14/04/2018, 00:14
(Última modificación: 14/04/2018, 00:14 por Aotsuki Ayame.)
Pero la mujer ni siquiera le dejó terminar de hablar. Apretando las mandíbulas, agarró al médico por el cuello de la bata y lo atrajo hacia ella. Sus ojos quedaron a apenas unos centímetros de distancia. Aguamarina y púrpura. Y, quizás por primera vez en su vida, Zetsuo podía leer a través de ellos con toda facilidad. Por primera vez, los ojos de Kiroe no eran aguas turbias sino aguas cristalinas que le dejaban ver con todo lujo de detalles el fondo.
—Dime qué harías tú —dijo ella—. No me queda más familia que mi hijo, Zetsuo. No me queda nadie más. Nadie.
—Él no se va a ir, Kiroe. Con ojos o sin ellos. Esto es una...
—¿Crees que no he estado pensando en que te negarías? Eso no me ha impedido venir aquí. Y no soy ningún genin sin experiencia. Puede que esté destrozada por dentro. Puede que sí. Puede que no pueda soportar ni un minuto más verlo así. Pero por eso mismo sé que no me dolerá más tener que imaginármelo. Mi hijo tiene un futuro. Mi hijo tiene a Ayame. Tiene su equipo con Kōri. Yo sólo soy una espía retirada con una pastelería.
La última palabra tembló en sus labios. Y Zetsuo supo tan bien como ella el por qué sin necesidad de atisbar el dolor que le perforaba con aquellos iris. Sin sus ojos, se acabaría la Pastelería de Kiroe. Pero entonces la mujer se volvió hacia su hijo, y la determinación regresó con la fuerza de un tsunami.
—Así que no te mientas a ti mismo y dime cuánta duda transmiten mis ojos cuando te digo —Se acercó aún más a él. Su rostro ya no era más que una mancha borrosa con iris púrpura—: Hazlo. ¿O es una operación tan complicada para ti, jefe de hospital, jōnin reputado, ninja médico experto?
Zetsuo apartó a Kiroe y se irguió en toda su estatura. La miró largamente a los ojos, a sabiendas de que, de cumplirse la voluntad de la mujer, a partir de entonces vería aquellos ojos en otra persona.
—Esto no es cuestión de lo difícil que resulte para mí. Pero toda operación entraña sus riesgos —se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta de salida de la habitación mientras se reajustaba el cuello de la bata. Sin embargo, justo antes de salir, se detuvo y respiró hondo—. Kiroe. Ve preparándote. La operación se llevará a cabo en cuanto mis hombres preparen el quirófano.
Y con aquellas últimas palabras, Aotsuki Zetsuo salió de la habitación y comenzó a lanzar instrucciones con aquella severidad y diligencia que le caracterizaban.
—Es... mentira... —balbuceó Ayame, pasados varios minutos—. ¡Deja de tomarme el pelo!
Pero Kōri no era una persona habituada a las bromas. Y su gesto sombrío y serio, y sus ojos fijos en ella, no mostraban el menor atisbo de estar bromeando.
—No... no, no, no, no... ¡No! ¿Pero cómo puede ser? ¡Estábamos entrenando en la Playa de Amenokami! ¡Luchamos y él me venció! ¡Yo caí inconsciente pero él estaba bien! —exclamaba, entre sollozos ahogados. Y entonces un terrible pensamiento inundó su mente y la muchacha se llevó las manos a la boca, aterrada—. He... ¿He sido yo...? ¿He... perdido el control de nuevo...?
Kōri no respondió enseguida. Seguía mirándola con aquella fijeza que comenzaba a ponerle los pelos de punta. Y Ayame se echó a llorar amargamente.
—Eso sólo lo sabe Daruu-kun —dijo al fin, en voz baja—. Lo único que sabemos es que aparecisteis de golpe en la pastelería, y para entonces ya...
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOooooooooooooo....!!!
Incapaz de seguir escuchando más, Ayame se tapó el rostro con las manos y lloró amargamente a lágrima viva. Lloró la pérdida de los ojos de su compañero, a sabiendas de que eran tan importantes para él como lo era el agua para ella; pero sobre todo lloró ante la posibilidad de que hubiese sido ella la que le hubiera hecho aquel daño irreparable.
¿Cómo podría reunir el valor para ir a visitarle y ver cómo se encontraba? ¿Cómo iba a mirarle a la cara siquiera?
—Dime qué harías tú —dijo ella—. No me queda más familia que mi hijo, Zetsuo. No me queda nadie más. Nadie.
—Él no se va a ir, Kiroe. Con ojos o sin ellos. Esto es una...
—¿Crees que no he estado pensando en que te negarías? Eso no me ha impedido venir aquí. Y no soy ningún genin sin experiencia. Puede que esté destrozada por dentro. Puede que sí. Puede que no pueda soportar ni un minuto más verlo así. Pero por eso mismo sé que no me dolerá más tener que imaginármelo. Mi hijo tiene un futuro. Mi hijo tiene a Ayame. Tiene su equipo con Kōri. Yo sólo soy una espía retirada con una pastelería.
La última palabra tembló en sus labios. Y Zetsuo supo tan bien como ella el por qué sin necesidad de atisbar el dolor que le perforaba con aquellos iris. Sin sus ojos, se acabaría la Pastelería de Kiroe. Pero entonces la mujer se volvió hacia su hijo, y la determinación regresó con la fuerza de un tsunami.
—Así que no te mientas a ti mismo y dime cuánta duda transmiten mis ojos cuando te digo —Se acercó aún más a él. Su rostro ya no era más que una mancha borrosa con iris púrpura—: Hazlo. ¿O es una operación tan complicada para ti, jefe de hospital, jōnin reputado, ninja médico experto?
Zetsuo apartó a Kiroe y se irguió en toda su estatura. La miró largamente a los ojos, a sabiendas de que, de cumplirse la voluntad de la mujer, a partir de entonces vería aquellos ojos en otra persona.
—Esto no es cuestión de lo difícil que resulte para mí. Pero toda operación entraña sus riesgos —se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta de salida de la habitación mientras se reajustaba el cuello de la bata. Sin embargo, justo antes de salir, se detuvo y respiró hondo—. Kiroe. Ve preparándote. La operación se llevará a cabo en cuanto mis hombres preparen el quirófano.
Y con aquellas últimas palabras, Aotsuki Zetsuo salió de la habitación y comenzó a lanzar instrucciones con aquella severidad y diligencia que le caracterizaban.
. . .
—Es... mentira... —balbuceó Ayame, pasados varios minutos—. ¡Deja de tomarme el pelo!
Pero Kōri no era una persona habituada a las bromas. Y su gesto sombrío y serio, y sus ojos fijos en ella, no mostraban el menor atisbo de estar bromeando.
—No... no, no, no, no... ¡No! ¿Pero cómo puede ser? ¡Estábamos entrenando en la Playa de Amenokami! ¡Luchamos y él me venció! ¡Yo caí inconsciente pero él estaba bien! —exclamaba, entre sollozos ahogados. Y entonces un terrible pensamiento inundó su mente y la muchacha se llevó las manos a la boca, aterrada—. He... ¿He sido yo...? ¿He... perdido el control de nuevo...?
Kōri no respondió enseguida. Seguía mirándola con aquella fijeza que comenzaba a ponerle los pelos de punta. Y Ayame se echó a llorar amargamente.
—Eso sólo lo sabe Daruu-kun —dijo al fin, en voz baja—. Lo único que sabemos es que aparecisteis de golpe en la pastelería, y para entonces ya...
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOooooooooooooo....!!!
Incapaz de seguir escuchando más, Ayame se tapó el rostro con las manos y lloró amargamente a lágrima viva. Lloró la pérdida de los ojos de su compañero, a sabiendas de que eran tan importantes para él como lo era el agua para ella; pero sobre todo lloró ante la posibilidad de que hubiese sido ella la que le hubiera hecho aquel daño irreparable.
¿Cómo podría reunir el valor para ir a visitarle y ver cómo se encontraba? ¿Cómo iba a mirarle a la cara siquiera?