El característico chasquido del tacón de sus sandalias hacía acto de presencia cada vez que daba un paso sobre el camino empedrado. La imponente figura del estadio se alzaba a la izquierda por encima de las casas, de tamaño mucho más humilde, que ocupaban ese lado de la calle. Unos pocos minutos más y alcanzaría el lugar de encuentro.
Karma apartó un mechón de pelo que danzaba con el vaivén de su movimiento, interponiéndose en su campo de visión hasta el punto de lograr irritarla. Su frente, tan pálida como de costumbre, estaba perlada de sudor. Las ojeras de su rostro denotaban lo poco que había logrado conciliar el sueño —lo cual era, en realidad, una falicia, puesto que dormía pocas horas a diario, apenas unas 4, pero siempre despertaba fresca como una rosa—.
Llevaba puesto ese vestido tan bonito que compró con parte de su primer sueldo como camarera; una forma de celebrar ese pequeño éxito muy poco característico de ella, pero se limitó a dejarse llevar por el momento y gastó los ryō sin pensar. No era la prenda más práctica para la vida como kunoichi, pero la muchacha había tomado la costumbre de usarlo desde que había comenzado su entrenamiento. Al fin y al cabo, pelear de forma física con otros no era lo suyo, demonios, pelear en general no era lo suyo. Otros podían librar el combate en su lugar y entonces ella los curaría, si es que sus heridas no eran demasiado graves, por supuesto. Sabía que no podría salvar a nadie que estuviese demasiado maltrecho.
También portaba consigo el protector de la aldea en la frente además del kit médico y su portador de objetos en la retaguardia de su cintura, atados a un pequeño cinturón color crema.
Se encontraba tan enfrascada en sus propios pensamientos que no se percató de que el lugar al que le habían ordenado ir a las 12 en punto estaba frente a ella. Retornó a la realidad cuando el sonido de sus sandalias pisando la madera captó su atención, ya que era bien distinto al de la roca. Como si acabase de despertar de un trance, Karma alzó la mirada con una expresión de confusión bien patente, captando sus alrededores. Las facciones de la joven no tardaron en volver a la vieja neutralidad de antes.
Era un puente, una pintoresca estructura de unos cuatro metros de ancho y dos de largo, usado para sortear un pequeño riachuelo que discurría por debajo. Las bandarillas a ambos lados eran altas y robustas, pintadas de rojo. Se podía observar el lateral del estadio con todo lujo de detalles desde ese punto. Karma caminó hasta el lado central derecho del puente y se quedó quieta sin rozar la barandilla. Entrelazó ambas manos a la espalda y quedó con la mirada perdida, a la espera, observando todo lo que había a su alrededor y nada al mismo tiempo. De tanto en tanto le echaba una mirada al estadio, difícil perderlo de vista con lo masivo que era.
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9/05/2018, 16:50
(Última modificación: 12/05/2018, 15:07 por Uchiha Akame.)
Flama, Verano del año 218.
— ¿Kojima Karma?
La voz —que quizá sorprendería a la chiquilla— provenía de algún punto a su derecha, una vez pasado el puente. Sobre la barandilla que protegía a los transeútes de caer al río estaba sentado un muchacho algo más joven que ella, de complexión delgada y facciones escuálidas. Tenía la nariz torcida —sin duda fruto de un golpe—, ojos negros y profundos y el pelo del mismo color, corto y revuelto. La bandana del Remolino relucía en su frente, bien anudada, y vestía con la típica indumentaria militar de los ninjas de alto rango; chaleco reglamentario con el símbolo de Uzushiogakure en la espalda, camiseta de cuello alto color azul oscuro debajo, pantalones y sandalias ninja... Y una placa triangular, dorada, en su hombro izquierdo.
Uchiha Akame dio una última pitada a su cigarrillo, saboreando el amargor del tabaco, mientras observaba de arriba a abajo a la muchacha. En la otra mano tenía una carpeta repleta de folios, que acababa de cerrar, y tanto en el cinturón como en el muslo derecho llevaba anudados sendos portaobjetos. Expulsó el aire y tiró la colilla al río, por encima de la barandilla.
Pese a que intentaba que no se le notase, el jōnin estaba nervioso. No por nada había recibido la notificación de que debía reunirse allí con la que sería su "alumna provisional", en palabras escritas de un funcionario. Al parecer la persona que había sido designada inicialmente para ejercer de tutora de aquella muchacha se encontraba indispuesta, y la tarea había recaído finalmente sobre el joven Akame. «El marrón, más bien», rezongó para su interior el Uchiha.
Y es que él no quería ser sensei de nadie, ni siquiera por unos días. ¿Cómo iba a quererlo? Lo suyo era el trabajo de campo, el estudio, la acción, la adrenalina. «Menuda chufa... ¿Por qué demonios no se lo pedirían a Datsue-kun?»
Sea como fuere, allí estaba. Y dado que nadie iba a relevarle de aquella tarea en las próximas horas, decidió intentar hacerla lo mejor posible. Caminó unos pasos hasta estar frente a la chica y la examinó otra vez. «Joder, le hace falta un buen puchero y una siesta», se dijo tras observar la flacucha figura de Karma, y las ojeras bajo sus ojos que destellaban un brillo indescifrable.
— Uchiha Akame, jōnin de Uzushiogakure no Sato —se presentó, con una inclinación de cabeza—. Hoy seré tu sensei.
Efectivamente, Karma se sobresaltó al escuchar la voz, que la tomó desprevenida. Con la misma cara de pasmada que había esbozado al poner un pie sobre el puente observó al dueño de aquellas palabras. Necesitó de unos segundos para comprender la pregunta, que no era más que su nombre entonado con interrogantes. Con lentitud y una palpable incomodidad, la joven asintió.
¿Cómo no se había dado cuenta de la presencia de Akame antes? «¿Acaba de salir de la nada, o ya estaba ahí antes y no me he dado cuenta...?», se preguntó. Lo más probable y lógico era la segunda opción —especialmente dado lo fácil que le resultaba abstraerse de sus alrededores, técnica que usó durante años para ignorar a su progenitor—, mas las dudas de la kunoichi eran genuinas.
Si el jōnin estaba nervioso, la situación de la genin era tres veces peor. Akame se le hacía intimidante, todavía más al tener en cuenta su rango y vestimenta. La pelivioleta se había acostumbrado a tratar con los profesores de la academia que, al fin y al cabo, eran superiores suyos también, pero para ella aquello era distinto. Esto era el mundo real, y el Uchiha era alguien que, sin lugar a dudas, terminaría decepcionado con sus aptitudes.
El referido se acercó a ella. Karma se tensó como si fuese una viga de hierro. Su interlocutor se presentó, a lo que ella realizó una exagerada reverencia.
—Mi nombre es Kojima Karma, genin. Es un placer... —afirmó sin alzarse, tono poco enérgico—. Siento mucho ser una molestia...
Aún a pesar de todo, sonrió. Era una sonrisa falsa, pero amplia y que inspiraba confianza; un gesto que la muchacha había ido perfeccionando con los años.
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La reacción de la genin fue tal y como podría haberse prejuzgado a partir de su aspecto y sus expresiones. Delgaducha, apocada, con la mirada baja y la mandíbula tensa. Akame la leyó como un libro abierto pese a que él nunca había sido un excelente observador en esas cuestiones —no al menos tan bueno como Datsue— y no pudo evitar sentirse, paradójicamente, incómodo por la incomodidad que manifestaba Karma.
—Eh, bueno... Encantado de conocerte, Karma-san —respondió, trastabillando ligeramente.
«Ay mi madre, ya la he molestado. ¿Qué le pasa? ¿Y ahora qué digo? Por Susano'o, ¡si es que yo no valgo para esto!»
Incapaz de hacer otra cosa, el jōnin alzó ambas manos con gesto nervioso pero que intentaba ser conciliador.
—¡No, no, no! ¡Para nada! ¡Yo no he dicho que seas una molestia, eh...!
Cuando Karma se irguió el Uchiha pudo ver la sonrisa que adornaba su rostro, y en cierto modo eso le tranquilizó. Respiró hondo y luego le señaló uno de los bancos de piedra que estaban ubicados en esa misma calle, rodeando el estadio.
—Bueno, eh, dado que voy a ser tu tutor durante un breve tiempo... Pues, eso, ¿qué te parece si nos sentamos y... Eh... Me cuentas?
Sin esperar a que la chica aceptase, el jōnin caminó hacia el banco más cercano y tomó asiento en uno de los extremos. «Joder, qué putos nervios. Mataría por un pitillo... ¿Pero sería correcto? Al fin y al cabo es mi alumna y... Bueno, aunque parece mayor que yo, incluso...»
«Curioso... parece tan nervioso como yo», aquello mató la imagen tan intimidante del jōnin que Karma había fabricado en su mente. Algo mayormente positivo, pero la joven no pudo si no sentirse algo decepcionada al respecto.
Se limitó a asentir con suma brevedad y caminó tras Akame. Se sentó en el extremo opuesto del banco ocupado por el Uchiha, apartando la mirada, todavía incómoda. Su sonrisa se había esfumado durante el camino. La pelivioleta alargó el silencio todo lo que pudo, pero era consciente de que su nuevo sensei le había indicado que tenía que "contarle".
Se aclaró la voz y casi arrastrando las palabras, comenzó a hablar:
—S-Supongo que quieres saber más sobre mi entrenamiento... Imagino que se nota, pero no soy buena peleando cuerpo a cuerpo —argumentó, claramente nerviosa—. Los profesores de la academia dicen que soy bastante inteligente y muy hábil con el chakra... tanto que me recomendaron para el cuerpo médico de la aldea... aunque por ahora solo he aprendido a dar primerios auxilios muy básicos, nada que sirva de mucho...
Volvió a guardar silencio. El sol la estaba abrasando, la sequedad en su boca convertía el simple hecho de hablar en una molestia. Sentía a la perfección el sudor acumulándose en sus axilas y discurriendo por su frente, entre su cabello y el hitai-ate.
—Siento ser una pérdida de tiempo, sensei.
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«Joder, esta chica tiene un aura de... ¿Depresión? No sé, pero hasta parece que el aire a su alrededor sea más denso. La madre que la parió...»
Mientras ese, y otros pensamientos, inundaban la mente de Akame como un mal presagio, la kunoichi tomó asiento al otro lado del banco y empezó a hablar tímidamente. El Uchiha puso toda su atención en escucharla, e incluso intentó parecer interesado; no es que lo estuviera, pero Karma parecía mucho más nerviosa que él y en ese momento Akame sólo sentía que, al menos, no debía hacerla pasar un mal rato.
Sin embargo, cuando la Kojima le relató sus primeras andanzas en el Ninshō, Akame no pudo sino quedar gratamente impresionado. «¿Ninjutsu médico? Vaya, eso sí que es inesperado». A punto estaba de hacerle un cumplido cuando la kunoichi volvió a incidir en aquella especie de instinto autodestructivo que primaba sobre todos sus pensamientos.
—¡Pero para ya, mujer! —se quejó el jōnin, infantil—. ¿Qué pérdida de tiempo ni qué gaitas? Eso lo decidiré yo, en todo caso. Y, además, ¿sabes lo complicado que es que te recomienden para el Escuadrón de Iryo-nin? Yo me gradué en la Promoción de Oro, y aun así no hubo ni un sólo estudiante propuesto para ninja médico.
No mentía. En Uzushiogakure había tan pocos doctos en el arte de la guerra y la sanación que podían contarse con los dedos de una mano bastante grande. «Meh, tal vez tengo ante mí a un pequeño y deprimente diamante en bruto...»
—Bueno, ya está bien de cháchara —zanjó Akame, levantándose de un salto—. Es hora de que veamos algo más de ti.
Con un gesto de su mano le indicó que le siguiera, en dirección al enorme Estadio de Celebraciones.
—¡Pero para ya, mujer!
La imperativa del moreno no llevó a Karma a delatar emoción alguna; la muchacha quedó impávida como un individuo bien entrenado. Escuchó, silenciosa y ligeramente taciturna, el monólogo de Akame. Cuando terminó, ella esbozó la misma sonrisa de antes. Miró al jōnin de lado, mostrándosela y siendo lo más educada que podía al mantener contacto visual, pero sin ser capaz de sostener la influencia de esos dos orbes negros que escondían el Sharingan.
—Gracias, sensei, pero no es para tanto —la genin rezumaba una paradojica confianza al degradarse—. Ni siquiera he aprendido a llevar a cabo Ninjutsu médico simple, solo puedo tratar heridas como cualquier otro médico de campo: con un botiquín.
No era la primera vez que se le hablaba de la importancia de su rol en una pelea o lo complicado que era aprender las artes de la curación, pero Karma no podía evitar apartarlo todo con pasividad y achacarlo a que cualquiera con las suficiente ambición podía llegar a donde ella había llegado sin despeinarse. Era su naturaleza, al fin y al cabo.
Su nuevo sensei se alzó, visiblemente enérgico. Siguiendo sus indicaciones, Karma hizo lo propio y se puso en marcha junto al Uchiha. «¿Ver algo más de mí...? ¿No se referirá a...?», la joven no se atrevió a completar su propia interrogante interno, temerosa de que se transformase en realidad.
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El jōnin caminó en silencio, sin querer siquiera volverse a mirar a su recién adquirida alumna. Por una parte sentía cierta rabia de que —tal y como había predicho él mismo— al final aquella tutela improvisada tenía todas las papeletas de ser un engorro. Por la otra, aquella muchacha parecía estar tan deprimida y tener una imagen de sí misma tan extremadamente pobre, que le evocaba cierta... «¿Ternura? No, no creo...» Uchiha Akame ni siquiera sabía que era capaz de sentir aquella mezcla de pena y paternalismo por alguien. Pero eso era exactamente lo que Karma le provocaba.
Claro que, al jōnin no le pasó desapercibido que semejante amalgama de circunstancias desfavorables le tenía a él mismo en pleno centro. ¿Y si el Uzukage le había asignado aquella tarea para probarle? ¿Para probar su madurez, su experiencia y sus capacidades como ninja? «Por Susano'o, tengo que enderezar a esta chavala como sea. No se dirá de Uchiha Akame que fue incapaz de lidiar con una alumna díscola».
Más determinado que antes, ingresó al estadio por una de las pequeñas puertas laterales. Echó la vista atrás sólo un momento para comprobar que Karma le seguía; así era. Los dos recorrieron una serie de pasillos iluminados tenuemente por lámparas muy viejas hasta llegar a una puerta grande, de doble hoja de acero. Akame descorrió el cerrojo y la abrió empujando con fuerza. Las bisagras chirriaron mientras la luz del exterior empezaba a filtrarse, deslumbrando a ambos ninjas por momentos...
—Ya hemos llegado —anunció el jōnin, saliendo al exterior.
Se encontraban en una arena bastante grande, subdividida en varias secciones. En algunas de ellas se podía ver a ninjas de alto rango —a juzgar por sus chalecos y placas— con otros shinobi y kunoichi más jóvenes; eran grupos de alumnos que entrenaban con sus maestros. «Bueno, veamos qué tal...»
El Uchiha avanzó hasta una de las secciones del Estadio que estaba libre. Se trataba de un cuadrilátero bastante grande, de al menos treinta metros cuadrados de tierra batida. Pobablaban el escenario una docena de muñecos de entrenamiento, hechos de buena madera y llenos de marcas, cortes y golpes. Algunos estaba dispuestos más cerca del lado en el que se encontraban Akame y Karma, otros más lejos; y algunos incluso simuladamente a cubierto tras obstáculos improvisados.
—Bien —el Uchiha se aclaró la garganta—. Empezaremos viendo qué tal andas de puntería. Toma estos shuriken —se metió una mano en el portaobjetos que llevaba atado al muslo y sacó un total de diez estrellas metálicas—. Colócate aquí y trata de acertar a todos los blancos que puedas... Tienes veinte segundos.
Akame se colocó junto al punto que había señalado a Karma y anunció.
—Empezaré a contar cuando hagas tu primer disparo.
Silenciosa como una noche sin luna y con un semblante digno del alma en pena más desgraciada de todo el país, Karma no se separó de su sensei. La vista baja y el paso ligero, ni se percató de que Akame se tomó un momento para asegurarse de que la muchacha todavía estaba tras él. La pelivioleta alzó la vista cuando escuchó el chirrido de la puerta dejando paso a los dos individuos.
El campo de entrenamiento les dio la bienvenida. La fémina se tragó un suspiro. Al menos no era tan malo como la primera opción que se le había pasado por la cabeza...
Karma dirigió una taciturna mirada al panorama y los que en él entrenaban. No se detuvo, ya que Akame no lo hizo en ningún momento. Así pues, apenas necesitaron de unos minutos para llegar al sitio donde tendría que demostrar, sin lugar a dudas, sus aptitudes —con nefastos resultados—.
Primera prueba: tiro al blanco. El Uchiha le tendió una ristra de estrellas ninja y le ordenó que demostrase su puntería con ellas. «Shurikens... son tan pesados. No tienen nada que ver con las agujas. ¿No podría disparar con agujas? Se me hacen mucho más cómodas», su monólogo mental debería de haber sido una queja verbal, pero la joven no se atrevió a rechistarle al jōnin.
Con manos temblorosas y una sonrisa extremadamente forzada, Karma se hizo con las armas y las sostuvo entre sus pálidos dedos. Encaró a los blancos y su actitud se transformó en algo completamente distinto a lo que había demostrado hasta entonces: donde hacía un momento podía verse a una muchacha tímida y pasmada, ahora se podía contemplar a una kunoichi de aires bien templados y ojos afilados.
Emitiendo ligeros silbidos de esfuerzo, Karma disparó un shuriken, otro, y unos segundos más tarde otro. Se tomó unos instantes entre lanzamiento y lanzamiento para asegurar la trayectoria. Comenzó con los peleles más cercanos y sencillos, para ir apuntando a los más lejanos según avanzaba el tiempo. No albergaba esperanza alguna de acertar a los parapetados, para ella era un cometido demasiado ambicioso, pero igualmente lo intentó.
Por supuesto, su puntería y destreza no eran nada especial, teniendo en cuenta que era una tierna novata. Pero la joven se aseguró de hacerlo lo mejor posible entre disparo y disparo, en total disonancia con su actitud.
Diez shurikens. Ni uno más, ni uno menos.
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El Uchiha observó en silencio cómo su alumna tomaba los shuriken y empezaba a arrojarlos contra los muñecos de entrenamiento. Karma acertó sin problema a los cuatro que se encontraban más cerca —excepto a uno, que estaba a cubierto tras una plancha de madera en la que el proyectil quedó trabado—, pero tuvo más dificultades para alcanzar a los demás. De los tres que se encontraban a distancia media, dos estaban a cubierto. La chica acertó en el pecho al que estaba expuesto, pero falló a la hora de alcanzar al segundo —a salvo tras una supuesta barricada—. Al tercero le rozó el hombro, pero el shuriken llevaba muy poca fuerza y no consiguió clavarse.
A los tres restantes, que estaban demasiado lejos, ni siquiera les tocó. Akame entendió al instante que aquello no sólo se trataba de falta de puntería y destreza en el manejo de las estrellas ninja, sino que Karma carecía de la fuerza física necesaria como para lanzar los shuriken con suficiente potencia para llegar hasta esa distancia.
—¡Tiempo! —exclamó el Uchiha, apenas un segundo después de que la kunoichi lanzase su último shuriken—. Cinco de diez, bueno, algo es algo —valoró sin tapujos el jōnin, meditativo—. Tu puntería no está mal para tu nivel, pero necesitas entrenar tu potencia física. Creo que si fueses capaz de lanzar los shuriken con más fuerza, habrías acertado a los objetivos más lejanos.
Entonces el jōnin cayó en la cuenta de algo.
—Bien, ahora probemos el mismo ejercicio... Pero con senbon —añadió, chasqueando los dedos. «Ahora veremos si mi hipótesis es correcta»—. Según creo tienes algunas agujas en tu portaobjetos, ¿verdad?
»Repetiremos el ejercicio, pero esta vez tendrás la mitad de tiempo.
Los resultados fueron incluso mejores de los que la muchacha esperaba; algo que no quería decir mucho, a fin de cuentas. Acertar a la mitad de objetivos era un aprobado por los pelos para un estudiante de la academia, y ella era una ninja graduada; una novata, desde luego, pero genin al fin y al cabo. El Uchiha remarcó los hechos de los que la joven ya era consciente con una precisión algo hiriente, mas la pelivioleta se limitó a sonreir.
—Lo siento, sensei. Siempre he sido un poco floja —afirmó con dulzura, haciendo gala de un tono sincero que no despedía el hedor propio de una excusa, independientemente de que su declaración bien podían tomarse como tal.
Las pruebas continuaron. En esta ocasión, Akame indicó que tendría que repetir el ejercicio, solo que en lugar de utilizar shurikens dispararía senbons. El jōnin, ni corto ni perezoso, afirmó que la médica portaba consigo las ya mencionadas agujas en su persona. Visiblemente sorprendida, Karma lo miró, pasmada. «¿M-Me está leyendo el pensamiento? Tengo entendido que los poderes del Sharingan son varios e increíbles, pero ni siquiera parece que lo tenga activo... ¿está utilizando alguna técnica oculta? ¿Sensei, puedes oírme? ¡¿Sensei?!». La kunoichi esperó algún tipo de reacción por parte de Akame, pero no ocurrió nada.
Bien sonrojada, tras quedarse quieta haciendo mutis durante unos largos segundos, asintió varias veces. Que situación más embarazosa.
—¡S-Sí, tengo agujas! —confirmó así las sospechas del moreno.
Del interior de su portador de objetos, Karma procuró 10 agujas. Las sostuvo entre sus dedos, de una forma similar a las estrellas ninja, pero con un semblante más seguro. «Esto es otra cosa. Los senbon son tan ligeros y elegantes, mientras que los shurikens no son más que toscas piezas de hierro».
—El dolor que producen las agujas es exquisito, placentero. Es más, supongo que sensei ya lo sabe, pero también se utilizan con fines médicos en un arte llamado "acupuntura" —explicó con ensoñamiento, desprendiéndose por unos instantes de las ataduras de la vergüenza.
No parloteó más. Viró su figura hacia los objetivos, tal y como había hecho al disparar los shurikens. Lanzó senbon tras senbon, imitando el mismo patrón de comenzar por los objetivos más cercanos y progresar hacia los más difíciles. A Karma ya no le importaban los resultados del ejercicio, parecía más que satisfecha gracias al hecho de poder tener una oportunidad de lanzar sus armas.
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Karma parecía tan dura consigo misma y, al mismo tiempo, tan entusiasmada por poder demostrar su valía, que Akame no podía evitar verse reflejado en ella unos cuantos años antes; cuando era un criajo de Academia. O incluso antes... Habiendo tenido que matar a su primer amigo.
Sacudió la cabeza y volvió a la realidad para centrar su mirada en los monigotes de entrenamiento. A diferencia de los shuriken, las agujas habían volado raudas y bastante más certeras. «Está claro que se siente más cómoda manejando esa clase de armamento... Aunque, joder, qué mal rollo me ha dado eso de "el dolor que provocan es exquisito"... A esta chica le falta un tornillo», caviló el joven sensei.
Akame se acercó y evaluó en voz alta los resultados.
—Bueno, bueno, ¡siete aciertos! —contó—. Nada mal. Sin duda sabes elegir tu armamento... Eso es una buena cualidad en un ninja. Conocer tus debilidades y fortalezas y actuar en torno a ellas te salvará la vida más de una vez.
Él lo sabía, hablaba desde la experiencia y el ejemplo. Eso le provocó un extraño sentimiento que nació en la boca del estómago, un calorcito extraño que le empujó a sacar pecho. Orgullo.
Sin embargo, había una cuestión...
—¿Acupuntura? —inquirió, cómicamente suspicaz—. ¡Venga ya! Pero si todo el mundo sabe que es una pseudociencia como mucho. No soy médico, pero si existe un sólo estudio fiable en Oonindo que avale su eficacia, mis cojones son claveles.
»Ah no, y no me vayas a sacar el ejemplo de esos timadores de Bioninja.
Los resultados del segundo ejercicio fueron bien distintos a los del primero. Akame reconoció sus esfuerzos y le dedicó unas palabras de ánimo, a lo que Karma esbozó su sonrisa hipócrita.
—No ha sido nada especial, sensei —aseguró con indiferencia—Simplemente... me gustan las agujas.
La conversación derivó al tema de la acupuntura, mencionado por Karma con anterioridad. La muchacha se encogió de hombros y dejó escapar una risilla.
—Como una médica entrenada te aseguro que funciona, sensei —defendió con languidez—. Por ejemplo, podría ayudarte a mantener los pulmones sanos durante más tiempo.
A la pelivioleta no se le había pasado por alto el hecho de que al Uchiha le gustaba el tabaco.
—Me temo que fumar es malo para la salud, sensei —y añadió—: Aunque supongo que ser shinobi lo es todavía más.
Fue entonces que la uzujin mostró una sonrisa de oreja a oreja, distinta a la anterior, más sincera y... un poco macabra. Acompañó este gesto con otra risilla.
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«Ahí está otra vez, restándose méritos. ¡Pero muchacha! Con esas formas no vas a llegar a ningún lado». Akame calló, no obstante; empezaba a tener la sensación de que reprender a Karma sólo conseguiría una tímida respuesta por su parte, y que se retrayese más. No, tendría que dejar pasar aquellos comentarios que destilaban falta de autoestima a raudales, por mucho que le molestasen.
Lo que sí le sorprendió fue la respuesta de la kunoichi a sus palabras sobre la acupuntura. El Uchiha alzó una ceja, contrariado, y replicó con mucha sorna.
—Ah, vaya, ¿para rebatirme eso resulta que sí que eres una médico entrenada, eh? Nos ha jodido —esbozó una sonrisa—. Aunque te tengo que dar la razón en lo de fumar... Y en lo de ser shinobi. Está bien que lo tengas claro.
Luego, el jōnin se separó unos cuantos metros de su alumna. Aquel campo de entrenamiento no sólo estaba pensado para mejorar la puntería, sino que además gozaba de una amplia zona despejada —junto a donde ellos se encontraban— para practicar combates de diversa índole.
El Uchiha se ubicó a unos seis metros de Karma, y realizó unos vagos estiramientos.
—Vamos, vamos, es hora de la siguiente parte de esta toma de contacto. ¿Qué tal te manejas con el Taijutsu?
La joven observó con curiosidad al moreno, que se alejaba de ella con desconocidas intenciones. No obstante, sus siguientes palabras hicieron sus designios sencillos de predecir. «Supongo que era inevitable...», se lamentó la muchacha.
—¿Taijutsu? Terrible, soy terrible —aseguró con tranquilidad y una pizca de indiferencia.
Era plenamente consciente de que una respuesta así no iba a desalentar al jōnin —quizás hasta volvería a reprenderla—, pero el Uchiha había preguntado y la Kojima se había limitado a responder en base a su naturaleza. «Prepárate para recibir unos cuantos porrazos, Karma-chan...», se mentalizó a sabiendas de que la confrontación era inminente.
Así pues, la fémina comenzó a estirar también, imitando a su sensei.
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