13/04/2022, 05:20
Habían pasado tan solo unas horas desde el encuentro con el nuevo Uzukage, y he ahí el Senju esperando en la estación de trenes. No habían pasados ni tan siquiera una semana desde su proclamación en líder, y ya sabía de buena tinta que se había propuesto cambiar unas cuantas cosas. En lo que al Senju respectaba, comenzaba por una prohibición inmediata de sus negocios menos legales, concretamente su fumadero. Esa, y no otra, era la razón por la que en éstos momentos esperaba al mencionado tren.
Lanzaba la moneda al aire, y la observaba dar vueltas con parsimonia en lo que ésta volvía a tomar contacto con su mano. Cara y cruz parecían estar bastante equilibradas en resultado hoy. Entre resultado y resultado, el genin le daba movimientos entre los dedos, haciendo a la moneda pasar de uno a otro en lo que casi parecía el típico truquito de un mago callejero. De esos que además te presentan el juego del cubilete, y terminan estafándote hasta la última moneda. La diferencia estaba en que el chico no le estaba dedicando las acrobacias y juegos a nadie, salvo a sí mismo.
«¿Y ahora cómo le explico ésto a Tres? Normalmente confía en mi, pero darle un vuelco a un negocio que va viento en popa es una locura. Convencerla no va a ser fácil, a menos que le proponga algo con lo que afrontar las perdidas. Lo único que se me ocurre hacer, es una auténtica locura... ¡DE LAS MÁS GRANDES!»
¡TSCHHHHHH!
Un escape de vapor anunció la llegada, o más bien la parada, de la bestia metálica. El tren acababa de estacionar en la vía, y el primero en asomar por una de las puertas del mismo fue uno de los revisores, al grito de: —¡Próóóóóóóxima parada: Los Herreeeeeeros!, seguido de un desconcertante balanceo de una campana de mano. Ante el anuncio, muchos bajaron y subieron en el tren. Entre ellos Siete, que se disponía a bajarse en la mencionada estación. Bueno, en realidad algo antes, pues el Panda Fumado estaba a escasos cinco kilómetros de la urbe. Había un punto estratégico, en una curva concreta, que te ahorraba una buena caminata. No eran cinco minutos lo que ahorrabas andando, si no casi cuarenta minutos, lo cuál para nada es poco.
Hayato tomó un asiento cualquiera, y disfrutó todo lo posible del efímero viaje. Para cuando se acercaban a la curva del atajo, se tomó la libertad de coger su abrigo y caminar hasta la puerta del vagón. Tomó un cigarrillo del bolsillo de la chaqueta, y se lo colocó entre los labios, para luego ponerse la chaqueta. Fuera hacía un frío considerable, y más teniendo en cuenta la velocidad del tren.
—Bueno, ya llegamos... —Se dijo a sí mismo, reconociendo el paisaje que pasaba a toda velocidad por la ventana.
Siete abrió la puerta del final del vagón, y la cerró tras salir al espacio exterior que unían ambos vagones. Colocó su diestra ante su pecho, apuntando con el índice hacia el cigarrillo que tenía entre dientes, y sin más disparó un leve fogonazo que prendería el mismo.
«Y pensar que inventé ésta técnica solo para ésto...»
Le propinó una buena calada al cigarro, y dejó escapar el humo por la comisura de sus labios. Sus ojos, rapaces, observaban con detenimiento todo el terreno que veía pasar, analizando cuando debiere ser el momento perfecto para saltar. Parecían tan solo pasar árboles, bambú, y casas de vez en cuando. Pero había un punto crítico, un poste de madera que...
«¡Aaaaaahora!»
Y sin más, tomó impulso y saltó más allá de las vías, e incluso más allá de un pequeño montículo que había a escaso metro de las mismas. No es que el shinobi fuese algo así como un atleta profesional, o que sus habilidades físicas fuesen envidiables —Ni mucho menos.—, si no que la inercia del tren en la curva hicieron todo el trabajo.
No era la primera, ni la última vez, que Hayato usaba ese atajo.
La parada del salto no fue de lo más leve, pero por suerte o desgracia, ya se había acostumbrado. Le había costado muchos intentos el acostumbrarse a ella, eso sí. Al inicio, siempre solía caer de costado, de espalda, de culo, o incluso dando vueltas... pero hoy día, la cosa había cambiado bastante. Hoy día, era capaz de mantenerse en pie, aunque terminase deslizándose varios metros por el propio impulso. Se dice que el hábito hace al maestro.
Siete se sacudió un poco los pantalones, y tras ello volvió a propinarle una calada a su vicio. Dejó escapar de nuevo el humo poco a poco, y justo después comenzó a andar dirección al Panda. Un camino que apenas le duraría cinco minutos, lo cual sería poco más de lo que tardase en acabar ese cigarro.
Al llegar, pudo ver cómo Komo hacía sus funciones, vigilando la entrada del Panda. Aunque a esas horas no hubiesen demasiados clientes, seguro que estaba bien pagada su labor. De hecho, no solo podía ver en la entrada al subordinado, si no que también podía apreciarse a una decena de metros de la misma entrada a un par de hombres tirados en el suelo. Parecían abatidos, hechos trizas... ¿Lo normal en un fumadero?.
«Quizás... quizás no sea tan mala idea darle un cambio radical a ésto...»
Tras aproximarse hasta la puerta del Panda Fumado, Siete tocó levemente el brazo de Komo, en lo que portaba una amable sonrisa. Un saludo típico entre ambos, que el hombre terminó imitando.
—Buenos días, Siete. ¿Todo bien?
—Si, todo bien Komo. Buenos días.
Con parsimonia, abrió la puerta del local, y atravesó el umbral de la puerta. El suelo de madera andaba algo más pegajoso que de costumbre, y es algo que Hayato no pudo evitar ver con desagrado. Por otra parte, el intenso humo y el olor a droga era casi insoportable, y eso que la mayor parte se encontraba en el piso superior.
«¡Buaj! ¡Qué asco!»
Levantó levemente el pie derecho, en lo que observaba que el suelo parecía estar bañado de algún tipo de sustancia pegajosa de tono amarillento. ¿Acaso habían potado en la entrada del local?. No, éste era el colmo de los colmos... ¿de verdad era vómito?. Hayato no quiso ni pensarlo, suspiró y caminó un poco, directo hacia la barra. En la misma, habían dos camareras, una pelirroja y otra morena; se trataba de Sakura y Azumi respectivamente.
—Por favor Azumi, limpia ese estropicio de la entrada. Creo que es...
—Sí, Siete. Enseguida voy. Han sido un par de clientes al que Komo ha tenido que echar... estaban muy pasados. —Contestó la chica, ni corta ni perezosa.
Sus miedos no habían sido infundados. Pero ya no había vuelta atrás, ya lo había pisado. Lo único que pudo hacer el Senju es irse al cuarto de baño de empleados, donde también se guardaban los artículos de limpieza, y quitarse con la fregona los restos de comida regurgitados.
Tras limpiar un poco los zapatos, Siete salió del baño y se dirigió sin más a la oficina, que estaba también en la planta baja. Abrió la puerta, y entró en la misma. La oficina era un pequeño refugio para toda la humareda y los olores que habían en el resto del local, un pequeño Edén en mitad de un infierno. Allí todo lucía limpio, con fresco aroma a bambú, y bien ordenado. Sin duda, en gran parte gracias a Tres, y al sumidero de aire hacia el exterior que tenían.
—Pero qué ven mis ojos. El gran Siete en persona. —Anunció Tres, que andaba sentada en el sillón tras la mesa del despacho, con ambos pies cruzados sobre la misma mesa.
La chica vestía una camiseta interior o sujetador negro, cuyas tirantas se podían ver fuera de una amplia camiseta amarilla que dejaba destapado la mayor parte del torso. En la misma camiseta tenía una especie de garabato, que llegaba a parecer una cara sonriente, aunque había que echarle algo de imaginación. Los pantalones eran bastante anchos, de color negro también, y unas botas de tono amarillo ponían limite a los mismos. Llevaba una gorra también amarilla, y unas gafas de sol. Si, las gafas en realidad eran como un poco inútiles, pero era meramente "estilo"... o eso contestaría si alguien le preguntaba, casi seguro.
—¡Yay! A veces las estrellas del mundo shinobi pasan a saludar a los conocidos y tal. —Bromeó con la rubia, que siempre solía echarle en cara eso.
—Ya veo, ya veo.
—Bueno, la verdad es que vengo un poco obligado, Tres. Han habido unas movidas gordas, y... pues eso, que van a tener que haber cambios.
Tres arqueó una ceja, y terminó bajando las piernas de la mesa. Entrecruzó ambas manos, e incluso apoyó la barbilla sobre las mismas, prestándole atención a lo que decía el Senju. Si no entendía mal, muy grave habían tenido que ser esas "movidas".
—Soy toda oídos chico. ¿A qué cambios te refieres?.
—Pues verás —Y cerró la puerta con cerrojo, antes de tomar asiento en el sofá del despacho. —, ¿recuerdas que el anterior Uzukage no se metía con nada de éste tema del negocio? Parecía ajeno a lo que sucediese fuera de las puertas de la villa, aunque si un noble lo pedía sí que actuaba... Pues ha habido repentinamente un cambio de mandos, y resulta que el nuevo líder... pues como que se está metiendo un poco más en las vidas de los shinobis. No se si fue casualidad o no, pero está entrevistándose con todo dios, y tuve que ser uno de los primeros. Y como entenderás, ya sabía o había escuchado sobre la fama que estaba recolectando sobre éste sitio... Los apodos y las triquiñuelas en nuestro mundo de shinobis no son tan factibles.
»El Uzukage me ha pedido... me ha EXIJIDO... que ponga fin a ésto, Tres. No solo eso, me ha advertido que si yo no le pongo fin, él mismo se personificará aquí y lo quemará hasta los cimientos. Dice que no piensa tolerar que hagamos trizas las vidas de otras personas para obtener dinero. No debe sacarse beneficio de la desgracia de otros.
Aunque parte de lo dicho fuese inventado, sobre todo lo de que quemaría el local, era una realidad que debían afrontar. Tenían la obligación de cerrar el negocio, o de darle un giro totalmente radical a su uso.
—Buuuffff... ¡Tío! ¿Sabes cuanta pasta hemos ganado éste último semestre? —Se quejó la chica, llevándose las manos a la cabeza. —¿Qué vamos a hacer? ¿cuánto tiempo tenemos?.
—Pues en realidad, tenemos hasta mañana para deshacernos de toda la mercancía y de los consumidores...
—¿¡PERO ESTÁS LOCO!? ¿¡QUÉ COÑO...!? —Contestó Tres, incapaz de concebir cómo podía ser eso. Incluso golpeó con ambas manos la mesa.
»Sabes que lo que me estás pidiendo es imposible, LO SABES, ¿NO?
Hayato, en vez de contestar inmediatamente, se tomó la libertad de tomar un cigarrillo, y se recostó aún mas en el sofá. Incluso se permitió el lujo de elevar los pies, sobrepasando el reposabrazos del mismo. En un chasquido de dedos prendió fuego al mismo, con un leve fogonazo.
—Imposible no. Difícil... pues no te lo voy a negar.
Tomó una buena calada del cigarrillo, y lo dejó escapar lentamente por la comisura de los labios, disfrutando el sabor amargo del mismo. Maldito y buen vicio...
—¿Tienes ya algo en mente? —Preguntó Tres, volviendo a retomar un poco la calma.
—Bueno, tengo una idea, pero necesitaremos a varios amigos de Komo, y alguna de tus influencias.
Tres hizo una leve mueca con la boca, en lo que ponía ambas manos tras la nuca. —Puedes contar con ello, pero antes debes explicarme el plan.
—Pues... ¿recuerdas el plan Y?
»Vamos a encajarle todo el marrón a mi querido padrastro. Vamos a hacer que nuestros colegas, le pasen toda la mierda a otros colegas, y éstos busquen otros a quienes pasarsela, y entre medias que haya mucho jaleo de nombres... ya me entiendes. No quiero que en ningún momento puedan saber de dónde procede la movida, ya sabes. Éste sitio tiene que estar limpio a ojos del mundo entero, no podemos permitirnos el lujo de que alguien descubra la mierda, y mucho menos mi padrastro. Con los suficientes meneos, le encajaremos todo el follón a uno de sus locales. A los clientes, nos los quitaremos de encima rápidamente cuando les digamos que Momori Kuzogane ya solo mueve material en ese local. Todos nuestros antiguos clientes irán desesperados en busca de su droga allí.
—Tío vaya jaleo... —Contestó la rubia. —Pero me gusta... jajajaja.
Si tenían algo en común Tres y Siete, era un profundo odio hacia Momori Kuzogane. Sendos chicos habían sido victimas directas de sus malas acciones, y si podían hacer algo para joderle, sin duda alguna era algo que iban a disfrutar ambos.
—Y sobre el local, vamos a darle un cambio radical de aspecto. Vamos a conservar la temática, que siempre me ha gustado, pero quiero darle un limpiado de cara magistral. Y la oficina la vamos a poner arriba. Nunca me ha gustado que esté al lado de los baños...
—Bueno, de eso otro mejor me encargo yo personalmente, que tengo unas ideas en mente.
Hayato alzó ambas manos, indispuesto a discutir con ella sobre eso. —Como quieras.
—Bueno, y todo éste follón tenemos que solucionarlo hoy, ¿no?. Pues entonces, más me vale que me ponga a ello.
Sin más, Tres se levantó de su asiento, y caminó hasta la puerta. Tomó el pomo de la misma, y miró por última vez a Siete. —En unas dos horas estaré de nuevo aquí, ¿podrás echar a los clientes tu solo?.
—Si, sí. Eso está hecho.
Lanzaba la moneda al aire, y la observaba dar vueltas con parsimonia en lo que ésta volvía a tomar contacto con su mano. Cara y cruz parecían estar bastante equilibradas en resultado hoy. Entre resultado y resultado, el genin le daba movimientos entre los dedos, haciendo a la moneda pasar de uno a otro en lo que casi parecía el típico truquito de un mago callejero. De esos que además te presentan el juego del cubilete, y terminan estafándote hasta la última moneda. La diferencia estaba en que el chico no le estaba dedicando las acrobacias y juegos a nadie, salvo a sí mismo.
«¿Y ahora cómo le explico ésto a Tres? Normalmente confía en mi, pero darle un vuelco a un negocio que va viento en popa es una locura. Convencerla no va a ser fácil, a menos que le proponga algo con lo que afrontar las perdidas. Lo único que se me ocurre hacer, es una auténtica locura... ¡DE LAS MÁS GRANDES!»
¡TSCHHHHHH!
Un escape de vapor anunció la llegada, o más bien la parada, de la bestia metálica. El tren acababa de estacionar en la vía, y el primero en asomar por una de las puertas del mismo fue uno de los revisores, al grito de: —¡Próóóóóóóxima parada: Los Herreeeeeeros!, seguido de un desconcertante balanceo de una campana de mano. Ante el anuncio, muchos bajaron y subieron en el tren. Entre ellos Siete, que se disponía a bajarse en la mencionada estación. Bueno, en realidad algo antes, pues el Panda Fumado estaba a escasos cinco kilómetros de la urbe. Había un punto estratégico, en una curva concreta, que te ahorraba una buena caminata. No eran cinco minutos lo que ahorrabas andando, si no casi cuarenta minutos, lo cuál para nada es poco.
Hayato tomó un asiento cualquiera, y disfrutó todo lo posible del efímero viaje. Para cuando se acercaban a la curva del atajo, se tomó la libertad de coger su abrigo y caminar hasta la puerta del vagón. Tomó un cigarrillo del bolsillo de la chaqueta, y se lo colocó entre los labios, para luego ponerse la chaqueta. Fuera hacía un frío considerable, y más teniendo en cuenta la velocidad del tren.
—Bueno, ya llegamos... —Se dijo a sí mismo, reconociendo el paisaje que pasaba a toda velocidad por la ventana.
Siete abrió la puerta del final del vagón, y la cerró tras salir al espacio exterior que unían ambos vagones. Colocó su diestra ante su pecho, apuntando con el índice hacia el cigarrillo que tenía entre dientes, y sin más disparó un leve fogonazo que prendería el mismo.
«Y pensar que inventé ésta técnica solo para ésto...»
Le propinó una buena calada al cigarro, y dejó escapar el humo por la comisura de sus labios. Sus ojos, rapaces, observaban con detenimiento todo el terreno que veía pasar, analizando cuando debiere ser el momento perfecto para saltar. Parecían tan solo pasar árboles, bambú, y casas de vez en cuando. Pero había un punto crítico, un poste de madera que...
«¡Aaaaaahora!»
Y sin más, tomó impulso y saltó más allá de las vías, e incluso más allá de un pequeño montículo que había a escaso metro de las mismas. No es que el shinobi fuese algo así como un atleta profesional, o que sus habilidades físicas fuesen envidiables —Ni mucho menos.—, si no que la inercia del tren en la curva hicieron todo el trabajo.
No era la primera, ni la última vez, que Hayato usaba ese atajo.
La parada del salto no fue de lo más leve, pero por suerte o desgracia, ya se había acostumbrado. Le había costado muchos intentos el acostumbrarse a ella, eso sí. Al inicio, siempre solía caer de costado, de espalda, de culo, o incluso dando vueltas... pero hoy día, la cosa había cambiado bastante. Hoy día, era capaz de mantenerse en pie, aunque terminase deslizándose varios metros por el propio impulso. Se dice que el hábito hace al maestro.
Siete se sacudió un poco los pantalones, y tras ello volvió a propinarle una calada a su vicio. Dejó escapar de nuevo el humo poco a poco, y justo después comenzó a andar dirección al Panda. Un camino que apenas le duraría cinco minutos, lo cual sería poco más de lo que tardase en acabar ese cigarro.
Al llegar, pudo ver cómo Komo hacía sus funciones, vigilando la entrada del Panda. Aunque a esas horas no hubiesen demasiados clientes, seguro que estaba bien pagada su labor. De hecho, no solo podía ver en la entrada al subordinado, si no que también podía apreciarse a una decena de metros de la misma entrada a un par de hombres tirados en el suelo. Parecían abatidos, hechos trizas... ¿Lo normal en un fumadero?.
«Quizás... quizás no sea tan mala idea darle un cambio radical a ésto...»
Tras aproximarse hasta la puerta del Panda Fumado, Siete tocó levemente el brazo de Komo, en lo que portaba una amable sonrisa. Un saludo típico entre ambos, que el hombre terminó imitando.
—Buenos días, Siete. ¿Todo bien?
—Si, todo bien Komo. Buenos días.
Con parsimonia, abrió la puerta del local, y atravesó el umbral de la puerta. El suelo de madera andaba algo más pegajoso que de costumbre, y es algo que Hayato no pudo evitar ver con desagrado. Por otra parte, el intenso humo y el olor a droga era casi insoportable, y eso que la mayor parte se encontraba en el piso superior.
«¡Buaj! ¡Qué asco!»
Levantó levemente el pie derecho, en lo que observaba que el suelo parecía estar bañado de algún tipo de sustancia pegajosa de tono amarillento. ¿Acaso habían potado en la entrada del local?. No, éste era el colmo de los colmos... ¿de verdad era vómito?. Hayato no quiso ni pensarlo, suspiró y caminó un poco, directo hacia la barra. En la misma, habían dos camareras, una pelirroja y otra morena; se trataba de Sakura y Azumi respectivamente.
—Por favor Azumi, limpia ese estropicio de la entrada. Creo que es...
—Sí, Siete. Enseguida voy. Han sido un par de clientes al que Komo ha tenido que echar... estaban muy pasados. —Contestó la chica, ni corta ni perezosa.
Sus miedos no habían sido infundados. Pero ya no había vuelta atrás, ya lo había pisado. Lo único que pudo hacer el Senju es irse al cuarto de baño de empleados, donde también se guardaban los artículos de limpieza, y quitarse con la fregona los restos de comida regurgitados.
Tras limpiar un poco los zapatos, Siete salió del baño y se dirigió sin más a la oficina, que estaba también en la planta baja. Abrió la puerta, y entró en la misma. La oficina era un pequeño refugio para toda la humareda y los olores que habían en el resto del local, un pequeño Edén en mitad de un infierno. Allí todo lucía limpio, con fresco aroma a bambú, y bien ordenado. Sin duda, en gran parte gracias a Tres, y al sumidero de aire hacia el exterior que tenían.
—Pero qué ven mis ojos. El gran Siete en persona. —Anunció Tres, que andaba sentada en el sillón tras la mesa del despacho, con ambos pies cruzados sobre la misma mesa.
La chica vestía una camiseta interior o sujetador negro, cuyas tirantas se podían ver fuera de una amplia camiseta amarilla que dejaba destapado la mayor parte del torso. En la misma camiseta tenía una especie de garabato, que llegaba a parecer una cara sonriente, aunque había que echarle algo de imaginación. Los pantalones eran bastante anchos, de color negro también, y unas botas de tono amarillo ponían limite a los mismos. Llevaba una gorra también amarilla, y unas gafas de sol. Si, las gafas en realidad eran como un poco inútiles, pero era meramente "estilo"... o eso contestaría si alguien le preguntaba, casi seguro.
—¡Yay! A veces las estrellas del mundo shinobi pasan a saludar a los conocidos y tal. —Bromeó con la rubia, que siempre solía echarle en cara eso.
—Ya veo, ya veo.
—Bueno, la verdad es que vengo un poco obligado, Tres. Han habido unas movidas gordas, y... pues eso, que van a tener que haber cambios.
Tres arqueó una ceja, y terminó bajando las piernas de la mesa. Entrecruzó ambas manos, e incluso apoyó la barbilla sobre las mismas, prestándole atención a lo que decía el Senju. Si no entendía mal, muy grave habían tenido que ser esas "movidas".
—Soy toda oídos chico. ¿A qué cambios te refieres?.
—Pues verás —Y cerró la puerta con cerrojo, antes de tomar asiento en el sofá del despacho. —, ¿recuerdas que el anterior Uzukage no se metía con nada de éste tema del negocio? Parecía ajeno a lo que sucediese fuera de las puertas de la villa, aunque si un noble lo pedía sí que actuaba... Pues ha habido repentinamente un cambio de mandos, y resulta que el nuevo líder... pues como que se está metiendo un poco más en las vidas de los shinobis. No se si fue casualidad o no, pero está entrevistándose con todo dios, y tuve que ser uno de los primeros. Y como entenderás, ya sabía o había escuchado sobre la fama que estaba recolectando sobre éste sitio... Los apodos y las triquiñuelas en nuestro mundo de shinobis no son tan factibles.
»El Uzukage me ha pedido... me ha EXIJIDO... que ponga fin a ésto, Tres. No solo eso, me ha advertido que si yo no le pongo fin, él mismo se personificará aquí y lo quemará hasta los cimientos. Dice que no piensa tolerar que hagamos trizas las vidas de otras personas para obtener dinero. No debe sacarse beneficio de la desgracia de otros.
Aunque parte de lo dicho fuese inventado, sobre todo lo de que quemaría el local, era una realidad que debían afrontar. Tenían la obligación de cerrar el negocio, o de darle un giro totalmente radical a su uso.
—Buuuffff... ¡Tío! ¿Sabes cuanta pasta hemos ganado éste último semestre? —Se quejó la chica, llevándose las manos a la cabeza. —¿Qué vamos a hacer? ¿cuánto tiempo tenemos?.
—Pues en realidad, tenemos hasta mañana para deshacernos de toda la mercancía y de los consumidores...
—¿¡PERO ESTÁS LOCO!? ¿¡QUÉ COÑO...!? —Contestó Tres, incapaz de concebir cómo podía ser eso. Incluso golpeó con ambas manos la mesa.
»Sabes que lo que me estás pidiendo es imposible, LO SABES, ¿NO?
Hayato, en vez de contestar inmediatamente, se tomó la libertad de tomar un cigarrillo, y se recostó aún mas en el sofá. Incluso se permitió el lujo de elevar los pies, sobrepasando el reposabrazos del mismo. En un chasquido de dedos prendió fuego al mismo, con un leve fogonazo.
—Imposible no. Difícil... pues no te lo voy a negar.
Tomó una buena calada del cigarrillo, y lo dejó escapar lentamente por la comisura de los labios, disfrutando el sabor amargo del mismo. Maldito y buen vicio...
—¿Tienes ya algo en mente? —Preguntó Tres, volviendo a retomar un poco la calma.
—Bueno, tengo una idea, pero necesitaremos a varios amigos de Komo, y alguna de tus influencias.
Tres hizo una leve mueca con la boca, en lo que ponía ambas manos tras la nuca. —Puedes contar con ello, pero antes debes explicarme el plan.
—Pues... ¿recuerdas el plan Y?
»Vamos a encajarle todo el marrón a mi querido padrastro. Vamos a hacer que nuestros colegas, le pasen toda la mierda a otros colegas, y éstos busquen otros a quienes pasarsela, y entre medias que haya mucho jaleo de nombres... ya me entiendes. No quiero que en ningún momento puedan saber de dónde procede la movida, ya sabes. Éste sitio tiene que estar limpio a ojos del mundo entero, no podemos permitirnos el lujo de que alguien descubra la mierda, y mucho menos mi padrastro. Con los suficientes meneos, le encajaremos todo el follón a uno de sus locales. A los clientes, nos los quitaremos de encima rápidamente cuando les digamos que Momori Kuzogane ya solo mueve material en ese local. Todos nuestros antiguos clientes irán desesperados en busca de su droga allí.
—Tío vaya jaleo... —Contestó la rubia. —Pero me gusta... jajajaja.
Si tenían algo en común Tres y Siete, era un profundo odio hacia Momori Kuzogane. Sendos chicos habían sido victimas directas de sus malas acciones, y si podían hacer algo para joderle, sin duda alguna era algo que iban a disfrutar ambos.
—Y sobre el local, vamos a darle un cambio radical de aspecto. Vamos a conservar la temática, que siempre me ha gustado, pero quiero darle un limpiado de cara magistral. Y la oficina la vamos a poner arriba. Nunca me ha gustado que esté al lado de los baños...
—Bueno, de eso otro mejor me encargo yo personalmente, que tengo unas ideas en mente.
Hayato alzó ambas manos, indispuesto a discutir con ella sobre eso. —Como quieras.
—Bueno, y todo éste follón tenemos que solucionarlo hoy, ¿no?. Pues entonces, más me vale que me ponga a ello.
Sin más, Tres se levantó de su asiento, y caminó hasta la puerta. Tomó el pomo de la misma, y miró por última vez a Siete. —En unas dos horas estaré de nuevo aquí, ¿podrás echar a los clientes tu solo?.
—Si, sí. Eso está hecho.