente que viaje hasta allí, se ponga en contacto con ellos y averigüe dónde se esconden los truhanes. Cuando los encuentres, dales una buena tunda y diles que no vuelvan más o se las verán con la fuerza militar de Kusagakure no Sato. Y si necesitas acabar con ellos... lo haces.

Daigo intentó agarrar su taza de té para darle un sorbo, pero descubrió que estaba demasiado caliente e inmediatamente la soltó. La taza cayó sobre el borde del platito y se volcó, derramando el te en su pierna derecha. Quemaba. Ardía. El té incluso se comió parte del pantalón y llegó al muslo y a la rodilla. Con un alarido, Daigo trató de levantarse, pero lo empeoró: cayó al suelo sobre el líquido, terminándose de abrasar la pierna. Kenzou se levantó de golpe y socorrió al chico, apartándolo del charco.

—¡Demonios, Daigo, cuidado, cuidado! —dijo—. ¡Rápido, traigan algo de hielo!




Daigo y Kenzou estaban sentados de nuevo. Esta vez sin té. Daigo tenía la pierna vendada, pero le dolía horrores.

—Bueno, chico. Menudo susto. ¿Necesitas que te repita los detalles de la misión?

Daigo prestó toda la atención que pudo a Kenzou, escuchándolo palabra por palabra sin poder acabar de creer lo que le decía.

Dio un sorbo de té.

Le hervía la sangre solo de escuchar que alguien podía ser así de cruel, le ardía, le ardía, le quemaba... ¡le quemaba la lengua!

—¡Waaaaaah! —Soltó la taza de golpe, desatando el caos y liberando el infierno sobre su pierna.

—¡Demonios, Daigo, cuidado, cuidado! —dijo—. ¡Rápido, traigan algo de hielo!


El chico se encontraba nuevamente sentado frente a Kenzou con la cabeza gacha y la cara roja de la vergüenza. Ahora tenía la pierna vendada y le dolía un montón, pero aún más le dolía el orgullo.

—Bueno, chico. Menudo susto. ¿Necesitas que te repita los detalles de la misión?

—No, no hace falta... empezaré inmediatamente. Prometo no decepcionarlo.

Kenzou asintió.

—Bien. Entonces deberías ponerte en marcha, joven —contestó Kenzou—. Lo primero sería encontrar la sede de esa tal Asociación de Cultivos. O a un representante. Que ellos mismos te den más detalles o pistas de por donde podrías empezar a buscar.

»Ah, una cosa más antes de que te vayas, joven Daigo-kun. Esta es una misión de rango C. En principio, no esperamos que esos vándalos sean shinobi de otras aldeas, pero nunca está de más recordar que si llegaran a serlo —dado a como está el panorama internacional últimamente, tampoco podemos descartarlo—, deberás volver inmediatamente o enviarme un mensaje y esperar a recibir refuerzos. Una de las dos. ¿Entendido?

—Entendido. Volver inmediatamente o enviarle un mensaje y esperar refuerzos.

Luego de decir aquello, el chico se lo repitió mentalmente un par de veces más esperando que con ello se le quedara grabado en la memoria, pues conociéndose a sí mismo probablemente acabaría metiéndose en algún peligro innecesario.

—Si eso es todo, Kenzou-sama, me pondré manos a la obra. Muchas gracias por confiar en mí.

Dicho esto, y si Kenzou no tuvo nada más que añadir, el peliverde se levantó de su asiento e hizo una reverencia antes de marcharse.